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Nuestro Inframundo “Los 7 infiernos de México”

By : Unknown
Nombre del Autor: Rafael Loret de Mola. 
Abrevando en las huellas ancestrales de los pueblos hispánicos, descubrimos la resistencia de los infiernos que han conducido, desde las entrañas de la tierra, la vida de una nación rebosante de contradicciones, rica en recursos y pobre en políticos; atada al pasado y a la vez visionaria. En siete capítulos se plantean cuáles son los siete infiernos de México, desde el presidencialismo que habita la gran casa, “Xibalbá” para los mayas-, hasta los Halach Winkinil, es decir los futuros gobernantes, que enfrenarán desafíos sin presentes porque los ríos de sangre han rebasado al averno como si fueran el anuncio de los antiguos Apocalipsis. Sólo el vigor de los mexicanos, su resistencia excepcional –mayor a la de cualquier otro pueblo- y su propósito de rectificar la senda andada y torcida, podrán rescatarnos de tantos personajes, descritos uno a uno, dispuestos a servir a los señores del inframundo.
NO ES UNA NOVELA SINO UN ENSAYO FUNDADO EN HECHOS PROBADOS Y EN PROTAGONISTAS DE CARNE Y HUESO, METIDOS EN LA GEOPOLÍTICA ACTUAL.
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Rafael Loret de MolaInformación del autor:
(N. Tampico, Tamaulipas; 25 de octubre de 1952). Es Escritor, periodista y abogado, autor de treinta y dos obras –la mayoría de ellas críticas-, a lo largo de tres décadas. Es periodista de tiempo completo y publica sus columnas, Desafío y Veneno Puro, en cuarenta cotidianos del país. Es un consumado y cotizado conferencista y asiduo a casi todas las Universidades y Tecnológicos del país. Se le considera el crítico por antonomasia del sistema político mexicano.

Estudios

Es hijo del político mexicano Carlos Loret de Mola Mediz quien fue diputado, senador y gobernador de Yucatán, y padre del informador Carlos Loret de Mola Álvarez. Vivió en la ciudad de Chihuahua y poco después se trasladó a la Ciudad de México en donde cursó sus primeros estudios en el Instituto México y en el Centro Universitario México, ambos colegios pertenecientes a la Congregación de los Hermanos Maristas. Realizó estudios en Ciencias Políticas en la Universidad Iberoamericana y obtuvo el título de abogado en la Universidad Nacional Autónoma de México.1

Vida política

En 1976 fue nombrado secretario de gobierno del Ayuntamiento de Mérida encabezado por Federico Granja Ricalde, cargo que ejerció hasta 1977. Ese año fue nombrado gerente de la sucursal de la Lotería Nacional para la Asistencia Pública en la misma ciudad, y desempeñó el puesto hasta 1981.
En las elecciones estatales de 1991, fue candidato del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) para la Presidencia Municipal de Mérida, Yucatán, sin embargo el triunfo fue para la candidata del Partido Acción Nacional (PAN), Ana Rosa Payán. Rafael Loret de Mola se destacó por criticar la política del Partido Revolucionario Institucional (PRI); por tal motivo, salió del país por un periodo aproximado de un año durante el régimen presidencial de Carlos Salinas de Gortari, a quien también criticó.1

Locutor y periodista

Aficionado a la tauromaquia, condujo programas televisivos de corte taurino en la televisión de Yucatán, A los toros y en 1973, Fiesta Brava para el canal 13 en red nacional. Años más tarde, en 1999 y 2000 colaboró para la publicación española Seis Toros Seis.
Comenzó a participar en programas de contenido político: Rumbo, En primer plano y Análisis. En 1981 fue nombrado director fundador del Diario de Irapuato, colaborando también para otros periódicos de Guanajuato y León, así como para el El Norte de Chihuahua. Durante este periodo en Irapuato comenzó su enfrentamiento con las autoridades gubernamentales principalmente del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y cuestionó al entonces gobernador de Guanajuato, Enrique Velasco Ibarra, quien debió renunciar a la Gubernatura en 1985.[cita requerida] En 1986 fue jefe de redacción del semanario Impacto.
Desde 1986, ha sido comentarista de radio, en Monitor de Radio Red, y de Mesas Políticas de la misma emisora. En 1991 condujo Seis en Punto y Hechos y Respuestas para Radio Fórmula.
Como articulista ha colaborado para los periódicos Esto, Unomásuno, Excélsior, La Jornada, El Universal, El Heraldo de México, y El Diario Monitor entre otros, así como para los semanarios Siempre, Quehacer Político, Relativo, Por Esto!, Acierto, Huellas, Viva e Imagen.1

Premios y distinciones

  • El Chimalli de Oro, por la Asociación Mexicana de Editores de Periódicos en 2004.
  • El Azteca de Oro, por la Asociación Mexicana de Periodistas de Radio y Televisión.
  • Ocho Columnas de Oro, otorgado en Guadalajara
  • Premio Quetzal.
  • Medalla Libertad de Expresión, otorgada en Veracruz.
  • Premio Jesús Romero Flores, otorgado en Guanajuato.

Publicaciones

Durante la década de 1990 fue cuando realizó su mayor producción editorial la cual alcanzó altos niveles de ventas en México. En sus libros, hace acusaciones principalmente contra Carlos Salinas de Gortari, Manuel Bartlett Díaz y Víctor Cervera Pacheco, entre otros.
Inicialmente fue partidario del cambio gubernamental encabezado por Vicente Fox en 2000, sin embargo a lo largo de su gobierno se convirtió en uno de sus principales críticos. Sus libros, muchos de los cuales han sido best-sellers, proporcionan información de índole confidencial sobre numerosos actores políticos de México, la cual nunca ha sido desmentida públicamente. En tres ocasiones algunos actores políticos incomodados por las denuncias por él emitidas, han amenazado con denunciarlo,pero se han retractado reconociendo no contar con elementos para proceder en su contra.2
  • Problemática del municipio sin recursos 1976
  • Mano a mano 1976
  • Dos colosos 1978
  • La maraña 1978
  • Denuncia 1986
  • Radiografía de un presidente 1987
  • Las entrañas del poder: secretos de campaña 1991
  • Presidente interino 1993
  • Secretos de estado 1994
  • Sangre política 1994
  • Denuncia, presidente sin palabra 1994
  • Alcobas de palacio 1995
  • Manos sucias 1996
  • Duelo con el poder 1996
  • Galería del poder 1996
  • La agonía del presidente 1997
  • Intereses oscuros 1997
  • El gran simulador 1998
  • Los escándalos 1999
  • La tempestad que viene 2000
  • Los cómplices 2001
  • Confidencias peligrosas 2002
  • Marta 2003
  • Destapes 2004
  • Ciudad Juárez 2005
  • Escenarios 2006
  • Confesiones y penitencias 2007
  • Las tumbas y yo 2008
  • "Si los toros no dieran cornadas" 2009
  • "2012: La Sucesión" 2010
  • "Nuestro Inframundo" (2011)
  • "Sin Redención" (2012)

Controversia al respecto de la muerte de su padre

En 1986 ocurrió la muerte, en circunstancias hasta ahora no aclaradas completamente, de su padre, Carlos Loret de Mola Mediz. La versión oficial dada por el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, fue que el ex gobernador yucateco murió a consecuencia de un accidente automovilístico en el Estado de Guerrero. Sin embargo, Rafael siempre ha sostenido, con abundancia de pruebas aún cuando sus denuncias no han dado lugar a seguimientos judiciales por intereses superiores, que la muerte de su padre fue producto de un asesinato como venganza a su postura crítica. Este último hecho lo convirtió en uno de los más serios críticos políticos del país.[cita requerida]

 




Editorial Jus: Recomendaciones de la semana

By : Unknown

 

 

Vientos de libertad

 

Nombre de la Autora: Lorea Palacios Urquiola. 
La mañana del 16 de julio de 1950, día de la Virgen del Carmen, en un pequeño pueblo pesquero español, nueve hombres a bordo de un pequeño velero se hacen a la mar. No salen de pesca, como podría suponer la gente en la playa. Van a América. Huyen del gobierno español, de Franco, precisamente. En esta larga odisea se enfrentarán primero a la pérdida del motor a los días de viaje, después a sus propios fantasmas, a las rencillas, a la nostalgia y al mar que los azota contra sus propios miedos. Esta novela, basada en una historia de la vida real, narra la gran aventura de aquellos nueve vascos que lucharon por su libertad contra la opresión, los huracanes y finalmente llegaron a México a pedazos pero libres.
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 Información de la autora:

Lorea Palacios Urquiola nació en México en 1982. Estudió comunicación en la Universidad Iberoamericana, fue editora del periódico ocho80 y colaboradora de varias revistas. Vientos de libertad, su primera novela, fue finalista del premio Andrés Irujo 2006 que otorga el gobierno Vasco.

Moral pública y libertad de expresión

Nombre de Autores: Ernesto Villanueva, Perla Gómez Gallardo, Jorge Carpizo. 
En esta obra se integra un conjunto de textos escritos por connotados académicos cuyo hilo conductor gira en torno a la relación entre la moral pública –o la ausencia de ella- y su relación con la libertad de expresión y el derecho a la información. Los ensayos que componen este volumen nos hacen repensar en tema de la importancia de la libertad de expresión y algunos aspectos que lastiman los tejidos éticos y jurídicos de la sociedad. 

 
Información de los autores:
Ernesto Villanueva es doctor en derecho y comunicación. Es investigador titular del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Perla Gómez Gallardo es profesora invitada titular C del Departamento de Estudios Institucionales de la UAM-Cuajimalpa. Jorge Carpizo es investigador emérito de la UNAM.
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Evocaciones del Sabor y del Alma

 

Nombre de la Autora: Arcelia del Carmen Ayup Silveti.   
La cocina es una evocación de sabores, nos dice Arcelia Ayup Silveti. Cocinar es un viaje gastronómico en el que aprendemos a dialogar con la comida, gracicas a las nuevas recetas que aparecen en restaurantes apenas explorados o en la herencia de recetas que pasa de generación en generación. Sin embargo, para Arcelia también se enseña a cocinar y amar la cocina en los libros, con los autores que hablan sobre la comida, que nos regalan amorosamente sus recetas en novelas, cuentos y ensayos. Este libro, estas evocaciones, se conforman con recetas de familia y de restaurantes, pero también con esas recetas que vienen en novelas famosas, “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel es un ejemplo de ello, o bien, recetas de Sor Juana Inés de la Cruz. Arcelia ha escrito un platillo listo para leerse; sabores y aromas que con las letras construyen la gama de sus delicias.
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 Información de la autora:

Lorea Palacios Urquiola nació en México en 1982. Estudió comunicación en la Universidad Iberoamericana, fue editora del periódico ocho80 y colaboradora de varias revistas. Vientos de libertad, su primera novela, fue finalista del premio Andrés Irujo 2006 que otorga el gobierno Vasco.


Entre la palabra y la fantasía de Felipe Garrido

By : Unknown
Había una vez un escritor cuyos personajes se las ingeniaban para hacernos parte de sus vidas, especialmente algunos, porque la literatura y la vida establecen lazos comunicantes que, en ocasiones, suavizan las fronteras entre la realidad y la ficción.
Rita Dromundo Amores**
Al leer los textos contenidos en su libro Conjuros1 y al reencontrar algunos personajes de Garabatos en el agua y de su columna La musa y el garabato, vamos siguiendo la pista de los pequeños universos que estos conforman.
Tratar de analizar la parte subjetiva o efímera, lo que en un instante, o en muchos formó parte de la realidad vivida o imaginada de un escritor, es como tratar de sujetar con alfileres la sombra de Peter Pan pero, como pretendo hablar sobre la obra de Felipe Garrido, trataré de hacer referencia a lo que me parece más significativo. 
Si bien los temas que se tocan en sus cuentos son múltiples, consideramos que entre ellos existen tres líneas temáticas centrales. La primera la conforman los que podríamos llamar relatos de terror; entre estos encontramos los miedos de la infancia, cargados de ingenuidad, como el temor a los monstruos que aparecen al apagar la luz, al pasillo oscuro donde se cree que alguien acecha, a que se caiga el avión si el niño se duerme y los miedos reales como el deseo de escapar, incluso para siempre y la mayor aprehensión: que se alejen temporalmente, o para siempre los padres. Dentro de esos temores un pequeño dragón que acecha a un niño, representa el contrasentido que se manifiesta al no querer sentir miedo, pero a la vez mantener el deseo de que este no desaparezca, como en “La migala” de Arreola.
A este grupo corresponden también los que llamamos “cuentos de oficina” donde personajes sumidos en la rutina experimentan situaciones extraordinarias, desde las divertidas como cuando todos los muebles e implementos de trabajo deciden declararse en huelga, o los papeles pendientes de revisar que se incrementan misteriosamente en un escritorio, hasta los que implican lo inesperado, dentro de lo cotidiano, como la compañera a quien se ha visto todos los días y resulta que es un fantasma.
La ciudad también provee de múltiples motivos para asustarse, como estatuas que cobran vida, el espejo que muestra imágenes ajenas, andenes de los que se sabe no se saldrá, una mujer en el metro quien seduce a los hombres y los vuelve perros.
A veces los miedos son parte de leyendas que involucran personas u objetos: ahogados que regresan y llaman para atraer a quienes pasan, un diablo en forma de gallo, máscaras misteriosas, muertos que regresan, personajes fantásticos como Capora hombre velludo, devorador de ganado y humanos y ao-ao, especie de borrega más grande y el fascinante “doblador de sombras”, quien protege las sombras de las personas, mientras van a cazar jaguares.
En estos textos se produce en ocasiones la sorpresa ante lo inesperado y en otras la confirmación de que lo que se temía era real y está por ocurrir, incluso si lo inesperado es hermoso y produce placer, como el hombre que mira extasiado, con reverencia, la bella invasión de flores la cual pronto, e irremediablemente, lo cubrirá por completo.
En el universo de Felipe, para contrarrestar al miedo existe la intercesión de los santos, algunos muy fuera de los común, como San Frutos, quien vela a los que roban libros, San Avilán responsable de cuidar a los enamorados, San Godardo protector de los gordos, San Martín elegido para evitar a las hormigas, San Cenebrian, mudo que ahuyenta a los demonios tocando un pandero y castañuelas.
La segunda línea temática la integran los relatos que aluden al deseo, a la ilusión y al amor, los cuales también se agrupan en tres tipos:
Los conquistadores en busca de mujeres míticas, como el capitán que perdió la cordura por una con olor a tamarindo, o los hombres convertidos en peces por bellas féminas. La búsqueda de los pueblos o islas que, se dice, habitan solamente hermosas mujeres.
Un marinero y un profesor quienes conversan en una cantina en el malecón, a lo largo de varios días. Su charla entrecortada, escueta, casi siempre dejada inconclusa, gira en torno a lo que es el eje en la vida de ambos, su deseo de vivir. Para el Profesor es su sirena:
Tengo una sirena… Su voz es más dulce que el tumbo de las olas… (20)
Para el marinero su ilusión:
Yo tenía una ilusión… La traía guardada en el bolsillo… (42)
Ambos saben que nunca lograrán alcanzar el objeto de su deseo, pero prefieren nutrirse de él y conservarlo por un hilo delgado, que perderlo.
El tercer tipo se integra con los textos de deseo y a veces amor entre parejas. Estos inician con el amor de la infancia, donde basta la mirada, o un primer beso, para desatar el amor.
No creer, saber que la vida era ir de cojito por el corazón de la tarde promisora de lluvia y de tu risa… (20)
En otros cuentos se intensifica el deseo que cobra tintes sensuales, pero aunque alcancen a desatar la pasión del hombre, las mujeres son inasibles, etéreas o quizá inexistentes:
Ten cuidado…soy menos que espuma… (77)
Amaranta se aparta, se endurece, se esfuma (78).
Alargó los brazos en el lecho vacío (96).
Tú eres una silueta imprecisa, borrada por un borde luminoso...Nada más hay allí. Sólo la luz, el hueco de tu sombra y el velo que la cubre (175).
El amor en la obra de Felipe es como tomar agua con las manos. No se puede retener y permanece por muy poco tiempo, dejando la duda de si fue real o imaginado. Solo en contadas ocasiones se alude al amor realizado, como cuando un hombre ve a su mujer, ya entrada en años y el amor hace que vea su cuerpo como era antes.
En todos estos cuentos el hombre sueña o percibe a la mujer, excepto en un cuento donde él le pide a ella, que no deje de soñarlo, o sea, el soñado es él, a la manera de Borges.
La tercera línea temática la integran relatos donde se muestra la convivencia familiar, en los que convergen personajes muy diversos, incluso el abuelo ya muerto, quien participa desde su retrato. Quienes más destacan son: Martucha y Toña, esta última, especie de maga de la cocina, capaz de elaborar maravillosos platillos que integran verdaderos banquetes, parte imprescindible de la interacción de los personajes, los cuales logran despertar en el lector todos los sentidos y en ocasiones la evocación de recuerdos olfativos al imaginar: la nieve de membrillo, codornices al ajillo, conejo al epazote, crepas de tamarindo y piloncillo, crema de ciruelas. La fuerza de este personaje, quien escucha todo lo que se dice, pero habla poco, aunque es dueña y señora de la cocina, la expresa el narrador en este fragmento:
Toña abrió la puerta de la cocina y entraron a un tiempo la tarde dorada, la lluvia en sordina y el aroma del pato en salsa de mango y tejocote (84).
El personaje más importante de la familia es la Tía Martucha quien, a la menor provocación, narra historias maravillosas, ligadas o no, con lo que se conversa en la mesa. Basta que empiece a fumar, para iniciar la evocación:
Del otro lado del mar…hay una ciudad de prodigio…Y cuando cae la noche la paz y el deseo se trenzan en un abrazo que remeda el del río y la ciudad (12-13).
La conversación es ágil, pues en este grupo de relatos predomina el diálogo. Los personajes conversan, como muchas familias, sobre noticias y chismes, a veces discuten o se critican uno a otro, pero los momentos de tensión siempre se resuelven con el arribo de la comida, o el inicio de una bella historia.
Los cuentos de Felipe Garrido son breves, como un instante luminoso, algunos son el rescate de algo perdido en la mente: Entonces lo recuerdas. Confundido con un sueño, extraviado en la memoria… (10). Sin embargo se van enlazando y el lector va armando las piezas de los rompecabezas que nos propone el autor, va cosiendo las historias de la Tía Martucha, o del profesor y el marinero…
Con una prosa bien escrita y frases poéticas, con dosis de humor y ternura en el tratamiento de sus personajes, nos lleva a mundos y personajes maravillosos, tan fantásticos que parecen reales.
Conocí a Felipe Garrido cuando lo invitó Emmanuel Carballo a nuestra clase de literatura en la maestría, después nos hemos cruzado en espacios diversos, porque nos unen el amor a la literatura y la necedad de querer contribuir a hacer de México un país de lectores.
Su sonrisa, grata conversación, hermosos textos y su perseverancia para incitar a la lectura, han dejado marcadas huellas a su paso, que siguen a su vez a sus grandes amores: Cortázar, Borges, Arreola, Alfonso Reyes...
Por todo ello:
Convocamos y conjuramos a Felipe Garrido a seguir escribiendo y construyendo sueños e ilusiones, a que continúe promoviendo la lectura. Si no lo hace, lo condenamos a ver telenovelas y leer libros malos por la eternidad.

Fuente: http://educa.upn.mx/cultura/num-11/137-entre-la-palabra-y-la-fantasia-de-felipe-garrido

Eros Díler: Fragmentos

By : Unknown
Por Nazul Aramayo
Aquí no existen tristezas
todo se puede arreglar
con el ritmo y su compás en
La Laguna.
—Tropicalísimo Apache, “En La Laguna”

1

Era el año cuando el Santos Laguna ganó su tercer campeonato. Yo quería un poco de la buena, quería una ciudad donde la droga me cayera del cielo sin temerle al ejército, la policía y los narcos. Quería cocaína y la quería pura. En Torreón eso era imposible. Decidí huir. Tenía dinero, ganas y nariz cachonda.
El sol ardía colgado en el cielo azul como los ojos heroicos o enfermos de Kurt Cobain, las porras levantaban polvo afuera del estadio Corona, los coches pitaban henchidos de gloria, Torreón, la Comarca Lagunera se alzaba con el trofeo del Torneo de Clausura del futbol mexicano.
© Lee Miller
Yoselyn y yo corrimos y gritamos como locos. Teníamos tres años de pareja, habíamos pasado por tantas cosas y ahora celebrábamos en la calle, toda la raza fuera de sí, en un frenesí verdiblanco, rolados hasta la madre de mota, gritando, bailando, echando desmadre como Dios manda, en medio del estruendo, la locura y el pisto desbordándose por todos los rincones polvorientos de La Laguna: Torreón, Gómez Palacio, Lerdo, Matamoros, San Pedro y demás municipios, todos en las calles, bajo el solazo, cubiertos apenas con serpentinas y banderas santistas, el futbol era nuestra gloria como si nos dieran un pedazo de nalga de Selena o Cristo y nosotros, convertidos en devotos tex mex judeocristianos, oficiáramos la celebración de la segunda llegada de nuestra puta madre. Pero era el tercer campeonato. Mi chica y yo manejábamos un vocho verde, dueños de nuestro destino lo estrellamos contra un Chevy, reímos, metimos reversa y huimos por entre las calles de la colonia Las Torres.
Pitamos victoriosos y nos lanzamos quemando llanta por más cheve.
Fuimos a de una miscelánea a otra. Nada. Las nubes desfallecían sin aliviar el calor, los perros se refugiaban bajo carros desvielados.
Nada.
La cerveza en toda La Laguna se había acabado.
El lecho seco del río Nazas brillaba como una mesa de disección, cuerpos descabezados esperaban ser descubiertos entre los matorrales, polvo como bruma luminosa y tóxica encendía aureolas en nuestras cabezas, éramos Santos, santisas, futboleros; la sequía nos la venía guanga, éramos campeones.
Y sin embargo, la cerveza se había acabado.

2

Delia, emocionada, me despertó en la mañana con el periódico en la mano. Sonreía dorada por la luz que se colaba por la ventana, las cortinas suspendidas, inmóviles, el aire afónico apenas entraba al pequeño cuarto de paredes cacarizas.
Vi el periódico y me levanté de la cama de inmediato. Embarré mi sudor nocturno al abrazar a Delia.
—Ya no tendremos problemas, nena, somos ricos.
Gané una beca con mi poemario “Me levanté con el condón puesto”, poesía cachonda para morritas de barrio, mis preferidas. Delia se hinchó de gusto, su cabello cayó sobre mi cara, nubes de chanates volaron atravesando el cielo, un beso fresco, sabroso. Sujeté a Delia por las nalgas, no traía calzones, le apreté el culo y le metí el dedo en la vagina ardiente y jugosa.
—Cógeme.
—Jajaja.
—¿De qué te ríes? Ándale, métemela, cógeme.
Le aticé una cachetada marranera mientras, con la otra mano, desenfundaba la verga y se la metía. Sus ojos se pusieron en blanco. Sus labios se abrieron como una flor bajo la lluvia; brillantes, lúbricos, gozosos hicimos el amor sin condón. Le eché un chorro de semen en su jeta abierta, todavía colorada por el putazo con el que la callé.
—Deja voy por unas caguamas y yerba, mi amor, hay que celebrarlo machín.
Me vestí. Ella se acostó nuevamente. Vi su boca abierta con un hilo de baba colgando, su vagina una pequeña laguna sexual y primitiva. Besé su frente y salí.
Subí al vocho y me lancé hacia la Pancho Villa, a menos de diez minutos de camino. Así que ahora era un poeta reconocido por el Estado. Un joven creador mantenido por el gobierno. Un poeta que se metería yerba, soda y caguamas heladas mientras hacía el amor con su morra, encerrados en el cuarto, protegidos del calor, un pequeño cielo azul y cacarizo de droga y sexo, frescura y sabor. El paraíso.
Un poeta que se metería yerba, soda y caguamas heladas mientras hacía el amor con su morra, encerrados en el cuarto, protegidos del calor, un pequeño cielo azul y cacarizo de droga y sexo, frescura y sabor. El paraíso.
Llegué a la esquina donde los morros despachaban, unos parados, otros pichoneando con la morrita, fumando yerba o esnifando soda, cada quien en su pedo. Me detuve frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe, una pintura aparecida para indicar los puntos de vendimia de droga en las colonias, la virgen y la luna bajo sus pies, veladoras de marihuana y piedra siempre prendidas para protegerlos del ejército y los federales. Virgen santa, qué buenas piernas las de la morra malviajada en el suelo, cubiertas de polvo negro y cochambre, sus nalgas abultadas en su punto de ebullición parecían reventar el short de mezclilla.
Se acercó un bato. Playera y pantalón exageradamente holgados, tumbados, cachucha con el signo de dólar bien brillosote. Ojos vidriosos, boca seca, labios partidos, piel morena, una lagartija apenas erguida sobre el pavimento:
—¿Cuánto quieres, pareja?
—Un tostón de yerba y un pase.
—Cámara.
El bato caminó al interior de la colonia. Los ojos de la virgen me miraban, risas ancladas en la esquina. Atrás de mi vocho esperaban dos autos. No había tráfico. Calma, tranquilidad de láminas calientes y radiantes. Pasó una patrulla de la policía municipal. Ni nos voltearon a ver.
El morro regresó con las bolsitas ziploc de yerba y soda.
—¿Qué pedo? ¿Es todo? Apenas me va a alcanzar pa forjarme dos o tres churros.
—Si te estoy dando más, pareja, qué pasó.
—Antes daban más. ¿Ya no venden a granel?
—Nel, puras bolsitas.
Hacía meses que no compraba mota. Cómo habían cambiado las cosas.
—Al menos espero que esté buena la soda.
—Puro veneno, pareja.
Metí las bolsas en la guantera. Encendí el motor.
—Ahí le encargo pa mi chesco, ¿no?
Le di cinco varos y me largué quemando llanta.
De regreso compré las guamas. Delia seguía dormida echada en la cama, desnuda y sudada; olor a semen y jugos vaginales apagaron el olor exótico de la marihuana.
Vacié la soda sobre la mesa y forjé unas líneas. Me metí dos de inmediato. Puro pinche veneno, sí, pero para ratas. Empiné la caguama y le di un trago profundo para apagar el ardor de la soda cortada. Comencé a sudar como puerco.
¿Esto era lo que un poeta merecía? En Torreón sí. Alguna vez con el Espanto Jr. probé soda colombiana casi sin cortar, casi pura, casi el paraíso. Una chulada. Tenía un sabor dulce y un aspecto cremoso, una vitalidad explosiva, lucidez infernal.
Desperté a Delia una vez armado el churro. Sin abrir los ojos le dio un trago profundo a la caguama, luego, un toque. Ésa era mi nena.
—Ven y abrázame.
Me desvestí y la abracé, acostados, chiclosos, bebiendo y fumando, la tarde se desvanecía en ceniza. Nos levantamos y bailamos cumbión, entre el humo de mota y el compás acelerado de nuestro barrio. Delia flotaba, se deslizaba por el piso como el rocío por la piel verde de una hoja dulce y tropical.
La noche ardía sobre un cenicero. Era fin de semana. Domingo de buenas noticias.

3

© Georges Franju
Llegué temprano al trabajo. El centro de la ciudad se levantaba de su resaca de futbol: papeles verdes y blancos por los suelos, latas de cerveza vacías atoradas en los desagües, carros con los vidrios pintados con porras al Santos, el sol lagañoso no terminaba por levantarse de los cerros pelones, cama de púas y pañales cagados. La calle olía a orines, vagabundos, indígenas, niños y viejos naufragaban en las esquinas y en los aparadores de los negocios.
Abrimos a las diez de la mañana y ya teníamos un par de jóvenes esperando a que les vendiéramos sábanas para forjarse unos churros mañaneros. Los atendí con gusto. Veinticinco baros.
—Subió un chingo. ¿Y los más baras, jefe?
No era lo único que había subido. El precio, la vejez, los impuestos, la comida, la medicina, la cocaína, el colesterol, el transporte, las muertes, la marihuana, las inundaciones de aguas negras; mierda flotaba en la superficie.
Barrí, limpié vitrinas, acomodé playeras y me paré en el umbral de la puerta a mirar a las nenas que pasaban por la calle. Colegialas y señoras, morritas sudorosas. Trabajaba en una tienda de playeras rockeras y accesorios juveniles, papeles para la mota, pipas para la piedra y dosificadores para la soda. Ahí le caía toda la raza.
Un par de morras entraron. Se les veía hasta los huesos, la muerte asomaba por su pecho, escotes mortuorios liberaban tatuajes de la Santa Muerte incrustada entre sus tetas morenas, sonreían al vacío con un par de dientes plateados, pelos retorcidos salían de sus respectivas narices cocainómanas. Querían biblias para la yesca y una pipa de vidrio para la piedra. Les ofrecí lo mejor. Sostuvieron los artículos entre sus manos huesudas adornadas con anillos de calaveras con brillos rojos en los oclayos promisorios. Un carro pasó pitando, el aire, atropellado, lanzó una ráfaga de frescura alborotando los cabellos güeros de mis chicas de inframundo. Pagaron y se despidieron de mí. De nuevo fui al umbral de la puerta y las divisé. Nalgas y tetas de la muerte se elevaron con el resplandor del sol, un par de zopilotes danzando y desapareciendo en el poniente, donde algún día nació Torreón.
Mi jefe me pidió que fuera a comprarle unos lonches de adobada con aguacate. Caminé por la Juárez hasta la esquina de la Acuña. Por los aparadores vi a las mamacitas despachando al cliente, empleadas de los negocios enchuladas en mezclilla y blusas sin mangas y amplios escotes, cuando no atendían al cliente escuchaban música en su celular, entreabriendo la boca y mirando el techo o el horizonte. Alguna vez Delia fue una despachadora.
El estanquillo estaba repleto. Había cola larga y hambrienta. Esperé media hora por cuatro lonches.
El día transcurrió en la misma tonada. Playeras, sábanas, piercings, pulseras, colguijes, pipas, inciensos para la Santa Muerte, oraciones a la Virgen de Guadalupe, canciones de Nirvana y Pink Floyd, a lo lejos la música de Chicos de Barrio y los Primeritos de Colombia.
Llegó Delia. Cerró la puerta y quedamos los dos juntos abrasados por las sombras hirvientes. Platicamos un rato. No teníamos mucho ánimo de estar juntos pero éramos nuestro último consuelo, el último rincón del mundo donde podíamos refugiarnos; juntos, pegaditos, nuestra piel sudorosa latiendo fresca al separarse uno del otro.
Regresé a casa. Delia seguía en la universidad. Estudiaba sociología en la universidad del estado. El calor latía entre las sombras, abrí el refri y saqué una caguama helada. Bebí un trago profundo, animal, aplaqué la sed y el ardor imposible, me desplomé sobre el sillón; bebí a oscuras. La caguama sudaba bajo luz lánguida que se colaba por la ventana sin cortinas ni mosquitero. Pensé en lo que haría cuando recibiera la beca, los poemas que escribiría, las nenas que pedirían una dedicación, un agasaje, un churro conmigo, las publicaciones, las cervezas que me invitarían, las meseras que conquistaría con unos versos matones en la servilleta, conquistaría putas, besaría sus labios cachondos, sudorosos, rodeados de pequeñas arrugas y bigotes espolvoreados con maquillaje y cocaína.
Llegó Delia. Cerró la puerta y quedamos los dos juntos abrasados por las sombras hirvientes. Platicamos un rato. No teníamos mucho ánimo de estar juntos pero éramos nuestro último consuelo, el último rincón del mundo donde podíamos refugiarnos; juntos, pegaditos, nuestra piel sudorosa latiendo fresca al separarse uno del otro.

4

Espanto Jr. y Don Cápsulo llegaron a la tienda. Mediodía. Se veían jodidos y con los ojos más brillosos que el sol, manos temblorosas marcaban el ritmo de un guajiro alucinado.
—Ese, Cleti, venimos por un piquito.
Espanto Jr., poeta de la fritanga y narrador de la épica tripera de la tifoidea, era un tipo parecido a un panda y un marrano, ojillos vidriosos y trompita parada dispuesta a la injuria. Repitió al ver mi sorpresa y mi mirada de reojo al jefe.
—Una puntita nomás, andamos en el desmadre desde ayer.
—Aquí no tengo, pero a la hora de la comida vamos a mi casa. Tengo un gramo.
Don Cápsulo, poeta inconsolable, borracho lírico y cocodrilo de la pluma trasnochada. Oriundo de Sinaloa, la droga de América, Don Cápsulo era un cabrón largo y flaco, de lentes y boina eterna. Escupió su urgencia.
—Vamos ahorita, dile a tu jefe.
Se metió a la tienda y saludó al jefe, le dijo que ahorita me regresaban, que iban por unos libros a mi casa. Mi jefe creyó todo.
Nos trepamos en el Pointer azul y nos lanzamos por las avenidas anchas y desiertas de Torreón, atravesamos el centro de un chingazo, dimos vuelta la Plaza de Armas y llegamos a mi chante. Delia había salido con sus abuelos, necesitaba dinero.
Alineamos la soda sobre el comedor de vidrio. Líneas gruesas y largas, serpientes blancas, polvorosas, llenas de veneno y excitación, sabrosura. Se nos hizo agua la nariz. Inhalamos tres rayas cada uno. Afuera, la ciudad en llamas, ladridos de perros, reclamos de esposas.
Nos echamos unas cheves que traían en el carro. Me regresaron a la tienda antes que Delia llegara a la casa.
Esperé la noche como perro rabioso.

5

© Helmut Newton
Noche en la Comarca. Llegué del trabajo y Delia estaba pisteando con sus amigos. Cumbias, risas, botellas burbujeantes, cerveza fluía por la sonrisa universitaria de mi nena. Estaba fastidiado, abrí la cerveza y miré su abertura nebulosa como si pidiera un oráculo. Bebí hasta el fondo.
Delia se acercó cariñosa, sonriente y malhablada, caminó entre bailarines y botellas para llegar a mí, abrazarme y escupir.
—Ora, cabroncito, anímate, échate otra.
Recordé la gente entrando y saliendo del negocio, polvo brillando suspendido en el umbral de la puerta, piernas tatemadas, duras, resplandecientes, niñas mamacitas, mujeres de un lado a otro, levantando basura y polvo a su paso grácil. Gente en el negocio, batos gediondos, pelos duros, caras grasientas atizadas de cemento. Sopor y asfixia. En la noche era un trapo con ganas de cerveza y cama, un trapo bañado con gasolina.
—Tranquila, nena, tengo sueño.
Se dio la vuelta y fue por otra cerveza. La abrió con sus muelas, escupió la corcholata y me la aventó a la cara.
—Nomás cuando tú quieres, ¿verdad, pendejo? Nomás tú y tu tiempo, tú y tus cosas, no tienes tiempo para mí.
—Bájale a tu pinche pedo, Delia, no quiero problemas.
Me empiné otra cheve y la bebí de un trago. Claridad, noche de hojas arrulladas por autos a exceso de velocidad. Amigos en la sala y en el patio nos miraban de reojo.
—Yo sí te doy tu espacio, te dejo escribir, te quiero, te comprendo y tú no puedes ni pasar una noche a gusto conmigo.
—No mames, Delia, estoy cansado, no me chingues.
Aventé la botella vacía por la ventana. Oímos el cristal descalabrándose contra el pavimento. Salí de la casa.
Delia gritó y me siguió descompuesta.
—Sólo empiezas a tomar y te pones muy machín, ¿verdad?
Se aferró a mi brazo, jalándome.
—Ahora me mandas a la verga, ¿o qué?, nomás te digo la verdad, te encabronas y te vas.
La jalé y la tiré al suelo, cayó sobre sus nalgas de mezclilla azul.
—No vales verga, pinche puta.
Me di la vuelta, ella se levantó y me tiró un putazo en la espalda.
—No quiero volver a verte.
Me metí al vocho y me fui en chinga.
Necesitaba un pericazo, un aliviane.
Manejé por el bulevar Revolución hasta el bar Premiere. Entré al baño, un cholo meaba a mi lado. Le pedí un pase; me roló su bolsita sin voltear a verme.
—Llégale, pareja.
El Premiere ardía en neón y cumbia. Las ficheras bailaban a veinte pesos la pieza mientras mandaban mensajes por celular cuando las abrazaban de cartoncito. Luces negras, cheves heladas, grupo musical invitando al pichoneo, el mundo parecía, por un momento, un lugar habitable. Pensé en Delia, inevitablemente. Allá afuera había cholos en bicicleta esperando a que sus damas terminaran de fichar. ¿Podríamos vivir así?
De regreso a casa me seguía una camioneta de la policía. Eran las cinco de la madrugada. Me detuve en un semáforo en rojo. Pensé en cuánto dinero traía en la cartera. Después de diez horas de trabajo diarias durante seis días a la semana, siempre me preguntaba por qué me faltaba varo para un trago el fin de semana. Las cosas estaban a punto de cambiar con mi beca. El semáforo cambió a verde y arranqué; la camioneta prendió sus luces y me pitó. Eran dos policías municipales, la escoria más baja del poder judicial.
—Inspección de rutina, joven.
El otro me bajó del vocho y me bolseó, sacó las monedas y la cartera de mi pantalón.
—¿Qué pasó, qué hice, oficial?
Algunos carros pasaban a madres, se oía el zumbido del viento.
Uno contaba el dinero.
—Trae aliento alcohólico, tiene que acompañarnos.
Estaba a dos cuadras de la casa. Traté de explicarles mi situación, mi trabajo. No mencioné que era poeta.
—Además, usted anda drogado.
—Pero devuélvame mi dinero, oficial.
El otro se metió en la camioneta y encendió el motor.
—Pues ése es su problema.
Sacó los billetes de mi cartera, el dinero de una semana de trabajo.
—Así le hacemos o viene con nosotros a la Colón.
No tenía ganas de caer en el bote. Quería regresar con Delia y dormir abrazado a ella, sintiendo sus nalgas cálidas arrullando mi pene. Me sentía lleno de coraje, impotencia, rabia. Los polis subieron a su troca y se fueron quemando llanta.
—Ojalá los maten.
La casa estaba vacía. El arbotante volcaba su luz por la ventana, una bruma gris de cigarro y vapores de cheve brillaba sobre latas vacías, charcos, ceniza, vidrios rotos. Delia dormía en el cuarto. Me acosté junto a ella y la abracé. De su boca abierta colgaba espuma y baba. La abracé con fuerza, sentí su sangre tibia galopando por sus venas, escuché los latidos de su piel dormida; deseé estar así con ella para siempre, que nos apoyáramos para salir adelante en esta ciudad de mierda. No estaba arrepentido de haberla humillado.
Por la mañana se dejó acariciar y besar. Cogimos muy sabroso, como se coge cuando engañas o humillas.
Compré gorditas y almorzamos. Silencio. Tarde lenta y dolorosa. No veía la hora en que el sol terminaría de rodar sobre el cielo hasta hundirse en las colonias viejas de Torreón.
Al día siguiente, antes de ir a trabajar:
—Ya no quiero verte, Cleti, bueno, sí quiero pero no, ¿me entiendes? No puedo verte. No sé por cuánto tiempo. ®

Fuente: http://revistareplicante.com/eros-diler/

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