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CÓMO LEER (MEJOR) EN VOZ ALTA Una guía para contagiar la afición a leer Felipe Garrido
By : UnknownNada más provechoso puede hacerse para mejorar en todos sus órdenes la vida nacional, que multiplicar los lectores, fomentar la afición a leer diarios, revistas y, sobre todo, libros. Tarea enorme y difícil en la que mucha gente trabaja y que no puede llevarse a cabo en poco tiempo.
Este
folleto expone algunos argumentos a favor de lo que es el método más eficaz
para formar buenos lectores: la lectura en voz alta. Asimismo, ofrece una guía
para mejorar esa actividad y facilitar la orientación de las primeras lecturas.
Está dirigido básicamente a los padres y a los maestros, que son quienes pueden
trabajar con más provecho en la formación de lectores, pero también podrá
auxiliar a los coordinadores y promotores de Rincones de Lectura, grupos,
clubes, centros y talleres de lectura que se formen en escuelas, bibliotecas,
casas de la cultura, centros deportivos y de trabajo, y cualquier otro lugar
donde haya gente que quiera leer. Está escrito atendiendo en primer lugar a las
circunstancias de los niños, pero casi todo lo que dice puede ser adaptado para
servir a quienes se inician como lectores en la edad adulta.
Para redactarlo se han aprovechado
sugerencias y lecturas, inspiraciones y estudios de escritores, editores,
bibliotecarios, promotores, investigadores y maestros. Sería injusto no
reconocer y agradecer la participación directa o a través de sus publicaciones
de, por lo menos, en estricto orden alfabético, Jesús Anaya Rosique, Ana
Arenzana, Juan José Arreola, Alejandro Aura, Richard Bamberger, Gabriela
Becerra, Gloria Elena Bernal, Gerardo Ciriani, Mireya Cueto, Isabel de De la
Mora, Alfonso de Maria y Campos, Aureliano García, Carmen García Moreno,
Ricardo Garibay, Daniel Goldin, Pilar Gómez, Javier Guerrero, John Manning,
Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Carlos Pellicer López, Sebastián Plá
Elena Poniatowska, Becky Rubinstein, René Solís, Elías Trabulse, Arturo Trejo
Villafuerte, Jim Trelase y Gabriel Zaid.
Felipe Garrido
Centro de Enseñanza para Extranjeros, UNAM
Rincones de Lectura, SEP
En
los últimos años, la mayor parte de los mexicanos ha sido alfabetizada; es
decir, ha aprendido a leer y escribir, al menos en forma rudimentaria. En la
actualidad, sin embargo, unas doce o trece de cada cien personas mayores de ocho
años todavía son analfabetas. Eso significa que, en principio, hay más de 60
millones de mexicanos capaces de leer y escribir.
Los
lectores habituales, sin embargo, son pocos, y los lectores de libros son
todavía muchos menos. Relativamente, abundan quienes leen diarios, revistas,
fotonovelas, historietas... Se calcula que unos doce millones de personas
suelen comprar esta clase de publicaciones. En cambio, se estima que hay apenas
poco más de medio millón de compradores de libros.
¿Es
malo leer fotonovelas o historietas? No. Lo malo es que alguien no sea capaz de
leer nada que vaya más allá de las fotonovelas y las historietas. Que no tenga
la costumbre de leer un texto más o menos largo, de páginas completas, en lugar
de las frases elementales de los globitos, donde no hay espacio para
profundizar en las ideas, en la información ni en la naturaleza de los
personajes.
Quien
está tan acostumbrado a leer sólo fotonovelas, historietas y otras
publicaciones por el estilo, que no puede leer textos más extensos y
complicados, en realidad nunca ha aprendido a leer de a de veras.
¿Qué
es leer de a de veras? ¿Quién es un lector auténtico? En primer lugar, es
alguien que lee por voluntad propia, porque sabe que leyendo puede encontrar
respuestas a sus necesidades de información, de capacitación, de formación, y
también por el puro gusto, por el puro placer de leer.
¿Qué
significa el gusto, el placer de leer? Significa que se ha descubierto que la
lectura es una parte importante de la vida; que la lectura es una fuente de
experiencias, emociones y afectos; que puede consolarnos, darnos energías,
inspirarnos. Significa que se ha descubierto el enorme poder de evocación que
tienen la lectura. Que alguien lea por puro gusto, por el placer de leer, es la
prueba definitiva de que realmente es un buen lector, de que tiene la afición
de leer.
Hay
más de catorce millones de niños en primaria que cada día tienen en las manos
por lo menos el libro único de texto. Hay millón y medio de estudiantes de
nivel superior. Si incluimos uno y otro extremos, hay en total unos veintitrés
millones de estudiantes que leen y consultan muchos libros de texto. Estas
personas, ¿no son lectores?
En
realidad, la mayoría de ellos no lo son. Casi siempre los libros de texto se
leen sólo por obligación, y por lo mismo leen mal, sin comprenderlos bien, sin
que cumplan con su función más importante, que sería abrir nuevos horizontes.
Por eso la mayoría de los estudiantes, aunque pasen muchos años en la escuela y
consulten o lean muchos libros de texto, finalmente no se convierten en
lectores auténticos.
Además,
al salir de primaria la mayor parte de los niños no tienen libros ni revistas
en su casa, ni están acostumbrados a conseguirlos en una biblioteca, de manera
que difícilmente pueden seguir leyendo.
En
consecuencia, pocos estudiantes llegan a leer bien y a aprovechar bien lo que
estudian. Pueden repetir las palabras del texto, pueden memorizarlas; pero no
pueden comprender ni sentir lo que leen. No han aprendido a relacionar la
lectura con sus experiencias y sus emociones. Leen solamente de afuera hacia
adentro; no han aprendido a invertir el proceso y leer también de adentro hacia
fuera. Y esta es la segunda condición para que alguien sea un lector auténtico:
debe entender y sentir lo que lee. Debe estar acostumbrado a leer de tal manera
que no simplemente pase los ojos por encima de las palabras, sino que
establezca con la página escrita una relación suficiente para no dejar ninguna
duda, para vincularse intelectual y emotivamente con el texto.
¿Cómo
puede aprenderse a leer de esta manera? Hay un solo camino: se aprende a leer
leyendo. Las habilidades que necesita el lector se forman con la propia
lectura. La enseñanza de la lectura no puede reducirse a la simple
alfabetización, a la mera adquisición de la habilidad de reconocer las letras y
las palabras; debe incluir el desarrollo de la capacidad de entender y sentir
el texto, así como de la afición a la buena lectura.
El
lector auténtico se reconoce porque lee por su propia voluntad, porque
comprende y siente lo que lee, porque le gusta y necesita leer.
Leer
significa adquirir experiencias e información; ser activo. Se lee atribuyendo a
los signos escritos o impresos un sentido; se lee organizando las palabras, las
frases y la totalidad de una obra en unidades de significado. Por otra parte,
este proceso contribuye enormemente al desarrollo de las facultades del
intelecto, las emociones y la imaginación.
Para
lograr una buena lectura hace falta seguir, sentir y comprender el texto no por
las palabras sueltas, sino combinando las frases, los párrafos, las secciones o
capítulos en unidades de significado cada vez más amplias, hasta llegar a la
comprensión de una obra en su totalidad. Un lector ya formado realiza esta
operación de manera inconsciente, pero los lectores que comienzan y los que
todavía no son suficientemente expertos necesitan ayuda para acostumbrarse a
reconocer las unidades de significado.
Se
mejora la lectura cuando se aprende a dar sentido a más palabras y frases, a
más noticias, sentimientos, emociones e ideas; es decir, cuando se aprende a
reconocer con mayor rapidez y profundidad unidades de significado. Esto se
consigue al hallar esas palabras y frases, esas noticias, ideas, sentimientos y
emociones muchas veces, en contextos diferentes, y al reconocer en ellos
conocimientos y experiencias que ya se tienen, ya se han pensado, sentido y
vivido.
Sólo
quien lee mucho llega a ser buen lector. Los conocimientos, las expectativas y
las experiencias de cada persona desempeñan un papel decisivo en esta tarea.
Para cada lector, la lectura de un mismo texto se vuelve algo personal.
Mejorar
la lectura aumenta la capacidad de aprendizaje, favorece el desarrollo del
lenguaje, la concentración, el raciocinio, la memoria, la personalidad, la
sensibilidad y la intuición. Mejorar la lectura nos muestra la diversidad del
mundo y hace más amplios nuestros horizontes. Mejorar la lectura nos ayuda a
vivir mejor.
¿Cómo
pueden formarse buenos lectores? Sólo si las personas aprenden a leer por su
gusto y voluntad; si se aficionan a leer; si logran descubrir que la lectura
es, antes que nada, una actividad gozosa, un medio que nos ayuda a entendernos
y a entender a los demás. Entonces leerán mejor y podrán recibir los beneficios
de la lectura misma, podrán estudiar, informarse, gozar... Leerán mejor con
cualquier propósito y aprovecharán plenamente sus lecturas.
¿Puede
sustituirse la lectura con otras actividades? No. Porque la lectura no es
solamente una manera de adquirir conocimientos e información; la lectura es un
ejercicio de muchas facultades: la concentración, la deducción, el análisis, la
abstracción, la imaginación, el sentimiento. Quien no lee deja de ejercitar
estas facultades, y no solamente las va perdiendo, sino que también dejará de
tener muchos buenos ratos.
La
lectura voluntaria, la lectura por gusto, por placer, no se enseña como una
lección, sino se transmite, se contagia como todas las aficiones.
La
lectura por gusto se contagia con el ejemplo; leyendo en voz alta. Hay que leer
en familia, en la escuela, en la biblioteca, en los lugares de trabajo, de
reunión. Hay que leer con la gente que uno quiere y aprecia, en voz alta, por
el puro placer de hacerlo.
Si
los padres leyeran a sus hijos quince minutos cada día; si los maestros leyeran
a sus alumnos quince minutos cada día —no para estudiar, sino por gusto, por
divertirse—; si lográramos fundar muchos Rincones y talleres de lectura para
niños, para jóvenes y para adultos, en todo el país; si consiguiéramos aumentar
drásticamente el número de lectores auténticos en México, produciríamos la más
importante revolución educativa, cultural y social de nuestra historia.
Para
leer con los hijos, con los alumnos, con los amigos, con los compañeros de
trabajo, hace falta que los padres, los maestros, los bibliotecarios, los
promotores de clubes, centros, grupos y talleres de lectura sean ellos mismo
lectores, que estén interesados en comunicar su gusto por la lectura, y
dispuestos a dedicar ganas y tiempo a esta actividad.
Padres,
maestros, bibliotecarios y promotores deben conocer las habilidades, gustos y
antipatías de sus hijos, alumnos y compañeros, para saber qué deben leerles;
deben contar con una variedad de materiales de lectura y tener acceso a un
acervo de libros o a una biblioteca apropiados; estar conscientes de sus fallas
y de sus logros; trabajar intensamente para hacerse cada vez mejores lectores.
Es decir, también ellos deben leer todos los días y buscar que sus lecturas
sean cada vez de mayor calidad.
Si
usted tiene hijos pequeños o alumnos o puede formar un grupo de lectura, busque
un libro fascinante y comience a leer en voz alta hoy mismo. Podrá ayudarlos a
convertirse en lectores. Reforzará sus lazos de afecto e interés. Tendrá una
actividad íntima y amistosa con ellos. Tendrá un poderoso instrumento para
reforzar la unidad de su familia o de su grupo. No tendrá de qué arrepentirse.
Lo menos que usted puede hacer, si no tiene otras personas con quién leer, es
ocuparse de su propia carrera de lector.
Casi
todo lo aprendemos por imitación: caminar, hablar, leer, echarse clavados o
jugar dominó. Si los padres y los maestros leen en voz alta con sus hijos y con
sus alumnos; si los promotores de Rincones de Lectura y de clubes, centros y
talleres insisten en esta práctica, les inculcarán a quienes los escuchan, por
imitación, la curiosidad, el interés, el cuidado, el amor, el gusto por la
lectura.
Mientras
más temprano entren los niños en contacto con los libros, mejor. Ningún niño es
demasiado pequeño para jugar con los libros ni para escuchar lo que se le lea.
Nada tiene de malo que los niños jueguen con libros; lo más importante es que
se familiaricen con ellos. En todo caso, hay que cuidar qué libros se ponen en
sus manos.
Conviene
que los niños muy pequeños se acostumbren a escuchar la voz de los padres y
maestros, pues así desarrollarán una actitud positiva hacia los libros.
Asociarán la lectura con un momento de calma y seguridad en que se encuentran
rodeados de cariño y atención. La lectura en voz alta puede ser una forma de
caricia y de arrullo.
Hay
más de tres millones de niños que asisten a centros de educación preescolar.
Todos los días, estos niños deberían estar en contacto con libros y con otros
materiales impresos, en la escuela y en el hogar.
Lea
con sus hijos o con sus alumnos o con sus compañeros libros que le interesen y
le gusten y que usted intuya que pueden entretener y gustar a sus hijos o a sus
alumnos de inmediato, sin complicaciones. Si un libro le aburre a usted, lo más
probable es que fastidie también a los niños y a los lectores menos
experimentados.
Lean
en voz alta a sus hijos o a sus alumnos con la mayor frecuencia posible. Lo
ideal es que la lectura, como las comidas, sea todos los días. En los Rincones,
los talleres y los grupos de lectura las sesiones deben ser al menos una vez
por semana, pues la repetición, la frecuentación de una actividad es lo que va
formando un hábito, una afición.
Trate
de establecer un momento fijo para la lectura en voz alta. Después de la merienda
o antes de dormir, en la casa. Al comenzar o al terminar la jornada, en la
escuela. Así, el tiempo de lectura se irá convirtiendo en un momento especial,
previsible y esperado. Leer juntos, comentar lo que se lee, ayudará a todos a
comprender las lecturas y a expresarse.
El
gusto por la lectura no es un problema exclusivo de los maestros de español ni
de literatura. Es una oportunidad y una necesidad de todos los maestros y de
todos los padres de familia, porque casi todo lo aprendemos leyendo.
El
gusto por la lectura no es un problema exclusivo de las mamás y de las
maestras. Los niños necesitan asociar la lectura también con los papás y con
los maestros.
No
presione a los niños ni les pida que estén quietos o callados, permítales
reaccionar a la lectura —también en la escuela pueden reírse o asustarse o
asombrarse. Permítales expresarse. Déjelos hablar y escribir. Si quiere, deles
papel, lápices, piezas de madera para que estén ocupados durante la lectura. El
arte de escuchar y de comprender lo que se escucha se desarrolla con el tiempo.
No espere resultados de un día para otro.
Empiece
leyendo textos cortos y vaya alargándolos poco a poco para que aumente la
capacidad de atención de quienes lo escuchan. Cuando llegue a libros más
extensos, lea una parte por día hasta terminarlos.
No
empiece a leer una obra sin conocerla; podría suceder que a media lectura
descubra que no es suficientemente interesante o que resulta inconveniente para
determinado grupo. Si finalmente un libro termina por ser aburrido, déjelo de
lado. La lectura debe ser, sobre todas las cosas, una ocupación gozosa. No tema
experimentar con otros libros que usted crea interesantes.
Trate
de dar expresión a la voz, para que se comprenda el sentido de la lectura.
Dramatice un poquito los diálogos. Ajuste el ritmo a la acción de la historia.
Subraye ligeramente los sentimientos expresados. Siga el sentido que marcan los
signos de puntuación. En los momentos más emocionantes, lea más despacio o más
de prisa, según haga falta, para crear una atmósfera de suspenso y acrecentar
el interés. Ajuste el ritmo, el tono y el volumen a las necesidades del relato.
No tengo prisa por terminar (Es posible que, al principio, todo esto le cueste
trabajo. No se desespere. Siga leyendo en voz alta. Con la práctica, cada vez
lo irá haciendo mejor.)
Para
dar la entonación, el volumen y el ritmo que cada lectura necesite, lo más
importante es haberla comprendido. Con las inflexiones de la voz, con las
pausas, con el ritmo se le da intención a la lectura y se hace comprensible el
texto.
Siempre
que salga, tenga un libro a la mano, sobre todo si va con niños. Los viajes,
las salas de espera, los transportes públicos, las colas pueden ser lugares y
ocasiones propicios para leer.
Ponga
el ejemplo. Si los demás lo ven leer, lo imitarán; aprenderán a tratar los
libros, a leer con sentido, a compartir su interés, su entusiasmo y su
curiosidad. Aprenderán a hablar y a escribir sobre lo que escuchan y lo que
leen. Responda con buen ánimo y detalladamente toda pregunta que suscite la
lectura.
La
influencia del ambiente familiar y escolar es decisiva para los intereses de
los jóvenes. Es muy importante la cantidad y el tipo de libros a que tiene
acceso el niño. Mientras mayor sea la variedad, mejor para ellos. La lectura de
obras literarias ejerce una gran influencia en el desarrollo del lenguaje; es
el único medio para formar el buen gusto de los lectores, y un recurso
invaluable para explorar y conocer, en su sentido más amplio, la naturaleza de
los seres humanos.
En
ningún lugar el lenguaje se utiliza de manera más amplia, más rica, más
compleja, más llena de significados que en las obras literarias. Un lector que
no disfruta los cuentos, las novelas, los ensayos, el teatro y la poesía es un
lector a medias.
La
posibilidad de reconocer o de proyectar en los personajes de ficción
necesidades y deseos reprimidos en la vida real desempeña un papel decisivo en
el interés por un libro, para todo lector. El suspenso, una trama emocionante,
el humor, la intensidad y la agilidad del libro son siempre importantes para
los niños y para los jóvenes.
Para
interesar a los lectores en formación, hay que buscar libros que correspondan a
su nivel; que les interesen; que traten de sus preocupaciones y problemas, que
les permitan identificarse con los personajes, proyectar sus propios deseos y
esperanza. Libros que se ocupen de explorar las necesidades fundamentales de
los seres humanos —compañía, seguridad, amor—; que provoquen emociones,
ofrezcan experiencias y ejerciten el intelecto.
Una
persona alfabetizada —niño o adulto— puede repetir cada palabra de una página
sin entender lo que dice, como sucede cuando leemos sobre una materia o en una
lengua que desconocemos. Esa clase de lectura desaliente a cualquiera y no
sirve de nada.
Muchos
niños —y adultos— no leen libros porque los primeros dos o tres que trataron de
leer fueron demasiado difíciles para ellos.
Muchos
niños —y adultos no leen libros porque no saben leer bien, porque no entienden
lo que leen; y no pueden leer bien ni entender lo que leen porque no han leído
suficientes libros. Hay que romper este círculo vicioso ayudándolos a que
encuentren lecturas a su alcance, que tengan interés y sentido para ellos. Leer
es un modo de madurar fisiológica y culturalmente.
Los
libros más difíciles no forman los mejores lectores si no se leen a su debido
tiempo. Los mejores lectores son los que ha leído más libros, en un camino de
superación, leyendo materiales que tengan cada vez mayor calidad. Los mejores
lectores son quienes han tenido mayor oportunidad para disfrutar libros
suficientemente accesibles, que les han dado más confianza y seguridad. Esos
lectores ya se irán ocupando de libros cada vez más difíciles.
En
general, un libro es más difícil de leer mientras tenga más niveles de
significado, más planos descriptivos y narrativos; mientras profundice más en
los temas que toca.
Lo
más importante es cuidar que la lectura sea interesante: que responda a los
intereses básicos de los lectores y se pueda entender. Nadie encontrará
interesante lo que no entiende.
Una
clasificación sencilla de los intereses fundamentales de los lectores es la
siguiente: 1)los que prefieren lo fantástico, lo mágico, lo maravilloso; 2)los
que se inclinan por el realismo y rechazan las fantasías; 3)los interesados en
los aspectos intelectuales, los razonamientos y el sentido moral, y 4)los que
encuentran placer en el lenguaje mismo. Estos intereses pueden encontrarse
combinados en cada lector.
Es
importante que los lectores incipientes aprendan a poner en tela de juicio lo
que leen. Una lectura crítica puede y debe desarrollarse desde muy temprana
edad.
La
cantidad de libros leídos es el factor decisivo en la pedagogía de la lectura.
Mientras más libros diferentes y de calidad se lean, mejores serán los
lectores. Un libro de calidad significa un libro que exige un esfuerzo del
lector —pero es importante que ese esfuerzo no sea desmedido, que esté al
alcance de quien leen.
Anime
al niño —y al adulto— para que tenga su pequeña o su gran biblioteca personal,
con libros regalados y con libros que cada quien, incluso los niños, debe
comprar con su propio dinero.
Conviene
que usted hable con sus hijos, sus alumnos, sus compañeros; que les cuente historias;
que lea con ellos en voz alta todas las veces que sea posible. Que les permita
hablar, contar historias, leer con usted. Hablar y escribir, escuchar y leer
son actividades íntimamente relacionadas. No puede leer quien no comprenda lo
que se le cuenta. No puede escribir quien no sea capaz de expresarse hablando.
Lea
fragmentos a sus hijos, sus alumnos, sus compañeros, y luego deje que ellos
terminen por su cuenta.
Participe
en las lecturas de sus hijos, sus alumnos, sus compañeros. Platique con ellos
acerca de lo que han leído y sobre sus experiencias como lectores.
Haga
que, en una historia, sus hijos, sus alumnos, sus compañeros lean las partes de
los diferentes personajes y del narrador. Lea con ellos de esta manera las
obras de teatro.
Acostumbre
a sus hijos, sus alumnos, sus compañeros a visitar, conocer y utilizar las
bibliotecas y las librerías.
Llegado
el momento, estimule en sus hijos, sus alumnos, sus compañeros, la lectura
personal, en silencio.
Un
ejercicio de utilidad probada en escuelas y talleres de lectura es el
siguiente: el maestro o el coordinador cuenta la tercera parte de una historia.
En seguida lee en voz alta unas cuantas páginas. A continuación pide que cada
quien continúe con la lectura en silencio. Unos diez o quince minutos antes de
terminar la clase o la sesión de organiza una discusión sobre cómo puede
concluir la historia y cada quien propone un final.
¿Cuál
es el final que imaginó el autor? Para descubrirlo, cada quien termina de leer
en casa. Una o dos semanas después se vuelve a discutir el texto en grupo. Lo
habitual es que se haya leído con interés y que todo el mundo participe con
entusiasmo, pues cada quien tiene algo que decir.
Vale
la pena repetirlo: a leer se aprende leyendo. Únicamente la lectura de libros nos
enseña a reconocer las unidades de significado. Únicamente la lectura de
libros, de muchos libros, forma los buenos lectores.
Los
lectores de libros disponen de treinta a cuarenta veces más palabras —para
pensar, para expresarse, para comprender— que quienes leen solamente materiales
demasiado sencillos.
Hace
falta que le prestigio de la lectura aumente, en toda la sociedad. Una vez que
esto se haya logrado, nadie seguirá considerando la enseñanza de la lectura
como la simple alfabetización, o como algo prescindible, sino como la
adquisición de un medio esencial para obtener experiencias e información de
modo voluntario y gozoso.
La
lectura es una actividad placentera que contribuye de manera muy importante al
enriquecimiento espiritual y cultural, a la consolidación de la identidad
personal y nacional. La lectura es la más útil herramienta para el estudio, el
trabajo y la superación personal.
La
lectura no es una materia de estudio, sino una herramienta para la evocación,
una experiencia vital que transforma al lector. Memorizar una lectura no
significa comprenderla.
La
finalidad última de la lectura en voz alta es formar buenos lectores, que lean
libros por su cuenta. Y lo mejor es empezar temprano. Hay que poner los libros
en manos de los niños desde su más tierna edad. Un libro es un buen juguete.
En
el camino que va de la lectura de los padres y los maestros a la que el niño hace
por él mismo, pueden distinguirse varias etapas (las recomendaciones de edades
son aproximadas; un niño que sea buen lector puede adelantarse a estas
indicaciones):
1.
La fase de los libros ilustrados (desde le nacimiento hasta los cuatro o cinco
años). Después de los tres o cuatro años, el niño comienza a interesarse en la
trama de los cuentos, y hay que contárselos y leérselos. Sus primeros libros
deben tener ilustraciones muy llamativas, frases cortas, vocabulario sencillo.
Los padres y maestros han de estar dispuestos a leerlos una y otra y otra vez,
pues los niños no se cansan de escucharlos. A veces los memorizan en parte, y
aun por completo. Este ejercicio les ayudará a leer con fluidez.
Algunas
indicaciones útiles para esta etapa:
*Señale con el dedo cada palabra que vaya
leyendo. Los niños descubrirán que no sólo las ilustraciones son importantes.
*Platique con los niños sobre la historia y las
ilustraciones. Los dibujos les ayudarán a comprender palabras nuevas. Es
importante subrayar la relación entre las ilustraciones y el texto.
*No presione a los niños para que lean por su
cuenta. Eso ya llegará. Lo importante es fomentar el amor, el gusto por la
lectura. Lo importante es que haya un contacto cotidiano con los materiales de
lectura. Felicítelos por cada uno de sus esfuerzos.
*Busque libros interesantes, divertidos,
emocionantes. Un libro no es apropiado para niños sólo por tener muchas
ilustraciones y la letra grande. Busque libros que un niño pueda preferir a un
programa de televisión.
*No se preocupe si el niño escucha el relato sin
ver el libro. Lo importante es que el niño esté en contacto con la lectura y la
disfrute. Ya se ocupará de los libros cuando esté listo para eso.
2.
La fase de los cuentos fantásticos (de los cuatro a los ocho o nueve años). El
niño se interesa sobre todo por lo maravilloso. Al mismo tiempo se aficiona por
el ritmo y la rima, por los versos, por los juegos de palabras y las
expresiones de lo absurdo.
*Las recomendaciones de la etapa anterior siguen
siendo muy importantes, en esta y en la etapa siguiente.
3.
La fase de las historias realistas (de lo siete u ocho a los once o doce años).
El niño comienza a orientarse en el medio circundante y va interesándose cada
vez más en las aventuras, las historias de animales, los lugares remotos, las
costumbres exóticas.
*En esta etapa y en la anterior el niño empieza a
tomar algunos libros por su cuenta; es importante que le permitan sentirse
confiado y seguro como lector. El vocabulario debe ser sencillo y las frases
cortas, pero no olvide que cualquier niño de esta edad que vea televisión puede
comprender más de dos mil palabras. Si un libro es demasiado elemental le
parecerá aburrido.
*Distinga los libros que se deben leer al niño y
lo que él puede leer solo. Los primeros podrán ser más difíciles.
4.
La fase de las narraciones heroicas (de los once o doce años a los catorce o
quince). El niño va adquiriendo conciencia de su personalidad y se identifica
con los personajes heroicos. Le interesan las hazañas físicas, espirituales e
intelectuales, así como las historias sentimentales.
*El niño que comienza a leer por su cuenta
seguirá disfrutando los libros bien ilustrados. No lo abandone; siga leyéndole
en voz alta.
*Es probable que ahora también él quiera leer en
voz alta. Téngale paciencia. No sea exigente. No quiera corregir cada uno de
sus errores; nada más desalentador que una lectura interrumpida continuamente.
No importa que vacile, se salte alguna palabra, o la lea mal.
*Leer más aprisa no es leer mejor. Lo importante
es que el niño comprenda y disfrute la lectura. Que lea con sentido e interés.
Que se tenga confianza y se sienta seguro. Que lea diariamente.
5.
La fase de crecimiento hacia la madurez (de los trece o catorce a los dieciséis
o diecisiete años). El niño —ya adolescente, más bien— comienza a descubrir su
realidad interior, a tomar conciencia de su persona, a planear el futuro y a
establecer una escala de valores propia.
*Surge una amplia gana de intereses de lectura,
desde el gusto por los usos del lenguaje mismo hasta la política, la historia,
el teatro, la poesía y el futuro de la humanidad.
*Las ilustraciones pierden importancia frente al
texto; lo complementan y contribuyen a su interés, pero no son ya el elemento
primordial.
Supongamos
que esta guía ha sido convincente y usted quiere leer en voz alta con sus
hijos, con sus alumnos. ¿Con qué libros comenzar? Con lo que le gusten a usted
mismo, los que disfrutó cuando niño. Los que estimulan la autoestima del niño.
Los que se refieren a sus temores y sus conflictos, como la necesidad de
ternura o el miedo a la oscuridad y a la soledad. Intercambie información con
otros padres, con otros maestros. Si encuentra un buen libro, regálelo,
recomiéndelo, délo a conocer.
Recuerde
que un buen lector se forma más fácilmente si está rodeado de otros lectores.
Los maestros y los padres tienen que hacerse lectores ellos mismos.
Recuerde
la importancia de leer literatura: cuentos, poesía, teatro, leyendas, novelas.
Cuando está organizado en forma literaria, el lenguaje tiene un uso muy
distinto que cuando lo empleamos para satisfacer las necesidades inmediatas de
la vida de todos los días, y esa clase de organización es la que el niño necesitará
dominar para enfrentarse a las exigencias de estudio, de pensamiento, de
información, de experiencia que encontrará en su vida como adolescente y como
adulto.
Asómese
a las librerías y a las bibliotecas. Hágalo con espíritu de aventura. Aproveche
los cuentos tradicionales, las leyendas, las obras clásicas, pero busque
también autores y libros nuevos. Los editores mexicanos tienen un interés
creciente en la literatura infantil y han publicado cada vez más libros para
niños. Hay muchas sorpresas esperándolo.
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