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Posted by : Unknown lunes, 25 de marzo de 2013

Había una vez un escritor cuyos personajes se las ingeniaban para hacernos parte de sus vidas, especialmente algunos, porque la literatura y la vida establecen lazos comunicantes que, en ocasiones, suavizan las fronteras entre la realidad y la ficción.

Rita Dromundo Amores**
Al leer los textos contenidos en su libro Conjuros1 y al reencontrar algunos personajes de Garabatos en el agua y de su columna La musa y el garabato, vamos siguiendo la pista de los pequeños universos que estos conforman.
Tratar de analizar la parte subjetiva o efímera, lo que en un instante, o en muchos formó parte de la realidad vivida o imaginada de un escritor, es como tratar de sujetar con alfileres la sombra de Peter Pan pero, como pretendo hablar sobre la obra de Felipe Garrido, trataré de hacer referencia a lo que me parece más significativo. 
Si bien los temas que se tocan en sus cuentos son múltiples, consideramos que entre ellos existen tres líneas temáticas centrales. La primera la conforman los que podríamos llamar relatos de terror; entre estos encontramos los miedos de la infancia, cargados de ingenuidad, como el temor a los monstruos que aparecen al apagar la luz, al pasillo oscuro donde se cree que alguien acecha, a que se caiga el avión si el niño se duerme y los miedos reales como el deseo de escapar, incluso para siempre y la mayor aprehensión: que se alejen temporalmente, o para siempre los padres. Dentro de esos temores un pequeño dragón que acecha a un niño, representa el contrasentido que se manifiesta al no querer sentir miedo, pero a la vez mantener el deseo de que este no desaparezca, como en “La migala” de Arreola.
A este grupo corresponden también los que llamamos “cuentos de oficina” donde personajes sumidos en la rutina experimentan situaciones extraordinarias, desde las divertidas como cuando todos los muebles e implementos de trabajo deciden declararse en huelga, o los papeles pendientes de revisar que se incrementan misteriosamente en un escritorio, hasta los que implican lo inesperado, dentro de lo cotidiano, como la compañera a quien se ha visto todos los días y resulta que es un fantasma.
La ciudad también provee de múltiples motivos para asustarse, como estatuas que cobran vida, el espejo que muestra imágenes ajenas, andenes de los que se sabe no se saldrá, una mujer en el metro quien seduce a los hombres y los vuelve perros.
A veces los miedos son parte de leyendas que involucran personas u objetos: ahogados que regresan y llaman para atraer a quienes pasan, un diablo en forma de gallo, máscaras misteriosas, muertos que regresan, personajes fantásticos como Capora hombre velludo, devorador de ganado y humanos y ao-ao, especie de borrega más grande y el fascinante “doblador de sombras”, quien protege las sombras de las personas, mientras van a cazar jaguares.
En estos textos se produce en ocasiones la sorpresa ante lo inesperado y en otras la confirmación de que lo que se temía era real y está por ocurrir, incluso si lo inesperado es hermoso y produce placer, como el hombre que mira extasiado, con reverencia, la bella invasión de flores la cual pronto, e irremediablemente, lo cubrirá por completo.
En el universo de Felipe, para contrarrestar al miedo existe la intercesión de los santos, algunos muy fuera de los común, como San Frutos, quien vela a los que roban libros, San Avilán responsable de cuidar a los enamorados, San Godardo protector de los gordos, San Martín elegido para evitar a las hormigas, San Cenebrian, mudo que ahuyenta a los demonios tocando un pandero y castañuelas.
La segunda línea temática la integran los relatos que aluden al deseo, a la ilusión y al amor, los cuales también se agrupan en tres tipos:
Los conquistadores en busca de mujeres míticas, como el capitán que perdió la cordura por una con olor a tamarindo, o los hombres convertidos en peces por bellas féminas. La búsqueda de los pueblos o islas que, se dice, habitan solamente hermosas mujeres.
Un marinero y un profesor quienes conversan en una cantina en el malecón, a lo largo de varios días. Su charla entrecortada, escueta, casi siempre dejada inconclusa, gira en torno a lo que es el eje en la vida de ambos, su deseo de vivir. Para el Profesor es su sirena:
Tengo una sirena… Su voz es más dulce que el tumbo de las olas… (20)
Para el marinero su ilusión:
Yo tenía una ilusión… La traía guardada en el bolsillo… (42)
Ambos saben que nunca lograrán alcanzar el objeto de su deseo, pero prefieren nutrirse de él y conservarlo por un hilo delgado, que perderlo.
El tercer tipo se integra con los textos de deseo y a veces amor entre parejas. Estos inician con el amor de la infancia, donde basta la mirada, o un primer beso, para desatar el amor.
No creer, saber que la vida era ir de cojito por el corazón de la tarde promisora de lluvia y de tu risa… (20)
En otros cuentos se intensifica el deseo que cobra tintes sensuales, pero aunque alcancen a desatar la pasión del hombre, las mujeres son inasibles, etéreas o quizá inexistentes:
Ten cuidado…soy menos que espuma… (77)
Amaranta se aparta, se endurece, se esfuma (78).
Alargó los brazos en el lecho vacío (96).
Tú eres una silueta imprecisa, borrada por un borde luminoso...Nada más hay allí. Sólo la luz, el hueco de tu sombra y el velo que la cubre (175).
El amor en la obra de Felipe es como tomar agua con las manos. No se puede retener y permanece por muy poco tiempo, dejando la duda de si fue real o imaginado. Solo en contadas ocasiones se alude al amor realizado, como cuando un hombre ve a su mujer, ya entrada en años y el amor hace que vea su cuerpo como era antes.
En todos estos cuentos el hombre sueña o percibe a la mujer, excepto en un cuento donde él le pide a ella, que no deje de soñarlo, o sea, el soñado es él, a la manera de Borges.
La tercera línea temática la integran relatos donde se muestra la convivencia familiar, en los que convergen personajes muy diversos, incluso el abuelo ya muerto, quien participa desde su retrato. Quienes más destacan son: Martucha y Toña, esta última, especie de maga de la cocina, capaz de elaborar maravillosos platillos que integran verdaderos banquetes, parte imprescindible de la interacción de los personajes, los cuales logran despertar en el lector todos los sentidos y en ocasiones la evocación de recuerdos olfativos al imaginar: la nieve de membrillo, codornices al ajillo, conejo al epazote, crepas de tamarindo y piloncillo, crema de ciruelas. La fuerza de este personaje, quien escucha todo lo que se dice, pero habla poco, aunque es dueña y señora de la cocina, la expresa el narrador en este fragmento:
Toña abrió la puerta de la cocina y entraron a un tiempo la tarde dorada, la lluvia en sordina y el aroma del pato en salsa de mango y tejocote (84).
El personaje más importante de la familia es la Tía Martucha quien, a la menor provocación, narra historias maravillosas, ligadas o no, con lo que se conversa en la mesa. Basta que empiece a fumar, para iniciar la evocación:
Del otro lado del mar…hay una ciudad de prodigio…Y cuando cae la noche la paz y el deseo se trenzan en un abrazo que remeda el del río y la ciudad (12-13).
La conversación es ágil, pues en este grupo de relatos predomina el diálogo. Los personajes conversan, como muchas familias, sobre noticias y chismes, a veces discuten o se critican uno a otro, pero los momentos de tensión siempre se resuelven con el arribo de la comida, o el inicio de una bella historia.
Los cuentos de Felipe Garrido son breves, como un instante luminoso, algunos son el rescate de algo perdido en la mente: Entonces lo recuerdas. Confundido con un sueño, extraviado en la memoria… (10). Sin embargo se van enlazando y el lector va armando las piezas de los rompecabezas que nos propone el autor, va cosiendo las historias de la Tía Martucha, o del profesor y el marinero…
Con una prosa bien escrita y frases poéticas, con dosis de humor y ternura en el tratamiento de sus personajes, nos lleva a mundos y personajes maravillosos, tan fantásticos que parecen reales.
Conocí a Felipe Garrido cuando lo invitó Emmanuel Carballo a nuestra clase de literatura en la maestría, después nos hemos cruzado en espacios diversos, porque nos unen el amor a la literatura y la necedad de querer contribuir a hacer de México un país de lectores.
Su sonrisa, grata conversación, hermosos textos y su perseverancia para incitar a la lectura, han dejado marcadas huellas a su paso, que siguen a su vez a sus grandes amores: Cortázar, Borges, Arreola, Alfonso Reyes...
Por todo ello:
Convocamos y conjuramos a Felipe Garrido a seguir escribiendo y construyendo sueños e ilusiones, a que continúe promoviendo la lectura. Si no lo hace, lo condenamos a ver telenovelas y leer libros malos por la eternidad.

Fuente: http://educa.upn.mx/cultura/num-11/137-entre-la-palabra-y-la-fantasia-de-felipe-garrido

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