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By : Unknown
Nombre del Autor: Miguel Ángel Hernández Acosta.
El peor día de su vida, Rodrigo Castelares recibe la noticia de que su padre, quien lo abandonó de niño, ha muerto dejándole una herencia. Sin embargo, la herencia dista mucho de ser la que él espera y guiado por una joven deberá de resolver una disyuntiva: ¿somos lo que nuestros padres hacen de nosotros o podemos escoger otro camino?; y sobre todo: ¿es la fe una charlatanería? Hijo de hombre, de Miguel Ángel Hernández Acosta cuenta de una manera oscura y cercana a nosotros, lo que Juan Rulfo había escrito ya en sus cuentos: la lucha por el alma de los hombres entre la fe y la superstición.
Información del autor:
Miguel Ángel Hernández Acosta (Pachuca, 1978) cursó el diplomado en Creación Literaria en la escuela de la SOGEM. Ha tomado talleres con escritores como Daniel Sada. Algunos de sus cuentos se han publicado en internet en revistas como Ficticia, Letralia, Revista Espiral); además lleva la bitácora mangelacosta.blogspot.com.
Decía Borges que de entre las infinitas posibilidades que existen para contar una historia siempre podríamos resumirla en una: la de un hombre que decide perseguir a otro. Ya sea para matarlo, ya sea para aprenderlo. Ya sea para apropiarse de lo que es él, para Borges la narración podía simplificarse en esto: un hombre que persigue a otro.
Ejemplos de esto hay muchos: El hombre que persigue al asesino de su
familia en el cuento “El Hombre” de Juan Rulfo; Pierre que sin saberlo,
anda tras el pasado de Michéle, en “Las armas secretas”, de Julio
Cortázar, o bien, la mansa espera que es al mismo tiempo una persecución
en el cuento “Bienvenido Bob”, de Juan Carlos Onetti, en el que un
viejo pretendiente cuenta cómo Bob, el hermano de la chica que
pretendía, logró alejarlo de la muchacha aduciendo al fracaso al que
llegan a cierta edad los hombres que no son extraordinarios. Y sólo como
remate a esto, tenemos una novela extraordinaria del Fonseca, El gran
arte, en el que un abogado debe de asesinar al homicida de su novia y
matarlo con un cuchillo y sólo con un cuchillo, para poder hacerle
sentir al asesino el acerado corte del metal que sintió su novia al
morir.
En la literatura mexicana también existen los grandes perseguidores:
Juan Preciado que va tras el fantasma de su padre, Pedro Páramo; los
personajes desastrados de varios de los cuentos de José Revueltas e
incluso, una pequeña obra que es la persecución de un fantasma; La
oración del 9 de febrero, en la que Alfonso Reyes va tras la memoria de
su padre muerto en el inicio de la decena trágica, me refiero al
general Bernardo Reyes.
¿Qué hay en la novela, Hijo de hombre, de Miguel Ángel Hernández
Acosta para que empiece mi breve presentación con referencias a los
grandes perseguidos y perseguidores? Justo eso: un hijo que recibe la
noticia de la muerte de su padre y con ésta la herencia que el padre le
ha dejado en un pueblo, un hijo que persigue ahora al fantasma de su
padre para armarlo con los registros que éste ha dejado tras de sí en un
pueblo del estado de Hidalgo. Un hijo que decide construir a su padre a
través de la memoria y también de las pistas que nuestros progenitores
esconden a veces ante nosotros.
Rodrigo Castelares, quien ha perdido a su madre, “la vieja” como le
llama en la obra, y por indeciso ha terminado su relación con su novia,
Rebeca, que curiosamente significa lazo, se encuentra libre para tomar
una decisión. Rodrigo Castelares, este hombre mediocre, hundido,
deshecho, como dice Onetti en su cuento, que libre de cualquier atadura
o, tal vez, sólo atado a la propia, a la que cada hombre elige: todos
traemos una soga al cuello que cada cierto tiempo nos asfixia, sale al
encuentro del padre, Jacinto Castelares, a un pueblo que, al igual que
Comala, está poblado por viejos que son como fantasmas, como dice uno de
los personajes de la novela cuando refiere todo lo que hizo Jacinto
Castalares por los pobladores de Real del Monte: “—Ellos nos habían
devuelto la vida, la salud, la fe.”
Ya en Real del Monte, Rodrigo debe de resolver la verdadera herencia
del padre: el santo del pueblo, casi el patrono del pueblo, el verbo
encarnado hecho de nuevo hombre ante los ancianos que son un corifeo a
lo largo de la novela, un corifeo que dirige la vacilación de Rodrigo,
que lo alienta, que devela ante el hijo lo que el padre ha sido sin
atreverse a ir más allá de la enunciación de la santidad del padre, no
así Silvia y Joaquín, las comparsas de Jacinto Castelares, quien exigen
de diversas formas que Rodrigo toma la verdadera herencia de Jacinto, no
una hecha de casas, libros, sino una construida a partir de la fe, de
la plática con los espíritus, un hombre que es el intermediario entre
los la humanidad y la divinidad.
La novela es pues la resolución a esta gran pregunta: ¿es la fe una
superstición? ¿Son nuestros padres o la ausencia de estos lo que nos
define? ¿Llegado un momento, un hombre puede elegir su destino o está
confinado a lo que ya ha decidido para toda su vida, decisiones tomadas
al arbitrio de la ignorancia de lo que vendrá?
Estamos ante una novela madura de un autor joven, por que si bien la
obra se puede resumir a lo que acabo de relatar, es mucho más que eso.
Miguel Ángel la ha cargado de símbolos, ha trazado una ruta, diría casi
espiritista con su primera novela, relaciones con la pérdida del padre,
la madre, la lucha entre el patriarcado y el matriarcado, las
tentaciones y la fe.
En una narrativa contemporánea joven que se ha regodeado con la
narrativa de la caída del hombre, la novela de Hernández Acosta es de
las pocas que ha decidido tomar al hombre en su ascenso y las
dificultades que esto plantea: Rodrigo Castelares está deshecho desde
las primeras líneas de la novela y en tres días, como el viaje de Jesús
al infierno, terminará por levantarse aunque tenga salidas fáciles como
Silvia, la hija de Joaquín, de quien intuimos una posible relación; como
Joaquín, quien le promete una estabilidad financiera, o de todo un
pueblo, un Real del Monte que funciona como una consciencia colectiva al
estilo de Fuenteovejuna, quien le puede dar reconocimiento y poder.
Lo más importante de Hijo de hombre es que está construida también a
base de intuiciones. El personaje nunca tiene la información completa a
su alcance. Los comparsas, Silvia, Joaquín, un viejo que ha perdido a su
hija, nunca revelan de manera completa lo que son o bien, cambian de
espejo para presentarse ante el joven Rodrigo con otras máscaras para
ver si cae. Incluso en una de las escenas mejor logradas de la novela,
cuando Silvia intercede por Rodrigo ante un Elit, un espíritu, uno nunca
sabe como lector qué está ocurriendo en realidad.
Hijo de hombre es una novela espiritual en muchos sentidos, pero que
toma las tradiciones de la literatura mexicana para construir algo
inesperado: aquí están con la distancia razonable, los fantasmas del
padre de Juan Rulfo, el debate de la fe de Rosario Castellanos en Oficio
de Tinieblas, aquí están los pueblos miserables de Agustín Yáñez.
Incluso, las ricas descripciones gastronómicas que Miguel Ángel pone por
aquí o por allá, evidentemente pagado por la Secretaría de Turismo del
Estado de Hidalgo.
Finalmente, estoy seguro que Hijo de hombre tendrá su lugar en la
literatura mexicana escrita en la actualidad. Este hombre deshecho,
desecho, estoy seguro que logrará construirse ante los lectores.
Antonio Ramos Revillas
Fuente: http://www.elhorizontal.com/2011/04/resena-de-hijo-de-hombre/