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El creador literario y el fantaseo

By : Unknown

«Der Dichter und das Phantasieren»

Sigmund Freud


Nota introductoria
Originalmente, este texto fue expuesto en forma de conferencia el 6 de diciembre de 1907, ante un auditorio de noventa personas en los salones del editor y librero vienés Hugo Heller, quien era miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena.  Al día siguiente, el periódico Die Zeit, de dicha ciudad, publicó un resumen muy preciso de la conferencia; pero la versión completa sólo se dio a publicidad a comienzos de 1908, en una revista literaria que acababa de fundarse en Berlín.

Ya poco tiempo atrás, en el estudio sobre Gradiva de Jensen (1907a), Freud se había ocupado de los problemas de la creación literaria; y uno o dos años antes se había aproximado a la cuestión en el ensayo, inédito en vida de él, “Personajes psicopáticos en el escenario” (1942a).  No obstante, en el presente trabajo –así como en el que le sigue, escrito más o menos por la misma época– el centro del interés recae en el examen de las fantasías.

James Strachey



A nosotros, los legos, siempre nos intrigó poderosamente averiguar de dónde esa maravillosa personalidad, el poeta, toma sus materiales -acaso en el sentido de la pregunta que aquel cardenal dirigió a Ariosto-, y cómo logra conmovernos con ellos, provocar en nosotros unas excitaciones de las que quizá ni siquiera nos creíamos capaces. Y no hará sino acrecentar nuestro interés la circunstancia de que el poeta mismo, si le preguntamos, no nos dará noticia alguna, o ella no será satisfactoria; aquel persistirá aun cuando sepamos que ni la mejor intelección sobre las condiciones bajo las cuales él elige sus materiales, y sobre el arte con que plasma a estos, nos ayudará en nada a convertirnos nosotros mismos en poetas.

¡Si al menos pudiéramos descubrir en nosotros o en nuestros pares una actividad de algún modo afín al poetizar! Emprenderíamos su indagación con la esperanza de obtener un primer esclarecimiento sobre el crear poético. Y en verdad, esa perspectiva existe; los propios poetas gustan de reducir el abismo entre su rara condición y la naturaleza humana universal: harto a menudo nos aseguran que en todo hombre se esconde un poeta, y que el último poeta sólo desaparecerá con el último de los hombres.

¿No deberíamos buscar ya en el niño las primeras huellas del quehacer poético? La ocupación preferida y más intensa del niño es el juego. Acaso tendríamos derecho a decir: todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada. Además, sería injusto suponer que no toma en serio ese mundo; al contrario, toma muy en serio su juego, emplea en él grandes montos de afecto. Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino... la realidad efectiva. El niño diferencia muy bien de la realidad su mundo del juego, a pesar de toda su investidura afectiva; y tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles del mundo real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia aún su «jugar» del «fantasear».

Ahora bien, el poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo de fantasía al que toma muy en serio, vale decir, lo dota de grandes montos de afecto, al tiempo que lo separa tajantemente de la realidad efectiva. Y el lenguaje ha recogido este parentesco entre juego infantil y creación poética llamando «juegos» {«Spiel»} a las escenificaciones del poeta que necesitan apuntalarse en objetos palpables y son susceptibles de figuración, a saber: «Lustspiel» {«comedia»; literalmente, «juego de placer»}, «Trauerspiel» {«tragedia»; «juego de duelo»}, y designando «Schauspieler» {«actor dramático»; «el que juega al espectáculo»} a quien las figura. Ahora bien, de la irrealidad del mundo poético derivan muy importantes consecuencias para la técnica artística, pues muchas cosas que de ser reales no depararían goce pueden, empero, depararlo en el juego de la fantasía, y muchas excitaciones que en sí mismas son en verdad penosas pueden convertirse en fuentes de placer para el auditorio y los espectadores del poeta.

En virtud de otro nexo, nos demoraremos todavía un momento en esta oposición entre realidad efectiva y juego. Cuando el niño ha crecido y dejado de jugar, tras décadas de empeño anímico por tomar las realidades de la vida con la debida seriedad, puede caer un día en una predisposición anímica que vuelva a cancelar la oposición entre juego y realidad. El adulto puede acordarse de la gran seriedad con que otrora cultivó sus juegos infantiles y, poniéndolos en un pie de igualdad con sus ocupaciones que se suponen serias arrojar la carga demasiado pesada que le impone la vida y conquistarse la elevada ganancia de placer que le procura el humor.[1]

El adulto deja, pues, de jugar; aparentemente renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego. Pero quien conozca la vida anímica del hombre sabe que no hay cosa más difícil para él que la renuncia a un placer que conoció. En verdad, no podemos renunciar a nada; sólo permutamos una cosa por otra; lo que parece ser una renuncia es en realidad una formación de sustituto o subrogado. Así, el adulto, cuando cesa de jugar, sólo resigna el apuntalamiento en objetos reales; en vez de jugar, ahora fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos. Opino que la mayoría de los seres humanos crean fantasías en ciertas épocas de su vida. He ahí un hecho por largo tiempo descuidado y cuyo valor, por eso mismo, no se apreció lo suficiente.

El fantasear de los hombres es menos fácil de observar que el jugar de los niños. El niño juega solo o forma con otros niños un sistema psíquico cerrado a los fines del juego, pero así como no juega para los adultos como si fueran su público, tampoco oculta de ellos su jugar. En cambio, el adulto se avergüenza de sus fantasías y se esconde de los otros, las cría como a sus intimidades más personales, por lo común preferiría confesar sus faltas a comunicar sus fantasías. Por eso mismo puede creerse el único que forma tales fantasías, y ni sospechar la universal difusión de parecidísimas creaciones en los demás. Esta diversa conducta del que juega y el que fantasea halla su buen fundamento en los motivos de esas dos actividades, una de las cuales es empero continuación de la otra.

El jugar del niño estaba dirigido por deseos, en verdad por un solo deseo que ayuda a su educación; helo aquí: ser grande y adulto. Juega siempre a «ser grande», imita en el juego lo que le ha devenido familiar de la vida de los mayores. Ahora bien, no hay razón alguna para esconder ese deseo. Diverso es el caso del adulto; por una parte, este sabe lo que de él esperan: que ya no juegue ni fantasee, sino que actúe en el mundo real; por la otra, entre los deseos productores de sus fantasías hay muchos que se ve precisado a esconder; entonces su fantasear lo avergüenza por infantil y por no permitido.

Preguntarán ustedes de dónde se tiene una información tan exacta sobre el fantasear de los hombres, si ellos lo rodean de tanto misterio. Pues bien; hay un género de hombres a quienes no por cierto un dios, sino una severa diosa -la Necesidad-, ha impartido la orden de decir sus penas y alegrías.[2]  Son los neuróticos, que se ven forzados a confesar al médico, de quien esperan su curación por tratamiento psíquico, también sus fantasías; de esta fuente proviene nuestro mejor conocimiento, y luego hemos llegado a la bien fundada conjetura de que nuestros enfermos no nos comunican sino lo que también podríamos averiguar en las personas sanas.

Procedamos a tomar conocimiento de algunos de los caracteres del fantasear. Es lícito decir que el dichoso nunca fantasea; sólo lo hace el insatisfecho. Deseos insatisfechos son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular es un cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad. Los deseos pulsionantes difieren según sexo, carácter y circunstancias de vida de la personalidad que fantasea; pero con facilidad se dejan agrupar siguiendo dos orientaciones rectoras. Son deseos ambiciosos, que sirven a la exaltación de la personalidad, o son deseos eróticos. En la mujer joven predominan casi exclusivamente los eróticos, pues su ambición acaba, en general, en el querer-alcanzar amoroso; en el hombre joven, junto a los deseos eróticos cobran urgencia los egoístas y de ambición. Sin embargo, no queremos destacar la oposición entre ambas orientaciones, sino más bien su frecuente reunión; así como en muchos retablos puede verse en un rincón la imagen del donador, en la mayoría de las fantasías egoístas se descubre en un rinconcito a la dama para la cual el fantaseador lleva a cabo todas esas hazañas, y a cuyos pies él pone todos sus logros. Ya ven ustedes: hay aquí hartos y poderosos motivos de ocultación; es que a la mujer bien educada sólo se le admite un mínimo de apetencia erótica, y el hombre joven debe aprender a sofocar la desmesura en su sentimiento de sí, en que lo malcriaron en su niñez, a fin de insertarse en una sociedad donde sobreabundan los individuos con parecidas pretensiones.

Guardémonos de imaginar rígidos e inmutables los productos de esta actividad fantaseadora: las fantasías singulares, castillos en el aire o sueños diurnos. Más bien se adecuan a las cambiantes impresiones vitales, se alteran a cada variación de las condiciones de vida, reciben de cada nueva impresión eficaz una «marca temporal», según se la llama. El nexo de la fantasía con el tiempo es harto sustantivo. Es lícito decir: una fantasía oscila en cierto modo entre tres tiempos, tres momentos temporales de nuestro representar. El trabajo anímico se anuda a una impresión actual, a una ocasión del presente que fue capaz de despertar los grandes deseos de la persona; desde ahí se remonta al recuerdo de una vivencia anterior, infantil las más de las veces, en que aquel deseo se cumplía, y entonces crea una situación referida al futuro, que se figura como el cumplimiento de ese deseo, justamente el sueño diurno o la fantasía, en que van impresas las huellas de su origen en la ocasión y en el recuerdo. Vale decir, pasado, presente y futuro son como las cuentas de un collar engarzado por el deseo.

El ejemplo más trivial puede servir para ilustrarles mi tesis. Supongan el caso de un joven pobre y huérfano, a quien le han dado la dirección de un empleador que acaso lo contrate. Por el camino quizá se abandone a un sueño diurno, nacido acorde con su situación. El contenido de esa fantasía puede ser que allí es recibido, le cae en gracia a su nuevo jefe, se vuelve indispensable para el negocio, lo aceptan en la familia del dueño, se casa con su encantadora hijita y luego dirige el negocio, primero como copropietario y más tarde como heredero. Con ello el soñante se ha sustituido lo que poseía en la dichosa niñez: la casa protectora, los amantes padres y los primeros objetos de su inclinación tierna. En este ejemplo ustedes ven cómo el deseo aprovecha una ocasión del presente para proyectarse un cuadro del futuro siguiendo el modelo del pasado.

Aún habría mucho que decir sobre las fantasías; me limitaré a las más escuetas indicaciones. El hecho de que las fantasías proliferen y se vuelvan hiperpotentes crea las condiciones para la caída en una neurosis o una psicosis; además, las fantasías son los estadios previos más inmediatos de los síntomas patológicos de que nuestros enfermos se quejan. En este punto se abre una ancha rama lateral hacia la patología.

No puedo omitir el nexo de las fantasías con el sueño. Tampoco nuestros sueños nocturnos son otra cosa que unas tales fantasías, como podemos ponerlo en evidencia mediante su interpretación.[3] El lenguaje, con su insuperable sabiduría, hace tiempo que ha decidido el problema de la esencia de los sueños {Traum} llamando también «sueños diurnos» {«Tagtraum»} a los castillos en el aire de los fantaseadores. Si a pesar de esa indicación el sentido de nuestros sueños nos parece la mayoría de las veces oscuro, ello es debido a una sola circunstancia: que por la noche se ponen en movimiento en nuestro interior también unos deseos de los que tenemos que avergonzarnos y debemos ocultar, y que por eso mismo fueron reprimidos, empujados a lo inconciente. Ahora bien, a tales deseos reprimidos y sus retoños no se les puede consentir otra expresión que una gravemente desfigurada. Después que el trabajo científico logró esclarecer la desfiguración onírica, ya no fue difícil discernir que los sueños nocturnos son unos cumplimientos de deseo como los diurnos, esas fantasías familiares a todos nosotros.

Hasta aquí las fantasías. Pasemos ahora al poeta. ¿Estamos realmente autorizados a comparar al poeta con el «soñante a pleno día», y a sus creaciones con unos sueños diurnos? Es que se nos impone una primera diferencia; prescindamos de los poetas que recogen materiales ya listos, como los épicos y trágicos antiguos, y consideremos a los que parecen - crearlos libremente. Detengámonos, pues, en estos últimos, pero sin buscar, con miras a aquella comparación, a los poetas más estimados por la crítica, sino a los menos pretenciosos narradores de novelas, novelas breves y cuentos, que en cambio son quienes encuentran lectores y lectoras más numerosos y ávidos. Sobre todo, un rasgo no puede menos que resultarnos llamativo en las creaciones de estos narradores; todos ellos tienen un héroe situado en el centro del interés y para quien el poeta procura por todos los medios ganar nuestra simpatía; parece protegerlo, se diría, con una particular providencia. Si al terminar el capítulo de una novela he dejado al héroe desmayado, sangrante de graves heridas, estoy seguro de encontrarlo, al comienzo del siguiente, objeto de los mayores cuidados y en vías de restablecimiento; y sí el primer tomo terminó con el naufragio, en medio de la tormenta, del barco en que se hallaba nuestro héroe, estoy seguro de leer, al comienzo del segundo tomo, sobre su maravilloso rescate, sin el cual la novela no habría podido continuar. El sentimiento de seguridad con el que yo acompaño al héroe a través de sus azarosas peripecias es el mismo con el que un héroe real se arroja al agua para rescatar a alguien que se ahoga, o se expone al fuego enemigo para tomar por asalto una batería; es ese genuino sentimiento heroico al que uno de nuestros mejores poetas ofrendó esta preciosa expresión: «Eso nunca puede sucederte a ti» (Anzengruber).[4] Pero yo opino que en esa marca reveladora que es la invulnerabilidad se discierne sin trabajo... a Su Majestad el Yo, el héroe de todos los sueños diurnos así como de todas las novelas.[5]

Otros rasgos típicos de estas narraciones egocéntricas apuntan también a idéntico parentesco. Si todas las mujeres de la novela se enamoran siempre del héroe, difícilmente se lo pueda concebir como una pintura de la realidad; sí se lo comprende, en cambio, como un patrimonio necesario del sueño diurno. Lo mismo cuando las otras personas de la novela se dividen tajantemente en buenas y malas, renunciando a la riqueza de matices que se observa en los caracteres humanos reales; los «buenos» son justamente los auxiliadores del yo devenido en el héroe, y los «malos», sus enemigos y rivales.

En modo alguno desconocemos que muchísimas creaciones poéticas se mantienen distanciadas del arquetipo del sueño diurno ingenuo, pero tampoco sofocaré yo la conjetura de que aun las desviaciones más extremas pueden ligarse con ese modelo por medio de una serie de transiciones continuas. También en muchas de las denominadas «novelas psicológicas» atrajo mi atención que sólo describan desde adentro a una persona, otra vez el héroe; en su alma se afinca el poeta, por así decir, y mira desde afuera a las otras personas. La novela psicológica en su conjunto debe sin duda su especificidad a la inclinación del poeta moderno a escindir su yo, por observación de sí, en yoes-parciales, y a personificar luego en varios héroes las corrientes que entran en conflicto en su propia vida anímica. En particularísima oposición al tipo del sueño diurno parecen encontrarse las novelas que podrían designarse «ex-céntricas» en que la persona introducida como héroe desempeña el mínimo papel activo, y más bien ve pasar, como un espectador, las hazañas y penas de los otros. De esa índole son varias de las últimas novelas de Zola. Empero, debo señalar que el análisis psicológico de individuos no poetas, desviados en muchos aspectos de lo que se llama normal, nos ha anoticiado de unas variaciones análogas en sueños diurnos en que el yo se limita al papel de espectador.

Para que posea algún valor nuestra equiparación del poeta con el que tiene sueños diurnos, y de la creación poética con el sueño diurno mismo, es preciso ante todo que muestre su fecundidad de cualquier manera. Intentemos, por ejemplo, aplicar a las obras del poeta nuestra tesis ya enunciada sobre la referencia de la fantasía a los tres tiempos y al deseo que los engarza, y procuremos estudiar también con su ayuda los nexos entre la vida del poeta y sus creaciones. En general, no se ha sabido con qué representaciones-expectativa era menester abordar este problema; a menudo ese nexo se imaginó demasiado simple, Desde la intelección obtenida para las fantasías, nosotros deberíamos esperar el siguiente estado de cosas: una intensa vivencia actual despierta en el poeta el recuerdo de una anterior, las más de las veces una perteneciente a su niñez, desde la cual arranca entonces el deseo que se procura su cumplimiento en la creación poética; y en esta última se pueden discernir elementos tanto de la ocasión fresca como del recuerdo antiguo.[6]

Que no les arredre la complicación de esta fórmula; conjeturo que en la realidad probará ser un esquema harto mezquino, que, sin embargo, puede contener una primera aproximación al estado real de cosas. Y según ciertos ensayos que he emprendido, estoy por pensar que ese abordaje de las producciones poéticas no ha de resultar infecundo. No olviden ustedes que la insistencia, acaso sorprendente, sobre el recuerdo infantil en la vida del poeta deriva en última instancia de la premisa según la cual la creación poética, como el sueño diurno, es continuación y sustituto de los antiguos juegos del niño.

No olvidemos reconsiderar la clase de poemas en que nos vimos precisados a no ver unas creaciones libres, sino elaboraciones de un material consabido y ya listo. También aquí el poeta tiene permitido exteriorizar cierta autonomía, que se expresa en la elección del material y en las variantes, a menudo muy considerables, que le imprime. Pero en la medida en que los materiales mismos están dados, provienen del tesoro popular de mitos, sagas y cuentos tradicionales. Ahora bien, la indagación de estas formaciones de la psicología de los pueblos en modo alguno ha concluido, pero, por ejemplo respecto de los mitos, es muy probable que respondan a los desfigurados relictos de unas fantasías de deseo de naciones enteras, a los sueños seculares de la humanidad joven.

Dirán ustedes que les he referido mucho más sobre las fantasías que sobre el poeta, al que empero puse en primer término en el título de mi conferencia. Lo sé, e intentaré justificarlo por referencia al estado actual de nuestro conocimiento. Sólo pude aportarles unas incitaciones y exhortaciones que desde el estudio de las fantasías desbordan sobre el problema de la elección poética de los materiales. El otro problema, a saber, con qué recursos el poeta nos provoca los afectos que recibimos de sus creaciones, ni siquiera lo hemos rozado aún. Todavía me gustaría mostrarles, al menos, el camino que lleva desde nuestras elucidaciones sobre las fantasías a los problemas de los efectos poéticos.

Como ustedes recuerdan, dijimos que el soñante diurno pone el mayor cuidado en ocultar sus fantasías de los demás porque registra motivos para avergonzarse de ellas. Ahora agrego que, aunque nos las comunicara, no podría depararnos placer alguno mediante esa revelación. Tales fantasías, si nos enteráramos de ellas, nos escandalizarían, o al menos nos dejarían fríos. En cambio, si el poeta juega sus juegos ante nosotros como su público, o nos refiere lo que nos inclinamos a declarar sus personales sueños diurnos, sentimos un elevado placer, que probablemente tenga tributarios de varias fuentes. Cómo lo consigue, he ahí su más genuino secreto; en la técnica para superar aquel escándalo, que sin duda tiene que ver con las barreras que se levantan entre cada yo singular y los otros, reside la auténtica ars poetica. Podemos colegir en esa técnica dos clases de recursos: El poeta atempera el carácter del sueño diurno egoísta mediante variaciones y encubrimientos, y nos soborna por medio de una ganancia de placer puramente formal, es decir, estética, que él nos brinda en la figuración de sus fantasías. A esa ganancia de placer que se nos ofrece para posibilitar con ella el desprendimiento de un placer mayor, proveniente de fuentes psíquicas situadas a mayor profundidad, la llamamos prima de incentivación o placer previo.[7] Opino que todo placer estético que el poeta nos procura conlleva el carácter de ese placer previo, y que el goce genuino de la obra poética proviene de la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma. Acaso contribuya en no menor medida a este resultado que el poeta nos habilite para gozar en lo sucesivo, sin remordimiento ni vergüenza algunos, de nuestras propias fantasías. Aquí estaríamos a las puertas de nuevas, interesantes y complejas indagaciones, pero, al menos por esta vez, hemos llegado al término de nuestra elucidación.



[1] Véase el libro de Freud sobre el chiste (1905c).
[2] Alude a unos célebres versos de la escena final de Torquato Tasso, en los que Goethe le hace decir a su poeta-héroe: “Y donde el humano suele enmudecer en su tormento, un dios me concedió el don de decir cuánto sufro”.
[3] Cf. La interpretación de los sueños (Freud, 1900a)
[4] Esta frase del dramaturgo vienés Anzengruber era una de las favoritas de Freud.  Cf. “De guerra y muerte” (1915b).
[5] Cf. “Introducción del narcisismo” (1914c), donde se emplea la expresión en inglés “His Majesty the Baby”.
[6] Un punto de vista análogo había sido ya expuesto por Freud en una carta a Fliess del 7 de julio de 1898, con referencia a uno de los cuentos de C. F. Meyer (Freud, 1950a, Carta 92).
[7] Esta teoría de la “prima de incentivación” y del “placer previo” fue aplicada por Freud al chiste en el libro que dedicó a este (1905c).  La naturaleza del “placer previo” fue examinada asimismo, en Tres ensayos de teoría sexual.

Lou Andreas-Salomé y la relación con lo divino

By : Unknown

¿Quién fue Lou Andreas-Salomé? ¿Una célebre, hoy día olvidada, literata de finales del siglo XIX? ¿La filósofa rusa que se dio el lujo de rechazar amorosamente a Nietzsche? o ¿la intelectual excéntrica que decidió, un buen día, de buenas a primeras, dejar de escribir novelas y dedicarse al psicoanálisis? Lou Andreas-Salomé era algo de eso y mucho más. Louise von Salomé tuvo un papel destacado dentro y en la conformación del psicoanálisis: ocupo un lugar muy cercano a Freud, quien la consideraba una interlocutora sagaz y una amiga entrañable. Sin embargo, es más conocida como la musa inspiradora de dos de los hombres más influyentes del siglo XIX y XX: Nietzsche y Freud.

La importancia de su pensamiento radica en que es capaz de crear una reflexión verdaderamente original a partir -empero- de su encuentro con la filosofía nietzscheana, y que llega a su máxima explosión una vez hecha su filiación al psicoanálisis freudiano; con lo anterior quiero decir que ella se retroalimenta de ambas disciplinas pero ante todo su pensamiento y estilo son absolutamente únicos. Y créanme, que no dejarse apabullar por semejantes personalidades y a partir del método filosófico-psicoanalítico que ella adereza con su propia creatividad, elaborar un examen del ser humano como Lou lo hizo a lo largo de su obra, le otorga por derecho propio su lugar en al historia.

Es así que señalaremos algunas líneas generales de su pensamiento.

Como primer punto; abordaré la relación mente-cuerpo; Lou nos dice que en ella encontramos el primer error de cálculo, pues a pesar de haber entre estos un proclamado divorcio, seguimos intentando conciliarlos por medio de la ciencia y la filosofía, siendo que a ella le parece que tal separación es absolutamente necesaria y deseable, pues sólo así podremos penetrar hondamente en alguna de las dos entidades, es decir, al separarlas, separamos también su estudio y por ende, su método.

Concretamente, ella está en contra de la psicofísica[i], ciencia que proclama la analogía entre impulsos exteriores e interiores, es decir, el conocimiento estará basado en los estímulos que se nos dan del exterior y la construcción de ideas será a partir de la experiencia y la abstracción. Dicha corriente, está influida por el empirismo de John Locke, y trata de liquidar el problema mente-cuerpo de una vez por todas.

A pesar de ello, nuestra filósofa no se detiene a solucionar dicha complicación, ella tiene inquietudes previas que la llevan a localizar en la alianza metodológica mente-cuerpo las más grandes aberraciones contra la vida, contra los impulsos vitales. Entonces, su travesía intelectual -que decidimos comenzar a relatar desde el problema mente-cuerpo- sólo nos sirve para acercarnos a sus verdaderos intereses intelectuales.

Lou von Salomé, nos da muestra a lo largo de su obra filosófico-psicoanalítica que será en la noción de Unidad del Todo -la cual proviene de su filiación al spinozismo- desde donde se pueden abordar los problemas vitales, uno de los cuales es la unión con lo Divino. Entonces, señalaremos que el pensamiento de Lou Andreas-Salomé será característicamente religioso, el dilema a lo largo de su vida y obra estará enfocado a explicar la unión de Ser Supremo con el hombre, razón por la cual quiere resarcir la muerte de dios más ya no con la ciencia, más bien desea dar una explicación genealógica de la devoción y la providencia, lo cual la lleva por caminos inexplorados aún por la filosofía de la religión.

Como podemos ver, ha quedado señalado un abanico de posibilidades dentro de su pensamiento, si bien, ésta aparente pluralidad de intereses tomarán empuñe una vez que ella consigue unir al cuerpo con el mundo y la mente por medio del psicoanálisis.

Antes de seguir con nuestra exposición, queremos mencionar a grandes rasgos el rescate histórico que estamos ejerciendo de la vida y obra de nuestro personaje, a fin de no querer sonar anacrónicos ni mucho menos que estamos buscando filiaciones inexistentes entre saberes. En este tenor, decimos que cuando se historia a una autor, es necesario e imperativo respetar sus ideas y lenguaje, no obstante, siempre tendremos cierta tendencia a señalar sus errores desde nuestro presente, aunque esto no será sensato si queremos narrar una tradición que se escribió hace mucho y sus protagonistas no están aquí para decirnos “Si yo tuviera la información que hoy tú tienes, quizá no hubiese escrito de tal manera”; es decir, forzosamente tenemos que ver al autor y a su contexto como si fueran pensamientos siameses, no podemos descontextualizar un pensamiento pasado en aras de corregirlo desde el presente, más bien lo que podemos hacer es señalar las preguntas y respuestas que aquel tuvo, de dónde es que provenían y a qué intereses correspondían.

Lo cual, no significa que vamos a comenzar a vincularlo con todo lo que se nos ocurra o vaya con nuestra postura intelectual, más bien, nos ocuparemos de relacionarlo con lo que el escritor mismo nos señale en su obra o documentos personales (diarios, cartas, autobiografías, etc.). Es así, que tampoco efectuaremos trampas en el lenguaje ni citas de memoria que no tengan una explicación previa de donde vienen. Finalmente, lo que se busca en un trabajo intelectual serio, será el desentrañar el mensaje de un autor aproximándonos lo más factible a sus escritos y si vamos a ocupar éstos para sostener nuestras propias teorías, es preciso indicarlo.

Es así, que Louise Salomé nos deja ver sus cartas desde un principio; lo que la preocupa y ocupa es la relación con Dios. Ella nos dice en su autobiografía:

En el transcurso de mi vida, el estudio y demás ocasiones me han llevado repetidas veces a terrenos de especialidad filosófica e incluso teológica, que por mi propio impulso me resultaban atractivos. Aquello, sin embargo, no guardó nunca ningún tipo de relación con mi original modo de ser «piadoso», ni a la inversa, con su posterior abandono. Jamás las cosas del pensamiento removieron en mi vieja fe de antes –como si ésta no se hubiera atrevido a inmiscuirse en un «pensamiento adulto»-. En consecuencia todos los campos del pensamiento, también los teológicos, persistieron para mí en el mismo plano de puro interés intelectual […] Dios se había convertido en su vivencia primera y última en todo lo visible. ¿Qué otra cosa podría comparársele como contenido vital?” [ii]

Asimismo observamos que para Lou, un problema vital significa un problema anímico. También, ella menciona de viva voz que las relaciones con lo divino nos marcan a perpetuidad, ya sea que las aceptemos o que las neguemos, muchas de las veces corresponden a impulsos tan profundos que en base a éstas generamos un proyecto intelectual o de existencia. En sus escritos pre-psicoanalíticos, ella analiza psicológicamente el asunto y nos modela una visión de «la falta»; cuando ella pierde a su Dios, pierde también la creencia en lo eterno e inmutable, se encuentra sola en el mundo y quiere recuperarlo. En estás reflexiones andaba cuando se encuentra con Paul Reé y Friedrich Nietzsche, los cuales desde diferentes puntos de vista quieren explicar, entre otras cosas, el origen de los sentimientos morales. Sólo que Lou es inquieta, y no se queda a presenciar el florecimiento de la obra de Nietzsche; es su amiga, su interlocutora, su alma gemela, pero se aparta, pues ella no está conforme del todo con su filosofía y decide emprender su propia investigación.

Entonces, en su quinto decenio se encuentra con Freud, el cual le ofrece una visión totalmente diferente acerca del hombre. Él, la transporta al sendero de la psicología profunda y la ofrece respuestas a interrogaciones antes sin contestar. Lou, tiene previos estudios filosóficos y de historia de las religiones, los cuales amasa perfectamente con la teoría freudiana y surge un pensamiento absolutamente potente, que incluso llega a desprenderse de su maestro y alcanza alturas insospechadas.

Es a partir de allí, que ella se percata de que el cielo está en la tierra, que lo divino y nuestra conexión con él se encuentra en nosotros mismos, en nuestra psiquis. Aunque nunca de manera alegórica, sino que aquella es la expresión de nuestro espíritu en el mundo, por lo que la exploración de la mente humana requiere un método serio y concienzudo; un trabajo tal que amerita tanto la observación empírica como la especulación filosófica.

Es así, que Lou Andreas-Salomé localiza que la tragedia primigenia que todos compartimos es el nacer. Es en ese momento, cuando dejamos de ser uno con la madre y 'somos nacidos' también perdemos a Dios, a la integridad. Sólo que para ella, esto no es sólo una mera descripción de la angustia que implica el nacimiento, al contrario, será allí donde se encierra el enigma de la mayoría de nuestros rasgos de personalidad.

Sí, resulta que el psicoanálisis estudia científicamente este proceso, y no sólo se limita a describirlo sino que, irse haciendo sujeto conlleva un desarrollo sumamente complicado para nuestra psiquis y, de no ser por la observación psicoanalítica permanecería en las sombras.

En efecto, cuando somos uno con la madre tenemos absoluto dominio: no carecemos, no conocemos el displacer más que a ratos, pero como por arte de magia desaparece en cuanto lloramos; así, todo es calor, completitud, bienestar. Nótese entonces que no hay gran diferencia entre el vientre materno y el exterior. Si bien, el nacimiento debió haber generado cierto nivel de angustia fue inmediatamente suspendido por los cuidados de la madre y/o sustitutos; lo cual, tan solo nos hizo la imagen de que este evento acrecentó nuestro ser, es decir, si el vientre materno era nuestro límite una vez despojado de éste ya no hay barreras, ahora somos inmensamente grandes e inmensamente omnipotentes, es decir, somos dioses. Quizá, tuvimos que sacrificar el estar refugiados y protegidos en el interior de nuestra madre pero, las ganancias son mucho mayores. Ahora, nos sentimos enormes y mucho más poderosos que antes.

Aunado a lo anterior, quiero exponer lo que Lou Andreas Salomé nos dice en un fragmento de su artículo 'Narcisismo como doble dirección' publicado en 1921 donde, entre otras cosas, nos explica la oculta transformación que todos vivimos al pasar de ser uno con la madre a ser uno con todo. Y es que dicha integración no es cualquier cosa, ello amerita que todavía no somos sujetos; como es obvio, el recién nacido no tiene idea alguna de su individualidad, no se sabe persona, ni se percibe como un cuerpo sino que es parte de todo: uno con todo, como antes lo fue con la madre.

 Hallamos pues, como Lou Andreas Salomé da cuenta de la indivisibilidad primigenia que todos y cada uno de nosotros vivimos, y cuya consecuencia más inmediata es la falta de conciencia de nosotros mismos, ahora lo que surge es una gran incógnita ¿cómo es que llegamos entonces a ser sujetos?

Resulta que esta pregunta ha sido abordada por los filósofos de la modernidad. Pero también por el psicoanálisis.

Entonces, aquí nos centraremos en la respuesta que da a tal cuestión Lou Andreas-Salomé.

Lo primero que hay que enfatizar es la interrogante misma, ya que indagar por la "conformación" del sujeto implica asumir que ser sujeto es un proceso y no un apriori; esto quiere decir que uno no nace individuo, se va haciendo. Ser sujeto, se logra a través de un desarrollo del yo, lo cual, es una fase que todos compartimos.

Es decir, el desarrollo del individuo se da -primero- por medio de la desintegración con la madre y de una segunda desintegración, esta vez, del mundo.

Al momento de nacer me convierto Uno con todo el universo, no hay fronteras físicas para mí. Aunque, en algún momento de mi infancia me doy cuenta que si existen límites corporales, que poseo una consistencia material, lo cual conlleva a una pérdida de extensión de mi ser. Entonces, la verdadera tragedia del ser nacido no es nacer, sino volverse una individualidad; entonces, ganamos una identidad, un Yo, pero perdemos el todo, el ser universales. Pues bien, el tener límites morfológicos nos hace individuos, pero también, nos hace perder la indivisibilidad con el mundo. Ganamos ser personas, pero perdemos Ser uno con todo. Por tanto, hay un cambio de ontología del Todo al Uno, de lo Universal a lo Particular.

Nuestro Ser, ahora que está separado de todo lo demás ya no es ilimitado; por lo que conformarse Yo entraña tanto pérdida y desgracia, como recompensa y gozo. Pero hay un dato más que Lou nos ofrece: de la conformación del Yo surge inmediatamente el Objeto; se entiende entonces que la génesis del Yo como Sujeto implica necesariamente al Objeto, puesto que al diferenciarme del Todo, ahora existe el no-Yo es decir, los objetos.

 Efectivamente, Kant tenía razón en decir que la estética trascendental es condición dada por el sujeto; el psicoanálisis llega a la misma conclusión pero por otra vía: los objetos surgen por medio del placer y el displacer, por tanto son un producto del proceso que atraviesa la libido humana, siendo así que dependen absolutamente del sujeto.

Lou Andreas-Salomé nos regala una imagen preciosa para ejemplificarlo: nos dice que Narciso -el ser de la leyenda- al posarse en el agua no se vio a sí mismo sino al todo, él era uno con la Naturaleza. Es por esto que él quiso tocarse, pues incluso el agua era parte de su ser. No está consiente de su individualidad y por tanto es victima de su propia ilusión. A este proceso, el psicoanálisis y Lou lo llaman acertadamente narcisismo, el cual comienza con la muerte de la integridad y el nacimiento del Sujeto.

Para nuestra psicoanalista, la separación sujeto-objeto es producto de un problema de la libido humana, debo explicar más extensamente el porqué y el cómo, por lo que comenzaré inmediatamente.

El proceso que atravesamos para convertidos sujetos entraña un problema libidinoso sumamente complejo, Freud nos dice en Introducción al narcisismo y otros ensayos que de alguna manera la completitud del sujeto se ve amenazada pues, a pesar de sentirnos universales e íntegros, comenzamos a experimentar sentimientos de displacer debido a que tenemos demasiada energía libidinosa acumulada que no encuentra donde depositarse. Es decir, nuestra libido necesita posarse en algo que no sea ella misma; es entonces que el surgimiento del Yo es de carácter imperativo, el Yo surge para desahogar a la libido en la diferencia, cuya representación sólo puede darse como un objeto.

Entonces, todo lo que no es Yo es objeto libidinoso pues en éste derramamos la energía que acumulamos mientras éramos una integridad total. Por consiguiente, la separación sujeto-objeto se lleva a cabo por medio de un proceso de la libido y no por la vía de la abstracción como lo sostiene la filosofía moderna.

Establecido ya el origen y la separación sujeto-objeto, ¿qué nos queda por demostrar? Las derivaciones: primero que nada, la Universalidad; resulta que, éste estado primigenio al que Freud bautiza como Narcisismo no es sólo una etapa temprana de nuestra vida, su alcance es tanto temporal como espacial, es decir, como todos absolutamente compartimos dicha vivencia, de alguna manera la añoramos y queremos regresar al ella, o al menos a volver a sentir en lo posible, algo parecido. Éste deseo se haya justamente en la inominación, ósea, no tiene un nombre, sólo se siente. Los filósofos metafísico han podido darle un nombre: lo inefable, de lo que no se puede hablar pues está fuera de lo palpable. Y sin embargo, todo hombre que haya sentido un sentimiento de vacío y desamparo ante la inmensidad del mundo, puede constatarlo.

¿Qué hemos hecho con este sentimiento? La ciencia, esa madre que nos da seguridad y un suelo firme, la que nos recuerda que no estamos solos, que podemos dominar el mundo por medio de palabras y símbolos; es ella, la que más nos ha acercado a nuestra original completitud, donde éramos Uno con todo y no nos hacía falta nada; es así que Lou escribe:


"«Valor» equivale simbólicamente a la quintaesencia, al «uno y todo». Un problema de valor es de todos modos siempre y en cada caso, un problema de la libido […] por lo que consideramos a nuestro componente más subjetivo como el más objetivo. Por consiguiente, de toda metafísica que pretenda hacer coincidir «Ser» con «Dios» como principio de valor absoluto […] no sólo esta condicionada narcisísticamente en su manera de pensar, sino que es en sí la imagen filosóficamente elaborada de la unión entre narcisismo y objetividad." [iii]



Retomemos el comienzo, Andreas-Salomé se ciñe a la relación mente-cuerpo y por medio del psicoanálisis da cuenta que dicha separación es la consecuencia de un problema libidinal hasta ahora oculto, uno que proviene de nuestra mente y de nuestro cuerpo, uno llamado narcisismo. Al respecto, Lou nos dice en el mismo artículo:

“Sigue siendo el narcisismo el punto del que se derivan incluso las elaboraciones más espirituales y universales, él, el nacido del cuerpo, vuelve a tener, aunque de otro modo, un suelo real bajo sus pies: la objetividad es el glorioso fin humano que, en definitiva, le hace señas, al narcisismo como desde los sueños de la infancia, en sus condición de Eros transformado y puesto al servicio de la investigación o del progreso, del arte o de la cultura”. [iv]

Acotemos pues que Lou Salomé quiere demostrar con esto la tendencia humana a recuperar la Unidad del todo, y nuestras pretensiones “científicas” siempre estarán enfocadas a la unificación del Yo original; que con la ciencia, pretendemos fundirnos con «aquél mundo perdido»

Por todo lo anterior, afirmamos que lo que intriga preponderantemente a nuestra filósofa y psicoanalista es describir el proceso integrante-humanizante que ejercemos todos nosotros como proyecto de vida, consiguiendo explicar con ello el origen de la religiosidad, del sentimiento artístico y moral; consolidándose tenazmente como filósofa de la cultura, la religión y el arte.

Luego, como la condición de su pensamiento ante todo es la clínica, ella no se limita a la especulación metafísica, acaso ahora tiene que basarse en datos empíricos y afectivos. Con esto último, quiero decir que su reflexión se basa en un nuevo método, el cual emplaza a la enfermedad mental como un objeto de estudio filosófico, por lo que también abre el camino a la interpretación del símbolo, instaurando precisamente allí la nueva fuente de conocimiento del hombre, siendo que aquella había sido hasta su época la entidad menos estudiada por la ciencia y la filosofía.

Ahora, se partirá de la observación a la enfermedad para poder dar cuenta de los complejísimos procesos mentales que atraviesa nuestra psiquis; así como los intrincadísimos senderos que la misma ocupó para expandirse en el mundo. Así, el proceso por el cual plasmamos nuestro interior en el exterior es a lo que Lou llama, la «humanización del mundo» y con esto se cerciora de evitar conciliaciones mente-cuerpo-mundo, más bien nos describe la antropologización que sufre el mundo a través del cuerpo. Salomé nos presenta en el escenario, a los personajes que constituyen la cultura: el hombre y sus deseos más abyectos, lo cuales viven en la mente junto con la razón y cuyos signos se representan en el exterior a manera de extensiones del interior tal como si fueran las sombras en la caverna, sólo que los hilos que nos conectan con el fondo son nuestro cuerpo y las sombras nuestras expresiones culturales, serán éstas las visiones que fulguran externamente, cuando los verdaderos titiriteros y artífices del teatro de sombras se encuentran ocultos tras bambalinas, en nuestro interior libidinal; el que se forma tanto con nuestros sentimientos amorosos y como con los racionales.

Así, la tarea de nuestra filósofa abarca extraordinarias proporciones; ya que el antropologizar al mundo lo dota también de un significado, el único posible para ella: el simbólico.

 El intenso pensamiento de Lou Andreas-Salomé reconoce en la religión la gran manifestación interna, y también la simbolización más elevada; ella nos comenta: “el valor divino, es decir, en el símbolo de todos los símbolos amorosos, hasta el extremo de que Dios, se personifica en él [v]

La cita anterior, nos apunta una vez más a la personificación que ejercemos del entorno, nuestra escritora nos quiere llevar por el camino de la religión y en eso es muy clara: Dios es un símbolo de nuestra libido objetivada, entonces Dios procede de nosotros mismos, luego Dios es una creación que la psiquis y por ende, Él es prueba innegable de una vida diferente a la racional-matemática; es la expresión terrenal del espíritu del hombre, evidencia asequible de la mente en el mundo.

Consecuentemente, para ella el arte y la filosofía, junto con la religión son al mismo tiempo voces que nos hacen escuchar y voltear la mirada hacia la capacidad humana de generar sentimientos eróticos y afectivos, los cuales expulsamos al mundo a manera de símbolo cultural; permitiéndonos permanecer enlazados perpetuamente con el interior, navegando entre el afuera y el adentro.

Se halla aquí, que Louise von Salomé consigue fijar que la relación mente-cuerpo está claramente personificada en la cultura, que la filosofía no había advertido la estructura orgánica que dicho problema ameritaba, ya que dentro de la mente se hallaban también -junto con la razón- las pasiones y deseo; y que no importa cuanto busquemos acoplar a la mente y al cuerpo por medio de sistemas, siempre nos quedará la sensación de no haber profundizado lo suficiente en el problema, pues estamos olvidando lo más importante: la comprensión psíquica y su proyección en el mundo. Ella nos dice:

Freud […] alcanzó a coger al vuelo aquella vida que se hallaba atrapada e indefensa en el quicio de una puerta entreabierta hacia nosotros y sin conseguir evadirse hacia lo meramente orgánico (a donde todo se evade, es decir, donde se convierte en «físico» para nosotros; lo que entiendo, no podemos acompañar de nuestra comprensión psíquica) obligándola a hablar y responder. [vi]

Precisamente, el ingrediente faltante del binomio mente-cuerpo es la libido, en ella se encuentra la llave para mirar las ramificaciones de la razón en el mundo. Como lo dije antes, aquella nos hace simbolizar los pensamientos por medio del cuerpo y el mundo; es decir, comenzamos a sustituir nuestros apetitos terrenales mediante la simbolización y los depositamos en el exterior tamizados por el cuerpo, cuya primera tarea es atravesar anímica y por tanto significativamente el mundo.

La conexión religiosa con el todo, ahora tiene mucho más impacto que antes; el sentimiento de ser Uno con el Cosmos, tiene aquí su construcción máxima y estructural. Con lo anterior, Salomé está siguiendo a su maestro Spinoza, cuya visión cree que embona perfectamente como modelo para explicar la noción que ofrece el psicoanálisis acerca de la cultura. Juntos –Lou y el Baruch- edifican una visión omnipresente de las pasiones; por supuesto que cada uno tenía objetivos diferentes, sólo que ella, al ser segunda en tiempo retoma su temática y la utiliza en hacer más clara su reflexión. Y todavía están por verse las demás señales que nos legó Lou Andreas-Salomé en sus escritos acerca del quien ella llama ‘el filósofo del psicoanálisis’.

Estas han sido a grosso modo, algunas de las líneas generales que hemos desentrañado del intenso pensamiento de Lou Andreas-Salomé; algunas de ellas tan sólo se encuentran señaladas en éste texto, otras tiene una argumentación mucho más extensa dentro de mi tesis de licenciatura; en resumen, podemos concluir que el acercamiento a la obra de Lou Andreas-Salomé ha sido una gran aventura tanto intelectual como personal; que abrió caminos de investigación y expandió horizontes acerca de los problemas filosóficos de finales del siglo XIX y principios del XX; que significó la liberación del olvido para una filósofa seria y propositiva como lo es Lou Salomé; que nos invitó para pensar en la enfermedad mental como herramienta de investigación filosófica y nos aproximo al método filosófico-psicoanalítico de la autora, así como a los cimientos de la tradición psicoanalítica. Hasta pronto.




[i] La psicofísica es una disciplina general, de la cual uno de sus capítulos tiene como objetivo unificar, hasta donde se pueda, la mente y la materia. La biotermodinámica del cerebro es así un capítulo de la psicofísica. Una hipótesis psicofísica es que casi todos (o todos) los aspectos de la mente son una propiedad emergente de la materia; otra hipótesis es que tanto la energía-materia como casi todos (o todos) los aspectos de la mente son propiedades emergentes de la información. La mente es sinónimo de cerebro B. La controversia secular entre ciencias blandas y ciencias duras, sobre el significado profundo de dicha mente, se diluirá con el tiempo en un virtual acuerdo y síntesis. Fuente Glosario de Carlos von der Becker en http://club.telepolis.com/ohcop/psicofis.html.

[ii] Andreas-Salomé, Mirada retrospectiva. Compendio de algunos recuerdos de la vida. Alianza Editorial. Madrid. 1988.

[iii] Andreas-Salomé, El narcisismo como doble dirección. Obras psicoanalíticas. Turquesa Editores. Barcelona.  1982.

[iv] Ibidem.

[v] Ibidem.

[vi] Andreas-Salomé, Aprendiendo con Freud. Diario de un año 1912/1913. Laertes S.A. de Ediciones. Barcelona. 1980.

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