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Horacio Convertini: “Cuando escribo para chicos busco que haya un mensaje”

By : Unknown
Ganó el Premio Sigmar de Literatura Infantil y Juvenil. El año pasado ganó un concurso por una novela policial. A los chicos, dice, los trata mejor.
"Iba caminando al colegio. No recuerdo si pensaba en algo o si solo tenía la mente en blanco. Tarareaba una canción desconocida que había escuchado en la radio la noche anterior. Y pateaba un pequeño canto rodado de color bermellón. Los ojos puestos en el destino de la piedra tras el puntinazo, apenas eso. De golpe, tuve la sensación de que algo malo estaba por pasar”.
Así comienza la novela del escritor y periodista Horacio Convertini, Terror en Diablo Perdido, que acaba de ganar el Premio Sigmar de Literatura Infantil, dotado con 23.000 pesos.
La novela cuenta la historia de unos chicos que tienen que ir a un concurso de narración en un pueblo vecino. Antes del viaje, uno de ellos recibe la visita del fantasma de una nena que le dice que no viaje. Todo se relacionará con una leyenda del pueblo que habla de un gaucho que hizo un pacto con el diablo para poder saquear a placer. A cambio, él le daría la vida de tres chicos.
A Convertini –que actualmente dirige el diario MUY, y que se define como “concursante serial” y “lector de colectivo”– definitivamente lo tocó la varita de una musa. En 2012, su novela La soledad del mal (Eduvim), se llevó el Premio Azabache de novela negra; El refuerzo (Puntocero), ganó el accésit al Premio de Novela Corta Gabriel Sijé en España, en 2008 y su libro de relatos Los que están afuer a (Paradiso), ganó el segundo premio en la categoría de cuentos del Fondo Nacional de las Artes en 2008.
La leyenda de los invencibles (SM) y La noche que salvé al universo (Sigmar), sus otras novelas infantiles, fueron finalistas del Premio Barco de Vapor en 2010 y Sigmar 2009, respectivamente.
Escribe una hora por día y casi no necesita dormir.
–¿Cómo se lleva esto de ganar tantos premios?
–Soy un concursante serial, es la manera de tener visibilidad y poder publicar. Me siento contento por los premios, pero tengo claro que tomar un concurso como medida de la calidad literaria es un error, esto es una lotería, hay que tomarlo deportivamente.
–¿Cuál es la diferencia entre escribir para chicos y escribir para adultos?
–Para chicos busco que haya algún tipo de mensaje moral, con los adultos eso no me interesa. Con los chicos, busco cierto tono melancólico y de acercamiento emotivo a los personajes. Los trato mejor que a mis personajes adultos. En mis personajes infantiles hay siempre una pizca de heroísmo, amistad y solidaridad.
–¿Cómo hacés para escribir tanto y a la vez dirigir un diario?
–La mayoría de mi producción es previa a la dirección de MUY, lo tenía casi todo en un cajón. Lo que hago diariamente es corregir cosas que ya tenía. Desde que dirijo el diario, escribir cosas nuevas se complica más. De todos modos, duermo poco y tengo una ayuda formidable en mi casa, mi mujer me barre todo el frente. La verdad es que paso demasiado tiempo enchufado a la realidad y la literatura me desconecta.
Convertini no para: ahora está a a punto de presentar en Venezuela su última novela New Pompey, que aún tardará un tiempo en llegar a la Argentina.


Mi otro yo pornógrafo

By : Unknown


Después de la crisis del 2001, tras dedicar su juventud a estudiar cine en un país que no da trabajo a quien no tiene plata ni (seamos justos) desborda de talento, el protagonista de Mundo porno, Juan Manuel Candal, encuentra como forma de resistir la miseria (una miseria en la que tiene tv por cable y alquila en Palermo) hacer asistencia de dirección y cámara para Michel Pervy International Inc. Michel Pervy es el nombre de fantasía del hábil estafador Marcelo Trotta; la International Inc., la productora porno a la que Juan es enganchado en una escalada de responsabilidades cuya aceptación está disimulada por la sutileza del seductor y por la dura cara de la necesidad: la voluntad de Juan no parece intervenir cuando termina editando en una noche lo que es casi imposible y poniendo su propio equipo al servicio de Michel Pervy; tampoco cuando termina colocando las luces, empuñando la cámara en castings ventajeros ni, en definitiva, cuando se vuelve un engranaje central en el mundo porno que rodea a su corruptor.
En la perspectiva moral de esta novela, el porno puede aparecer como una opción ventajosa en la ecuación entre el tiempo entregado al trabajo y el grado de humillación de la tarea, hasta que un muchacho como uno entra en la industria y tiene que ver de cerca los maltratos machistas, las drogas y las chantadas a las que son expuestas mujeres que alternan la debilidad y la indefensión con la dureza de la calle. El narrador rechaza los planteos del progresista “bobo” que piensa que las mujeres aún son objeto de violencia de género (perspectiva demodé según Candal, que es varón) o que los homosexuales son una minoría oprimida (tema viejo según Candal, que es heterosexual). Pero esta especie de rebeldía ante la moral de su clase y su tiempo no termina más allá del bien y del mal, si no en un ethos de barrio que lo empuja a salvar a las chicas con quijotadas, a repudiar el porno como lo haría un presentador de noticiero y a considerar que el más terrible crimen que Trotta comete contra sí mismo y los otros es ser (en palabras de Candal) un “pedazo de puto reprimido”.
El lector termina por descubrir que el narrador se miente a sí mismo al relativizar su responsabilidad, que comprende poco de ese mundo exactamente extraño que se esconde al otro lado y detrás de la lente del porno porque no puede ir más allá (los “apuntes para una pornosofía” de la novela son a veces banales, a veces inexactos), y que se esfuerza por encontrar en un caso testigo fatal la confirmación de un juicio que había hecho antes de comenzar su aventura (que, para ser justos, es de lectura amena y mezcla con éxito los tonos de la novela de iniciación y el thriller). Sería una elección inobjetable (construir un narrador que entiende menos que el lector), pero lo que complica las cosas en Mundo porno es la identidad de los nombres del escritor y el narrador y el aire autoficcional de la novela: acá, Humbert Humbert también firma en la tapa del libro.

Vida y obra: David Foster Wallace

By : Unknown

A fines del invierno boreal de 1996 apareció en las librerías de los Estados Unidos una novela gigante – la imagen de la tapa era de un cielo alegremente nublado. El título, en la parte superior de la portada y en una letra semitransparente, apenas se podía leer. En cambio, el nombre del autor —David Foster Wallace— en enormes letras negras y en mayúscula, ocupaba casi toda la superficie de la tapa. Si eras un avezado seguidor de las letras contemporáneas entonces, con seguridad  habrías oído hablar de Wallace, aunque posiblemente no lo hubieses leído. Wallace publicó una novela, bien recibida por la crítica pero poco vendida, en 1987 (The Broom of the System) y una colección de cuentos en 1989 (The Girl with Curious Hair). Pero si estabas allí, parado en una librería en 1996 —en Boston o Nueva York, o donde fuera que hubiese librerías buenas— viendo una enorme y prolija pila hecha de ejemplares de la nueva novela, Infinite Jest, te habrías preguntado un tanto perplejo, ¿Quién es este tipo?No faltaba mucho para que lo supieras. Infinite Jest (La broma infinita) hizo definitivamente famoso a Wallace, que en ese momento tenía 33 años. Ahora, casi dos décadas después, se puede afirmar sin dudas que es la última gran novela del Siglo XX.

Al igual que En búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust o Ulises de James Joyce, La broma infinita es uno de esos libros sobre los que todo el mundo habla sin haberlo leído necesariamente. Intimida por varios motivos. Primero, son más de mil páginas. Segundo, la narración está repleta de pies de página (388, para ser exactos), las cuales son un pequeño libro en sí mismo. Además, su reputación de “clásico moderno” —y de material de lectura predilecta entre la gente cool y los hipsters— le juega en contra. Un lector virgen podría acercarse a La broma infinita con una actitud seria y reverencial. Sería un gran error, porque es una novela profundamente cómica e irreverente.

Por más compleja que parezca en un vistazo inicial, La broma infinita no es una novela complicada. Situada en un futuro cercano, en el cual Canadá, los Estados Unidos y México se han unido en un superpaís -en el que los años tienen el nombre de sponsors comerciales- relata tres mundos que se cruzan y se intercalan. Uno es el de una academia de tenis en un pueblo muy cercano a Boston. Otro es el de los miembros de una casa de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos que esta ubicada muy cerca de la academia de tenis. El tercero es el que componen la búsqueda de dos agentes secretos canadienses, que -ubicados en el desierto de Arizona- buscan una película que se distribuye clandestinamente en videocasete. Esa película se llama, justamente, La broma infinita, y es literalmente mortal. Nadie la visto porque cualquiera que la ve se queda tan hipnotizado que no puede hacer nada salvo mirarla y termina por morir delante del televisor.

Sin entrar en detalles, y dirigiéndonos principalmente a lectores ansiosos pero temerosos de leer la novela, podemos asegurarles que es, antes que cualquier otra cosa, una novela muy divertida. No es un libro pretencioso que exhibe la erudición del autor. Tiene algo de Salinger y algo de Pynchon. Sería imposible filmarla, pero alguien que podría hacerle justicia –por lo menos al fragmento de la academia de tenis- es Wes Anderson. Tiene ese tipo de bello hiperrealismo y humor discreto y bizarro. Es absurda y a la vez realista. Trata enormes temas —como el agotamiento de la imaginación en una cultura bombardeada por incesantes entretenimientos vacuos, o las gigantescas dificultades de salir de la adicción — pero al mismo tiempo, es una novela cómica, de las pocas que te puede hacer reír a carcajadas: como Tristram Shandy o La conjura de los necios. Además tiene un enorme elenco de personajes menores cuyos nombres, solamente, inspiran ternura y risa: Ortho Stice, Gerhardt Schtitt, LaMont Chu, Gene Fackelmann, Petropolis Kahn, Mildrid M. Bonk, Stokely Darkstar, y Madame Psychosis, para nombrar solo algunos.

David Foster Wallace se crió en una casa alegre, en Champaign, Illinois, junto con una hermana menor, y dos padres muy intelectuales. Su padre, un profesor de filosofía en la universidad d e Illinois, fue alumno de un alumno de Wittgenstein. De adolescente Wallace era buen atleta – abandonó el futbol americano (porque no le gustaba golpear a las personas) por el tenis (fue un jugador poco ortodoxo pero muy bueno). Le gustaba la marihuana y era excelente alumno. Fue a la universidad de su padre, Amherst, pero se sintió muy solo, aunque tenía un grupo de amigos íntimos. Acosado por una violenta depresión volvió a su casa después del primer año de estudio. Un año después, volvió a Amherst y terminó recibiéndose con los más altos honores, estudiando filosofía y literatura. Su tesis para letras fue una novela, que terminó siendo, unos años después, su primera novela publicada. Hace poco se editó también su tesis para el grado de filosofía.

Wallace luego asistió a la universidad de Arizona para hacer un posgrado en escritura creativa. Allí se convirtió en un alumno difícil – de los que desprecian a los profesores por idiotas. Esos idiotas, por su parte, lo despreciaban a él –hasta que publicó The Broom of the System. El resto de la vida de Wallace, aparte de escribir, fue marcado por la vida universitaria (fue profesor), la adicción a las drogas (de la cual se recuperó) y la depresión (que nunca lo abandonó).

Tras un intento de vivir de la escritura en Boston y drogarse y beber a niveles autodestructivos, recibió una beca completa para el programa doctoral de filosofía en Harvard. Duró poco tiempo. Acosado por otra violenta depresión, fue a los servicios médicos de la facultad para avisarles que tenía miedo de matarse. Fue internado inmediatamente en el hospital psiquiátrico McClean, (donde también se habían internado escritores como Sylvia Plath, Robert Lowell y Anne Sexton). Se recuperó, pero la depresión estuvo en el centro de su vida siempre y, al final, fue también la causa de su muerte.

Salvo unos breves intervalos en los que se dedicó exclusivamente a escribir, Wallace se ganó la vida dando clases universitarias de escritura creativa. Pero el antes y después de su vida fue la publicación de La broma infinita. Entre 1996 –la fecha de publicación de su mayor obra- y el 2008, el año de su muerte, Wallace escribió cuentos y brillantes crónicas periodísticas, pero su meta siempre fue volver a la novela. Tal vez no solo lo agotó el éxito de La broma infinita, sino que agotó todo su material autobiográfico en ese libro. De hecho, para escribir su novela póstuma –e incompleta- estudió contabilidad por años. El rey pálido se trata de un agente de la oficina de recaudación de impuestos de los Estados Unidos. Wallace pudo hacer de un tema tan árido una novela bella – pero nunca lo convenció. Describió su esfuerzo por escribirla como un intento por armar una casa de tablones de madera liviana en una enorme tormenta de viento.


Hoy David Foster Wallace tendría 51 años recién cumplidos (nació el 21 Febrero de 1962). En estos tiempos de prolongada juventud, es una buena edad para ser un autor. Cormac McCarthy, Philip Roth y Thomas Pynchon escribieron grandes libros después de sus 50 años. Pero David Foster Wallace solo llegó hasta los 46.

El 12 de septiembre del 2008 se suicidó —ahorcándose en el garaje de su hogar en California, donde tenía su estudio. Aparentemente, había ordenado sus papeles y archivos meticulosamente antes del acto final.

Visto desde afuera, la muerte de David Foster Wallace parece totalmente innecesaria. Hasta el final fue una persona muy amada, no solamente por sus lectores, sino por su círculo íntimo: sus alumnos, sus padres, su hermana y su esposa. Los libros de Foster Wallace, además, son libros llenos de alegría. De alegría existencial, de alegría narrativa (la alegría de contar cuentos) y de alegría intelectual. Y sin embargo, al mismo tiempo  —dado el terrible final de David Foster Wallace— están atravesadas por una aplastante tristeza.

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