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Posted by : Unknown miércoles, 17 de abril de 2013



Después de la crisis del 2001, tras dedicar su juventud a estudiar cine en un país que no da trabajo a quien no tiene plata ni (seamos justos) desborda de talento, el protagonista de Mundo porno, Juan Manuel Candal, encuentra como forma de resistir la miseria (una miseria en la que tiene tv por cable y alquila en Palermo) hacer asistencia de dirección y cámara para Michel Pervy International Inc. Michel Pervy es el nombre de fantasía del hábil estafador Marcelo Trotta; la International Inc., la productora porno a la que Juan es enganchado en una escalada de responsabilidades cuya aceptación está disimulada por la sutileza del seductor y por la dura cara de la necesidad: la voluntad de Juan no parece intervenir cuando termina editando en una noche lo que es casi imposible y poniendo su propio equipo al servicio de Michel Pervy; tampoco cuando termina colocando las luces, empuñando la cámara en castings ventajeros ni, en definitiva, cuando se vuelve un engranaje central en el mundo porno que rodea a su corruptor.
En la perspectiva moral de esta novela, el porno puede aparecer como una opción ventajosa en la ecuación entre el tiempo entregado al trabajo y el grado de humillación de la tarea, hasta que un muchacho como uno entra en la industria y tiene que ver de cerca los maltratos machistas, las drogas y las chantadas a las que son expuestas mujeres que alternan la debilidad y la indefensión con la dureza de la calle. El narrador rechaza los planteos del progresista “bobo” que piensa que las mujeres aún son objeto de violencia de género (perspectiva demodé según Candal, que es varón) o que los homosexuales son una minoría oprimida (tema viejo según Candal, que es heterosexual). Pero esta especie de rebeldía ante la moral de su clase y su tiempo no termina más allá del bien y del mal, si no en un ethos de barrio que lo empuja a salvar a las chicas con quijotadas, a repudiar el porno como lo haría un presentador de noticiero y a considerar que el más terrible crimen que Trotta comete contra sí mismo y los otros es ser (en palabras de Candal) un “pedazo de puto reprimido”.
El lector termina por descubrir que el narrador se miente a sí mismo al relativizar su responsabilidad, que comprende poco de ese mundo exactamente extraño que se esconde al otro lado y detrás de la lente del porno porque no puede ir más allá (los “apuntes para una pornosofía” de la novela son a veces banales, a veces inexactos), y que se esfuerza por encontrar en un caso testigo fatal la confirmación de un juicio que había hecho antes de comenzar su aventura (que, para ser justos, es de lectura amena y mezcla con éxito los tonos de la novela de iniciación y el thriller). Sería una elección inobjetable (construir un narrador que entiende menos que el lector), pero lo que complica las cosas en Mundo porno es la identidad de los nombres del escritor y el narrador y el aire autoficcional de la novela: acá, Humbert Humbert también firma en la tapa del libro.

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