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Vidas: Simone de Beauvoir

By : Unknown


Cabe preguntarse cómo abordar una figura tan influyente, tan básica, tan inolvidable. Una forma es leer su literatura, sus muy vendidas novelas de los años 40 y 50 como La invitada. En la actualidad no se leen con entusiasmo sus obras de ficción, demasiado deudoras quizás de su filosofía existencialista, novelas de tesis que apoyan ideas, más que imaginación. Pero literatura no es sinónimo de ficción, y Beauvoir justo constituye, además, un ejemplo maravilloso de literatura autobiográfica vinculada al yo, a la supuesta "verdad" de los hechos, a la voluntad memorialística. La idea se la dio Sartre, que era un duro crítico de los manuscritos de su querida amante y compañera intelectual. Él le indicó que debía escribir sobre ella misma, dado que Beauvoir era mucho más interesante que sus personajes. Y tenía razón. Así surgió la tetralogía de Memorias de una joven formal, La plenitud de la vida, La fuerza de las cosas y Final de cuentas y, entre otros, el hermoso relato de la agonía de su madre, Una muerte muy dulce. 

Libro poderoso. Pero Beauvoir no sólo era narradora -de vidas imaginarias y de su propia vida- sino que fue también filósofa y ensayista. Su obra monumental en este sentido ha sido El segundo sexo, dos tomos que recorren la 
, la biología, la sociología, la psicología, la mitología e incluso la propia experiencia buscando responder una pregunta esencial: ¿qué es ser mujer? Se han vertido infinidad de opiniones sobre este libro. Cuando se publicó, en 1949, el escándalo fue tal que Beauvoir tuvo dificultades hasta para sentarse en uno de sus adorados cafés parisinos, donde solía escribir. Una lluvia de insultos y de burlas se desparramó sobre autora y libro: comentarios mordaces sobre la sexualidad y la vagina de la escritora salían catapultados de la boca de prestigiosos intelectuales, y hasta los jóvenes se subían encima de las mesas de los cafés y le cantaban estribillos ofensivos. 

El segundo sexo es hoy un texto de referencia fundamental en los estudios de género, ha vendido millones de ejemplares y es considerado la Biblia del feminismo. Felizmente, la tan vilipendiada autora del año 49 logró ver en vida los frutos ulteriores de su libro: a partir de los años 70, en Francia, una generación de mujeres jóvenes se desprendieron del maoísmo de mayo del 68 y buscaron por sí mismas la igualdad de derechos para las mujeres. En poco tiempo consiguieron hitos como la despenalización del aborto. Todas habían leído El segundo sexo con fruición. En forma paradójica, Beauvoir, que siempre había rechazado para sí la maternidad y a quien le disgustaban las mujeres embarazadas, se llenó de hijas. Todas decían que Simone de Beauvoir era la madre del feminismo. 

Vida mítica. Pero una tercera posibilidad a la hora de meditar sobre Beauvoir es comprender su compleja, larga y muy documentada vida. Diarios íntimos, cientos de cartas, entrevistas, documentales, testimonios de terceros, además de la frondosa literatura, son material para que los biógrafos trabajen de lleno, para que los cineastas reconstruyan escenas míticas. La vida de Simone de Beauvoir y de su pareja Jean-Paul Sartre ejerce una magnética fascinación. Ellos practicaron un abundante voyeurismo verbal y como testimonio están los torrentes de cartas que se enviaban. (Formaba parte de su "pacto" contarse absolutamente todo, incluidas sus aventuras amorosas con sus correspondientes detalles). Saber de la vida de Beauvoir y Sartre ayuda a especular acerca de las variantes que puede llegar a adoptar la pareja humana, el macho y la hembra, con sus rituales de poligamia, como si fueran objeto de una filmación de la National Geographic. Macho y hembra humanos, muy humanos, por cierto, aunque con cerebros superdotados y un caudal abrumador de lecturas. 

Ser voyeur de la vida de estos dos fundamentales filósofos del siglo XX es lo que hace el lector cuando devora el libro de Hazel Rowley, una especial biografía que viene causando revuelo desde su publicación en el 2005 en inglés, y que ahora circula en español con el título Sartre y Beauvoir. La 
 de una pareja. El título original es bien distinto, si uno se pone puntilloso. La biógrafa australiana lo tituló Tête-a-tête: Simone de Beauvoir 
 Jean-Paul Sartre, y llama la atención que el editor español haya trocado los nombres de los filósofos. Acaso el cambio contiene la idea casi despectiva que circuló en alguna oportunidad y que sugiere que, sin Sartre, Beauvoir no hubiese sido lo que fue. 

Sin embargo el libro de Hazel Rowley da la impresión de ser una biografía de Beauvoir más que de Sartre. En verdad, la
 comienza cuando ambos se conocen en La Sorbona, siendo estudiantes de la agregatura en filosofía. Preparaban un examen muy competitivo y difícil, que los podía llevar a ser funcionarios (profesores) vitalicios, con sueldo asegurado. Corría el año 1929 y había pocas mujeres en aquellas aulas. Sartre se fijó en Beauvoir cuando ella dio una clase sobre Leibniz, le llamó la atención su brillantez, su belleza, su voz ronca y su rapidez al hablar. (Estos dos últimos atributos, que no pueden plasmarse en las fotos ni en los libros, formaban parte esencial, según testimonios, de su profundo carisma). 

La 
 que cuenta Rowley casi acaba con la muerte de Sartre, con la impresionante escena del hospital, cuando Beauvoir se mete en la cama donde yace Sartre, ya muerto, lo que provocó el escándalo de los enfermeros. La biografía de Rowley sólo tiene unas pocas páginas más luego de esta escena, destinadas a explicar el libro de Beauvoir La ceremonia del adiós -donde la escritora describe el deterioro físico de los últimos años de Sartre- y otras pocas páginas que mencionan los problemas de la publicación de la correspondencia de ambos y el intrincado nudo de los albaceas. 

Pública intimidad. En el medio, hay casi 600 páginas de intimidad, cuya fuente fundamental han sido las cartas -publicadas e inéditas- entre los célebres amantes. Sartre fue un gran escribidor de cartas, y alguna vez manifestó que le encantaría que se publicaran. A su vez, en vida, Beauvoir en 1983 publicó las cartas que recibió de Sartre, eliminando algunos pasajes y cambiando algunos nombres para no incomodar a terceras personas, pero, de hecho, dejó su correspondencia en la Biblioteca Nacional, aquella misma biblioteca que recorrió y en la que estuvo sumergida estudiando tanto cuando producía El segundo sexo. Ella sabía muy bien que cualquiera podría consultar esos cientos de papeles y leer sin censuras su privacidad total. Cuando en 1990 la albacea de Beauvoir publicó las cartas a Sartre sin censuras, surgió la evidencia de aquello que ella siempre había negado: sus relaciones homosexuales con mujeres, algunas de las cuales fueron sus alumnas. 

Ni Sartre ni Beauvoir quemaron sus papeles, sus diarios, o sus cartas. Sabían que una multitud de eruditos correría tras todo ello en cuanto se pudiera. 

Este libro de Hazel Rowley puede ser considerado prensa amarilla, columna de chismes, o papeles de voyeur. Están con lujo de detalles los itinerarios sentimentales y sexuales de Beauvoir y Sartre entre sí y con su retahíla de respectivos amantes a lo largo de la vida. Nos enteramos de aspectos privadísimos: por ejemplo, sabemos que Sartre practicaba como método anticonceptivo el coitus interruptus. A pesar de la práctica, Michelle Vian (esposa de Boris Vian y amante durante años de Sartre), tuvo tres abortos de éste. El último la dejó estéril. Cuando Sartre tenía 70 años una empleada doméstica renunció porque mientras trabajaba escuchó cómo la amante del filósofo experimentaba un orgasmo: el incidente llevó a Beauvoir a reñir a Michelle por no cuidar la sentida salud de Sartre. 

Lector descolocado. Pero a la vez, esta 
 que construye Rowley a través de tantos papeles y testimonios constituye un gran desafío a lo establecido: el lector debe poner dentro de su cabeza, en fuerte entredicho, valores muy cotizados como la monogamia, el derecho a la posesión del otro, lo natural de los celos, el establishment de la heterosexualidad, todos estos conceptos casi sagrados que se mezclan en la complejísima red de relaciones que establecieron los dos escritores entre sí y con un conjunto de personas al que incluso ellos mismos llamaron "la familia". 

Un amante de Simone de Beauvoir, el documentalista Claude Lanzmann, autor de la famosa película Shoah, que comenzó su relación con ella cuando él tenía 27 años y ella 44, hoy recuerda que Simone le insistía para que saliera también con otras mujeres y opina acerca del particular vínculo que se gestaba con Beauvoir: "Podía contárselo todo. Casi nunca hacía juicios morales. Bueno, no de quienes amaba. Su primera reacción era hacer un esfuerzo para entenderlo y ponerse en la piel del otro". 

Por otra parte, un secretario de Sartre, Jean Cau, que fue testigo de las mentiras que Sartre espetaba a sus varias mujeres cuando las llamaba por teléfono una a continuación de la otra, se vio llevado a demandarle: "me pregunto cómo se las arregla. Es una situación dura". Sartre le contestó: "En algunos casos hay que recurrir a un código moral transitorio". No era fácil, sin duda. El principal problema era el Otro. El ideal de la transparencia y la libertad, tan citados en el famoso pacto de amor establecido entre Sartre y Beauvoir desde su juventud, producía desesperación, dolor, e incluso suicidios entre los otros, entre aquellos que no eran el amor "necesario", sino el "contingente". 

Los inicios. El comienzo de la 
 no tiene nada de truculento, es bellísimo y, de hecho, ha podido filmarse, recreando aquellos días, una preciosa película emitida hace pocos meses por Eurochannel: Los amantes del Café Flore, dirigida por Duran Cohen. 

Los jóvenes Simone y Jean Paul eran los estudiantes admirados de la Sorbona: cuando daban sus exámenes, como eran orales, los otros estudiantes iban a escuchar. Junto a Maheu y Nizan, Sartre había formado un grupo de estudio y de amigos inseparables, a los que pronto se unió el "Castor", apodo con el que Sartre llamó a Beauvoir hasta el último de sus días, pero que no fue inventado por él, sino por su amigo Maheu, que viendo trabajar a la joven Simone tan concienzudamente en la Biblioteca Nacional, le escribió con letras grandes, en un cuaderno: BEAUVOIR=BEAVER, (castor, en inglés). Era un 
 de palabras que hacía referencia a la enorme capacidad constructiva de aquella mujer. El apodo fue intensamente afectivo, lo usó un Sartre moribundo para decir, luego de que ella le besara los labios: "La quiero muchísimo, mi pequeño Castor". 

Medio siglo atrás, el difícil concurso de oposición en filosofía había sido ganado por Sartre en 
 lugar, en segundo por Beauvoir. Luego trascendió que el tribunal había debatido largamente si dárselo a ella en vez de a él, pero primó el hecho de que Sartre llevara siete años estudiando, y en cambio Beauvoir solo tres. Ambos querían ser genios. Sartre, sin lugar a dudas, estaba convencido de ello, y cabe pensar que contagió a Simone de su ambición, pero allí están las Memorias de una joven formal señalando que ya una adolescente Beauvoir quería ser una escritora famosa, apoyada en dos premisas básicas: no creer en Dios y abominar del matrimonio. 

La romántica 
 crece y se desarrolla cuando la jovencísima Beauvoir se va a pasar un verano a Meyrignac, la casa de la familia en el campo, y Sartre se aparece por allí un día. Se acarician y se besan rodando por el pasto, ella le trae comida a escondidas, pues él se alberga en un hotel del pueblo: un día los burgueses padres de Simone los descubren y se alarman. Los incipientes filósofos fueron en extremo felices en aquellos días. Poco tiempo después, en París, Simone se alquila, para vivir, una habitación en un edificio regenteado por su abuela: en aquella habitación de paredes naranja se consumó la unión sexual completa con Sartre. Pasaron unas semanas acariciándose y haciendo el amor febrilmente. Así comenzó el 
 de "almas gemelas"; sentían una profunda identificación el uno con el otro, pero Sartre planteó un problema: a los 23 años no estaba dispuesto a renunciar a los amoríos de por vida. Le propuso entonces el tan mentado "pacto" a Simone: el amor entre ellos sería "necesario" y los otros amores "contingentes". Era una forma sofisticada de decir que mantuviesen una pareja abierta. Como requisito intelectual, estaba la obligación de contarse absolutamente todo: la transparencia. La vida de Sartre tuvo numerosas mujeres, era un seductor total a pesar de su ojo estrábico, sus dientes manchados por el tabaco y su notoria baja estatura. Beauvoir no se quedó atrás, pero cuando establecieron el pacto, con un plazo de dos años, ella era perfectamente consciente del problema de los celos. Cada uno tendría sus historias, pero Simone sabía que no le resultaría fácil sobrellevar los celos. Tal vez los momentos más angustiantes para Simone fueron aquellos de la década del 40, finalizada la guerra, cuando Sartre en un viaje a Estados Unidos se enamoró de Dolores Vanetti, con quien estuvo a punto de casarse, una mujer que exigía derechos, fidelidad, y viajaba a París a perseguir a Sartre. 

Desigualdad pese a todo. Tampoco el pacto era equitativo: Sartre era hombre, y Beauvoir mujer. A lo largo de su vida Sartre acumuló y superpuso varias mujeres, mucho más jóvenes que él. Le entusiasmaba desvirgar jovencitas. En los años 60 una adolescente, Arlette Elkaïm, se hizo absolutamente dependiente de él: primero fueron amantes, luego él la protegió como si se tratara de una hija, y finalmente la adoptó. Hoy Arlette es una mujer riquísima, que usufructúa los derechos de Sartre y, como es su albacea, guarda material inédito del filósofo sin compartirlo con el mundo, lo cual genera muchísimo malestar en estudiosos y biógrafos. 

Beauvoir recibiría infinitas más burlas y condenas que Sartre por su peculiar modo de vivir la sexualidad y el amor. Cuando muy jóvenes, y ambos fueron designados como profesores de bachillerato a destinos lejanísimos (a ella le tocó Marsella y a él Le Havre) Sartre le propuso casamiento, para que les dieran el puesto en la misma ciudad. Ella no aceptó. No quiso que su amor se transformara en el espantoso panorama de sus propios padres, con un hombre burgués que ponía cuernos a su esposa y una mujer llorona que siempre estaba reprochándoselo. 

Sin embargo, no fueron fáciles aquellos tiempos en Marsella. Además de añorar la sexualidad, como varias veces confesó que le sucedió a lo largo de la vida, salía por los caminos del campo, caminaba sola con alpargatas y mochila cuarenta kilómetros por día. Le decían que podían violarla, era la imagen misma de la libertad. Pero cuando luego la trasladaron a Ruán, estuvo mucho más cerca de Sartre, y la relación se convirtió en un gran ir y venir en tren y esperas en estación. 

Ruán es clave en la 
 de Beauvoir y Sartre porque allí la joven profesora de filosofía conoció a Olga Kosakiewicz, una alumna de diecisiete años que se sentaba en el fondo y que nunca intervenía en clase, aunque entregaba estupendos trabajos escritos. 

Tríos y promiscuidad. Profesora y alumna se hicieron íntimas amigas. Sartre fue presentado a Olga, y no tardó mucho tiempo en conformarse el famoso "trío", modalidad que se repetiría a lo largo del tiempo en la dinámica Sartre-Beauvoir. Ambos profesores, con sus sueldos, se hicieron cargo de la alumna, que no sabía qué quería de su vida, y con su apatía extraña les cuestionaba todo y les hacía presentir la levedad de la libertad. La Beauvoir se acostó con Olga, aunque lo negó toda la vida, al igual que otras relaciones homosexuales que se le suponían. En las cartas póstumas que se publicaron luego de la muerte de ambos, surge con claridad que Beauvoir tuvo relaciones con Olga, y no solo con ella. Otras alumnas, Blanca Bienenfeld y Nathalie Sorokine, por ejemplo, intimaron sexualmente con ella. Lo curioso es que Sartre heredaba esas chicas que se habían apasionado con su profesora. Se ha acusado a Beauvoir de actuar como una suerte de proxeneta de Sartre. Si bien Olga nunca alcanzó a acostarse con Sartre, pronto comenzó a formar parte de la "familia" su pequeña hermana Wanda, que sí se convirtió en amante de Sartre durante años. Para ambas hermanas Sartre escribiría sus famosas obras de teatro, aunque no eran consideradas sólidas actrices. 

El trío Beauvoir-Sartre-Olga/Wanda fue descrito con detalles en la novela de Beauvoir La invitada, que finaliza con el asesinato de Javiera, la chica abúlica que tanto perturba a la pareja de intelectuales. En la ficción, Beauvoir se tomó la revancha de tanta situación confusa. Durante años Simone fue amante del atractivo intelectual Jacques-Laurent Bost, que a la sazón era el compañero de Olga. 

El problema de los otros. En 1942, en plena ocupación alemana y gobierno de Vichy, Simone de Beauvoir fue denunciada ante el Ministerio de Educación por corrupción de menores: la madre de Nathalie Sorokine planteó que la profesora se acostaba con sus alumnas -que todavía no habían cumplido 21 años- y luego se las pasaba a Sartre. La "familia" sartreana se puso de acuerdo y negó absolutamente todo, decían que eran íntimos amigos, y nada más. Simone fue expulsada de su cargo, pues aunque no había pruebas, el gobierno de Vichy defendía la tradición y la familia, y el escándalo no era aceptado entre sus docentes. 

Sin el mundo de las tizas y los pizarrones, Simone se dedicó de lleno a la literatura. Fue el momento de la publicación de La invitada, con su glamoroso éxito. También en esos momentos Sartre la ayudaba económicamente, como lo hizo a lo largo de toda su vida con sus variadas mujeres, a quienes pasaba mensualidades con total generosidad y desprendimiento. Por ello también se le acusó de que en el fondo era un señor tradicional manteniendo queridas. 

Alguien más culpó a Beauvoir de proxeneta de chicas. Lo hizo alguien que la amó muchísimo. Cuando se lee el libro de Hazel Rowley se siente por momentos que mientras Sartre seducía jovencitas y era perseguido por una retahíla de mujeres emocionalmente inestables y dependientes, Simone no siempre la estaría pasando bien. A los diez años de la relación ya no mantenían sexo, se había agotado el deseo, aunque la pareja continuaba en pie, con su amor y compañerismo mutuo y su inextricable sociedad intelectual. 

Por eso la llegada del escritor norteamericano Nelson Algren a la vida de Simone de Beauvoir constituye para el lector un alivio. En 1947 Beauvoir viajó a los Estados Unidos a dictar conferencias. Recomendaciones de amigos (o quizás, el azar), la llevaron a Chicago y a la vida de Nelson Algren, un buen escritor malhumorado y rudo, con quien comenzó un vínculo que la llenó de satisfacciones. Con Algren disfrutó del sexo como jamás en su vida lo había hecho: este estado "nutricio" del cuerpo fue descrito en su novela Los mandarines, (1954) para variar, de fuerte contenido autobiográfico. 

Las idas y venidas de Beauvoir y Algren a través del Atlántico se sucedieron a lo largo de los años. Algren le pidió varias veces que se casara con él, pues la idea de compartir a Simone con Sartre lo desquiciaba. Mucho más malestar aún le produjo descubrir que en realidad Simone acomodaba sus encuentros a la disponibilidad de Sartre. Cuando el filósofo francés se iba con su amante Vanetti, entonces Simone acudía a los brazos de Algren para contrapesar la soledad. 

Algren quedó muy resentido con Beauvoir, a pesar de haber vivido con ella días felices. Las fotos de ambos en México (con ella sin moños y turbantes, de pelo suelto) los muestran en la plenitud de la existencia, llenos de dicha. Sin embargo, que Beauvoir de algún modo continuara considerando a Sartre como su amor necesario y a Algren como un amor contingente, destruyó la relación. Algren no la perdonó y años después escribió un poema irónico y venenoso donde comparaba a su ex amante y a Sartre con Abelardo y Eloísa. 

Otro detalle grueso que sacó de quicio a Algren fue el contenido autobiográfico de los libros de Beauvoir que tarde o temprano llegaron a sus manos, y en donde se ventilaba toda su intimidad. Al escritor norteamericano le cayó muy mal verse retratado en sus aspectos más privados. Dijo en una entrevista que él había estado en muchos burdeles en el mundo y que en todos las prostitutas cierran la puerta cuando hacen su trabajo: Simone la había dejado abierta y había invitado a todo el mundo y a la prensa a entrar y observar. Algren metió el dedo en la llaga cuando también declaró que una buena escritora debe tener material suficiente para sus libros sin necesidad de andar escarbando en su jardín. 

La furia de Algren y sus vapuleos verbales a través de entrevistas dolieron a Simone, que dijo a su hermana Poupette no sentir nada cuando se enteró de la muerte de Algren. Pero lo cierto es que cuando fue enterrada Simone de Beauvoir en 1986, llevaba en su mano el anillo mexicano que Nelson Algren le había regalado en aquellos días felices. Desde entonces no se lo había quitado jamás. 

Las cartas de Simone de Beauvoir a su amante norteamericano, publicadas en 1997, son bellísimas. Leyéndolas es posible preguntarse por qué mantuvo hasta el fin el famoso "pacto" con su primer y ancestral hombre, Jean-Paul Sartre. 

No debe olvidarse la realidad declarada por Beauvoir, quien confesó que en casi medio siglo de relación sólo una vez Sartre y ella se habían ido a dormir enemistados. Resulta inolvidable la imagen -filmada- de Beauvoir y Sartre trabajando juntos, todas las tardes, escribiendo y fumando cada uno en una mesita. 

SARTRE Y BEAUVOIR, LA HISTORIA DE UNA PAREJA, de Hazel Rowley, Lumen, Barcelona, 2007. Distribuye Sudamericana. 616 págs.

Las cartas que Antoine de Saint-Exupéry dirigió a su último gran amor

By : Unknown
 


Te quiero y te amo y te necesito

Las cartas que Antoine de Saint-Exupéry dirigió a su último gran amor son desgarradoras. La mujer, una joven de 23 años, casada y embarazada, cuyo nombre fue mantenido en reserva, nunca correspondió la pasión de Saint-Exupéry, quien desesperado por los desaires le envió un sombrío último texto en mayo de 1944. 

"No hay más Principito, hoy día ni jamás. El Principito está muerto o se volvió totalmente escéptico. Un Principito escéptico no es más un Principito. Estoy resentido con usted por estropearlo", escribió.  "No habrá más cartas, teléfono ni señal. No fui prudente ni pensé que arriesgara pena, pero me lastimé en el rosal cogiendo una rosa. El rosal preguntará: ¿Qué importancia tenía para usted? Ninguna, rosal, ninguna. Nada importa en la vida. No más vida. Adiós rosal", agrega. 
Dos meses después de escribir esto, Saint-Exupéry desapareció misteriosamente para siempre cuando pilotaba un avión sobre Francia, en una misión de reconocimiento durante la Segunda Guerra Mundial.

"La evaluación, un proceso de diálogo, comprensión y mejora" de Miguel Ángel Santos Guerra (Entrevista)

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Interviewdate: 
March 1, 2003
UN: El problema de la evaluación ocupa hoy un primer plano en el debate mundial sobre la calidad. En la educación trasciende las fronteras de las aulas y compromete nuevos actores en los procesos. Pero usted señala una serie de peligros en la evaluación. Empecemos por ahí
M.S.: En un largo artículo de 1988, "Las patologías de la educación", planteé 24. Una de ellas, en el caso de la evaluación, es que solo el alumnado es objeto de evaluación. No todo lo que hacen ellos es debido a sus capacidades, a sus formas de trabajo o a sus actitudes. En los resultados inciden las instituciones, los docentes, los compañeros, las demandas de la familia. Pero al centrar la evaluación en el alumno, todos los demás agentes pasan inadvertidos. Se piensa que el problema no es el currículo, o los métodos, o el modo de plantear la evaluación; se supone que el alumno es torpe, perezoso, no ha trabajado lo suficiente o no tiene las bases necesarias. Otra patología es que únicamente sean objeto de evaluación los resultados terminales; no se da una reflexión cualitativa sobre cómo aprende un alumno, solo se sabe que acabó aprendiendo o que no lo hizo. A veces ni siquiera se conoce si el aprendizaje ha sido fruto de la enseñanza o se ha logrado por otro camino. Una patología más es que solo se evalúa el conocimiento y no, por ejemplo, valores, actitudes o formas de convivencia. Dentro de estas atrofias está también la de evaluar únicamente lo que se pretende enseñar. Pero no se plantea la pregunta: ¿mientras aprendes, qué aprendes? Porque alguien puede aprender, por ejemplo, a odiar el conocimiento. Otro tipo de patología es la evaluación excesivamente cuantitativa. Se intenta dar razón de procesos complejos con criterios demasiado simples para reflejar los matices, la riqueza, las dimensiones múltiples del aprendizaje..
UN: Parece que de la evaluación poco aprenden los evaluadores.
M.S:Entre las explicaciones que dan los profesores de por qué los alumnos no han aprendido no hay una sola que sea competencia de los docentes; todas son responsabilidad de los alumnos. En las propuestas para solucionar problemas aparecen: "si son vagos, que estudien"; "si son torpes, que mejoren"; "si los habían preparado mal en años anteriores, que se preparen mejor"; pero no hay ninguna interpretación que aluda a cómo son los contenidos, cómo es la metodología, qué formulación se da a los problemas, cómo se establecen las relaciones. Es una cuestión que deja de lado preguntas como: ¿era esto lo que había que estudiar?, ¿esta es la forma de saber si lo han aprendido?, ¿por qué no o por qué sí han aprendido? La evaluación tiene mucho que ver con dimensiones éticas, críticas, en la medida que se pide a todos lo mismo, de la misma manera, al mismo tiempo. No hay nada más injusto que pedir lo mismo a los que son tan distintos y tienen ritmos distintos. Una evaluación excesivamente homogénea lesiona la equidad. Es como una competencia en que unos concursantes llevan bolas de hierro amarradas a sus pies, mientras otras corren libremente.
UN: Usted plantea la evaluación como un proceso de diálogo-comprensión y mejora; ¿qué significa esto?
M.S: La evaluación debería servir para dialogar entre los profesores, entre ellos y los alumnos, entre la sociedad y la universidad, lo cual no significa que todos estemos de acuerdo y que tengamos que pensar lo mismo. Se trata de desarrollar un proceso de diálogo que busca comprender la realidad. Si la evaluación genera comprensión, desde la comprensión podemos mejorar. Si yo comprendo, por ejemplo, que lo que estoy planteando no me lo están entendiendo, desde esa certeza tendré que preguntar qué pasa; examinar el lenguaje, los conocimientos previos de mis interlocutores. Si observo que los alumnos no participan, explorando comprendo que tal vez se sienten engañados al ser invitados a participar, entienden que solo lo hacen en cuestiones secundarias, no en las importantes, o que vale la participación cuando coincide con aquellas decisiones que los profesores queremos tomar. Cuando yo comprendo todo eso, si realmente estoy bien intencionado, cambio. Pero en las escuelas se evalúa mucho y se cambia poco; la evaluación sirve para medir y clasificar, pero no para comprender. Fundamentalmente deberíamos evaluar para mejorar. Ya sé que mejora es una palabra infinita y que depende de percepciones, de perspectivas desde donde se realiza; pero cuando hablamos de mejorar tenemos que desentrañar juntos qué vamos a entender por esa cuestión y determinar a quiénes va dirigida esa mejora.
UN: Asegura usted también que la evaluación, más que un proceso técnico, debe ser un proceso ético.
M.S: Claro, es muy importante reflexionar sobre a quién ayuda o a quién perjudica la evaluación. A qué valores sirve, qué valores contraviene o ataca.Los aspectos más profundos, más ricos, donde es posible hacer transformaciones y mejoras reales no solamente están ocultos, sino que su exploración puede ser bloqueada, combatida. Pero esos aspectos tendrían que estar muy presentes en la formación de los docentes. Sería necesario explorar por ejemplo qué efectos, qué repercusiones tienen las expectativas de los evaluadores en los alumnos. Por otra parte, el conocimiento que se trabaja en las instituciones tiene un valor de uso: es interesante y útil, resuelve problemas, es atractivo. También tiene un valor de cambio: lo adquiero a cambio de una calificación. Pero algunas veces el valor de cambio hace que desaparezcan las preguntas sobre el valor de uso. Como necesito un título, requiero las calificaciones de esta asignatura, tengo que verla, así crea que es inútil o aburrida. Es la diferencia entre estudiar para aprender y estudiar para aprobar. Si la evaluación de las instituciones de educación superior tuviese el calado democrático que requiere, y su finalidad fuera clara y pertinente, a nadie le interesaría más que a los mismos docentes y a los alumnos, porque sería una forma de saber si eso que están haciendo se hace de una manera adecuada o si es necesario transformarlo, mejorarlo. A veces hablamos de mecanismos de participación, pero no pensamos en qué estructuras permiten desarrollarlos. A veces se dice que hay que participar, pero no se dice dónde, cuándo, cómo o con qué carga de decisión.
UN: Siempre se pueden hacer discursos bellos sobre propuestas pedagógicas, pero existen condiciones que hacen muy difícil la aplicación de las propuestas. Un modelo como este, ¿qué exige del maestro, del estudiante, de la institución, de la sociedad?
M.S: Es necesario cambiar el conocimiento inicial sobre lo pedagógico y las actitudes para transformar la práctica. Esto requiere investigar para saber ser educador. El que tiene la tarea de enseñar es el que más ejerce el oficio de aprender. Se trata de conocer procesos de una enorme complejidad. Por eso es muy importante pasar de la certeza a la incertidumbre. Hay que ir de la simplicidad a la complejidad. Al comenzar clases, yo pido a los estudiantes que escriban cómo los defraudaría el profesor en esa asignatura -si hiciera qué, si evaluara de qué manera-. Es una forma de reflexionar sobre lo que me piden los estudiantes y discutirlo con ellos. Aquí cabe una metáfora de Hölderlin, según la cual "los educadores forman a sus educandos como los océanos a los continentes, retirándose". Este cambio de actitud es importante. Si yo pienso por el alumno y le hago todo, creo un tonto que no sabe buscar el conocimiento, que no se cree capaz de tener conocimiento relevante, que no cree que sus compañeros le puedan aportar conocimiento. El estudiante debe decirle al profesor, "ayúdame a pensar por mí mismo". Hay que pasar también del individualismo a la colegialidad, porque la práctica de una educación está excesivamente sustentada en el individualismo. Si ya ha cambiado el conocimiento y la actitud, no es sino cambiar la práctica. Ahora bien, si no existe verdadera voluntad, no hay nada qué hacer. Es lo mismo que un pueblo donde no se tocaban las campanas de la iglesia por ocho motivos: el primero, no había campanas..., ¿para qué indagar por los otros siete? Hay que pasar de la queja a la transformación, al compromiso, al cambio. Y, un planteamiento muy importante, hay que pasar del voluntarismo a la institucionalización. De facto, esta figura legal existe en América Latina, que yo sepa, solo en Argentina. En casi todos los países europeos y en Estados Unidos hay, y se han traducido en medios públicos regionales y locales, televisiones de carácter público que ofrecen tiempo al aire a aquellos que lo demandan.

Description: 
Miguel Ángel Santos Guerra ha ejercido la docencia en los diferentes tramos educativos, tanto universitarios como no universitarios. En la actualidad pertenece al Departamento de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Málaga. Sus trabajos se centran fundamentalmente en tres campos: Organización Escolar, Evaluación y Formación del Profesorado. Ha escrito numerosos libros, entre ellos Hacer visible lo cotidiano. Teoría y práctica de la evaluación cualitativa de Centros Escolares, La evaluación: un proceso de diálogo, comprensión y mejora, Entre bastidores: El lado oculto de la organización escolar y La luz del prisma: Para comprender las organizaciones educativas. Además es autor de diversos artículos sobre temas educativos en prensa diaria y especializada (El Sur de Málaga, Kirikiki, Cuadernos de Pedagogía, Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado...)
Source: 
Tomada de U. N. Periódico, marzo de 2003.


Mark Zuckerberg acaba de anunciar una poderosa alianza con Android:“Vamos a trasformar tu teléfono Android y le vamos a dar una experiencia mucho más social para Facebook”

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Mark Zuckerberg acaba de anunciar una poderosa alianza con Android: “Vamos a trasformar tu teléfono Android y le vamos a dar una experiencia mucho más social para Facebook”
“Cuantas veces vemos nuestros celulares para revisar Facebook mientras estamos en una tienda, o a punto de iniciar una reunión”, comentó el fundador de la red, tras remarcar que no quiere construir un teléfono o un sistema operativo que solo algunas personas pueden usar. “Si construimos un teléfono realmente bueno, solo conseguiremos que 1% o 2% de nuestra comunidad lo utilice”.
LOS CAMBIOS
Facebook permitirá que desde la pantalla puedas saber quién te está hablando y hasta se podrá iniciar una conversación, desde cualquier aplicación en la que uno se encuentre.
Mark mostró cómo funcionan los mensajes. Este cambio en los Android permitirá enviar mensajes mientras se tienen abiertas otras funciones, sin interrupciones.
“Lo que intentamos hacer es una deliciosa y simple experiencia, para asegurarnos que no haya nada entre tu contenido y tú”, dijo Adam Mosseri, director de producto.
Así lucirá la pantalla de los Android:
PANTALLA
“Cuando recibas un mensaje, el ícono flotará en la pantalla, si vas a otra aplicación o regresas a tu pantalla principal el mensaje seguirá flotando allí. Es como si pudieras sentir “que tus amigos están ahí contigo conversando”, dijo Joey Flynn, director de producto.
“Para instalar la aplicación solo tienes que ir al Google Play. También se está impulsando esta aplicación para las tabletas pero no está lista todavía”, indicó el ejecutivo.

EL TELÉFONO A LA MEDIDA DE FACEBOOK
AT&T y HTC han trabajando juntos con Facebook para construir el primer teléfono con Fb Home. Los rumores estaban en lo cierto. Peter Chou, CEO de HTC , lo dijo: “Estamos orgullos de ofrecer siempre nuevas experiencias a la gente al presentar el primer HTC”. Se refiere al HTC First.
“Estos teléfonos vendrán con el FB Home pre instalado y el uso optimizado. El HTC tendrá cuatro colores disponibles”, adelanta Chou.
Facebook HTC
Facebook Home para Android podrá descargarse desde Google Play a partir del 12 de abril.




Fuente: http://www.clasesdeperiodismo.com/2013/04/04/mark-zuckerberg-vamos-a-trasformar-tu-telefono-android/

"Gallimard", la editorial francesa histórica de "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry, celebra con diversos actos el 70 aniversario de la primera publicación

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Francois D'Agey sobrino de Antoine de Saint –Exupery sujeta la obra literaria ‘El principito’



'El Principito' celebra los 70 años de publicación Ampliar Francois D'Agey sobrino de Antoine de Saint –Exupery sujeta la obra literaria ‘El principito’ TIEMPO DE LECTURA: 1' 24'' NO. DE PALABRAS: 234 EFE 17:48 Miércoles 03/04/2013 "Gallimard", la editorial francesa histórica de "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry, celebra con diversos actos el 70 aniversario de la primera publicación de esta obra, que se cumplirá el próximo sábado. Con estos actos, la casa de edición no quiere quedar al margen de las siete décadas de la publicación de la influyente obra, aunque fue en Estados Unidos donde vio la luz el libro en plena Segunda Guerra Mundial. "Gallimard" no publicó el libro hasta la liberación, en 1946, tres años más tarde de que saliera en Nueva York en francés y en inglés. Desde principios de año, la editorial viene haciendo publicaciones relacionadas con "El Principito", como el lanzamiento de un libro animado o de una novela gráfica firmada por Joann Sfar, recientemente adaptada a los dispositivos informáticos táctiles. En los próximos días se lanzará una biografía de Saint-Exupéry, obra de Virgil Tanase y una versión en cómic del libro. Además, pronto llegará a las librerías una edición del libro con la portada de Paul Bonnet, la misma que se publicó en formato de lujo en 1951. También se prepara una edición universitaria, que comprende la obra íntegra y un repaso a sus diferentes publicaciones, con documentos inéditos, dibujos firmados y numerosos testimonios sobre el libro.

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'El Principito' cumple 70 años de cambiar el mundo de los adultos

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Cumplirá 70 años primera edición de "El Principito"

El "padre" del pequeño príncipe no llegó a conocer el enorme éxito de su criatura literaria, que en un primer momento fue un fiasco.
Dpa 
Publicado: 04/04/2013 10:36

París. Se trata de uno de los libros más vendidos y su pequeño protagonista es conocido en el mundo entero. En 6 de abril de 1943, hace 70 años, se publicó por primera vez "El Principito", en Nueva York, donde vivía entonces su autor, el escritor y piloto de guerra francés Antoine Saint-Exupéry.
El "padre" del pequeño príncipe no llegó a conocer el enorme éxito de su criatura literaria, que en un primer momento fue un fiasco.
Saint-Ex, como le llamaban sus amigos, murió un año después de la publicación, a los 44 años.
Siete décadas después, el libro de apenas 100 páginas es una de las obras no religiosas más vendidas de todos los tiempos. Su aniversario se celebrará con ediciones especiales en Estados Unidos, donde vio la luz por primera vez en la editorial Reynald & Hitchcock de Nueva York, en la Francia natal del autor nacido en Lyon en 1900- o en Montréal, donde Saint-Exupéry solía reunirse con su editor, Bernard Valiquette.
Convertido en libro de culto, "El Principito" es capaz de entusiasmar a todo tipo de lectores. Pensado como un texto infantil, grandes y pequeños de distintas culturas, entornos y religiones lo leen desde hace décadas. La historia del príncipe dueño de una rosa y tres volcanes fue traducido a más de 110 lenguas y hay hasta quien colecciona sus diferentes ediciones.
El éxito de la historia radica en su universalidad. Con una lengua atemporal, enseña a los adultos a ver el mundo con los ojos de un niño y a los pequeños a entender en mundo de los mayores. Además, es crítico con la falta de valores de la sociedad moderna y dibuja un entorno ideal en el que los hombres ven y actúan con el corazón.
En su viaje, el rubio príncipe se encuentra con un comerciante que vende pastillas contra la sed con el reclamo de ahorrar 53 minutos a la semana al renunciar a beber. Y las preguntas que le plantea siguen siendo actuales a día de hoy.
"El Principito" es un alegato en favor de una mayor humanidad y sensibilidad. Su autor, que había visto en varias ocasiones el rostro de la muerte, era un humanista. Y la idea para el famoso libro la habría tenido precisamente en una de esas experiencias extremas.
Saint-Exupéry tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en el desierto del Sáhara en 1935, y tuvo que esperar varios días hasta que fue rescatado por un beduino. Se sintió "más alejado que un náufrago dentro de una balsa en medio del océano", como relata en el libro, hasta que de repente escuchó una vocecilla que le pedía: "¡Por favor... dibújame un cordero!".
En los años 20 y 30, Saint-Exupéry ya se había dado a conocer por libros como "Courrier du Sud", "Vol de nuit" o "Terre des Hommes". De hecho, a principios de los 40, en lugar del famoso cuento muchos esperaban una declaración de principios del escritor respecto a la guerra.
A muchos les decepcionó la obra de Saint-Exupéry, pero lo cierto es que cuando relató el viaje de "El Principito", el autor sufría desde Nueva York por la situación política de Europa... y soñaba con un mundo mejor.


Tengo un sueño.Por Martin Luther King, Jr. Discurso leído en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica Marcha sobre Washington

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Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país. 
Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.
Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.
También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.
Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.
Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, "¿Cuándo quedarán satisfechos?"
Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".
Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.
Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.
Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño "americano".
Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".
Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.
Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.
Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.
Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.
Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ! ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! "De cada costado de la montaña, que repique la libertad".
Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!"


Washington, DC
28 de agosto de 1963

 

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