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Cees Nooteboom, enviado especial de Poseidón en la tierra

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El autor holandés publica 'Cartas a Poseidón' (Siruela), un volumen que compila decenas de misivas dirigidas al dios griego en las que le formula todo tipo de cuestiones y le da cuenta de los trajines de este mundo | "Me ha salido un libro casi teológico", afirma


En un relato titulado Poseidón Kafka perfila al dios como un viejo agotado. Organiza los recursos del mar para que todo funcione como es debido desde el fondo. Ahí habita, casi uncido a sus quehaceres logísticos, y apenas tiene una perspectiva clara de la majestad y potencia del hábitat que domina. Cees Nooteboom (La Haya, 1933) desconocía este cuento. Pero cuando lo leyó por primera vez le dio por situarse en la posición de la exhausta divinidad y mirar hacia arriba. Y se dio cuenta de que un día Poseidón tuvo que ver las plantas de los pies de Jesucristo avanzar sobre la superficie acuática. Es una imagen que sobrecoge, por su belleza y por su carga simbólica.

Nooteboom se preguntaba si el dios griego sentiría envidia del hijo del dios cristiano. En cierto modo su llegada a este mundo suponía ser relegado en el universo de los hombres. Y decidió preguntárselo. Por carta. Pero no era la única cuestión que tenía para Poseidón. El autor holandés guardaba muchas más, desde hacía tiempo. "En realidad es un personaje que me fascina desde que leí la Ilíada en el instituto", explica a El Cultural. Está en su habitación de un hotel de Bogotá, a donde ha llegado para presentar en la feria del libro de la ciudad colombiana alguno de sus libros que se acaban de publicar allí. Uno de ellos es precisamente el que da pie a esta entrevista, Cartas a Poseidón (Siruela), formado por todas la cartas en las que plantea una amplia diversidad de cuestiones al dueño y señor de los mares.

"En cierto modo, me ha salido un texto teológico", precisa. "Me cuesta mucho intentar explicarlo así, por teléfono, es un libro sui generis, algo extraño". La verdad es que resulta complejo de clasificar. Lo componen decenas de misivas en las que Nooteboom no sólo le pregunta cuestiones teológicas (sobre la inmortalidad, sobre lo que le inspiran los seres humanos, sobre los celos respecto a otros dioses...). También le narra impresiones, sucesos, curiosidades... "Pensaba que Poseidón tenía necesidad de saber más de lo que pasa aquí". En realidad, Nooteboom se convierte en una especie de enviado especial de Poseidón en este mundo, obligado a darle cuenta de su laberíntico devenir.

El autor de Hotel nómada, que acaba de publicar en España tambiénAutorretrato de otro (Calambur), en colaboración con el pintor alemán Max Neumann, recuerda que la bombilla para escribir este libro se le encendió por casualidad. "Cada vez le presto más atención y marcan mis pasos señales aparentemente azarosas". Estaba en un café de Munich, en la Marienplatz, dispuesto a emprender la lectura de Las cuatro estaciones , de Sandor Marai, que acababa comprar. El camarero le entregó una servilleta y ahí leyó: "Café Poseidón". Y aparecía una ilustración clásica del dios, con su tridente y sus barbas. "Acababa de terminar Los zorros vienen de noche y me sentía vacío, como cada vez que termino un libro. Yo no suelo saber qué voy a escribir después. Y me dije: 'Pues ahora es el momento'".

Nooteboom, un clásico en las quinielas del Nobel cada año, siente una querencia profunda por el mar, que no ha hecho sino agravarse durante las cuatro décadas que lleva asomándose al Mediterráneo desde la isla de Menorca, donde pasa varios meses al año (por lo general, el periodo estival). Es otra de las razones de su interés por los designios de Poseidón. Entonces fue cuando se puso a pergeñar esas abigarradas narraciones que contienen las cartas, que ha escrito a lo largo de cuatro años. Es curioso que a lo largo del libro Nooteboom no le pide nada Poseidón. El cumplimento de ningún deseo, que es lo típico que los hombres imploran a los dioses. "Bueno, la verdad es que siempre le pido una cosa todos los años. Antes de irme de Menorca, cuando ya está llegando el otoño, me lanzo de una roca al agua y le solicito el favor de que me deje volver un año más. De momento no me ha fallado".

Es allí donde le gusta esconderse de los trajines cotidianos. Donde se vuelve provisionalmente un hombre sedentario. Algo insólito en un trotamundos infatigable como él. No para. A Suramérica acaba de llegar después de recorrer durante cinco meses los templos de Kioto junto a su mujer, con la que ha urdido un volumen en el que documenta los itinerarios de peregrinación budista del país nipón. De Bogotá se trasladará a la feria del libro de Buenos Aires, en un par de semanas. Luego tocan conferencias en Montevideo y Santiago (en esta ciudad junto a Alejandro Zambra). Y por último, atravesará el desierto de Atacama. Luego pretende recalar en Menorca: "Y no ser molestado por nadie".

Tanto trasiego es consustancial a su literatura. Cartas a Poseidón no es una excepción . A su manera, es también un libro de viajes, que compila retazos de los rincones del planeta más dispares. Material de primera mano para mantener bien informado al dios heleno, que, confiesa Nooteboom, todavía no ha acusado recibo. "Ya veremos, con los dioses nunca se sabe".

Fuente: http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/4662/Cees_Nooteboom_enviado_especial_de_Poseidon_en_la_tierra

Muere el arquitecto del Estadio Azteca

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El mexicano Pedro Ramírez Vázquez, uno de los arquitectos más emblemáticos de México, creador del estadio Azteca y de la Basílica de Guadalupe, murió hoy a los 94 años, informó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).
El organismo precisó en un comunicado que Ramírez Vázquez, a quien calificó como el "arquitecto y urbanista mexicano más prolífico e influyente en la vida nacional del siglo XX", murió a causa de una neumonía, el mismo día que cumplía 94 años.
El presidente de Conaculta, Rafael Tovar, calificó a Pedro Ramírez como"uno de los grandes" de la cultura mexicana.
Ramírez Vázquez nació en Ciudad de México el 16 de abril de 1919,estudió arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y fue el primer rector de la Universidad Autónoma Metropolitana.
El Conaculta destacó que Ramírez Vázquez fue el arquitecto y urbanista más prolífico e influyente de México, aunque la obra más significativa para él fue el diseño y construcción de un modelo de escuela rural prefabricada que incorporaba la vivienda para el maestro, "que se instauró en México y en varias partes del mundo".
Señaló que entre las obras arquitectónicas que le dieron fama internacional destaca el Museo Nacional de Antropología, "por varias décadas considerado el más vanguardista del mundo".
Asimismo, enumeró su aportación al paisaje de México con obras como la Torre de Tlatelolco, el Estadio Azteca, la nueva Basílica de Guadalupe, el Museo de Arte Moderno, la Torre de Mexicana de Aviación y la Escuela Nacional de Medicina en Ciudad Universitaria.
Asimismo, agregó a la lista el edificio del Congreso de la Unión y obras en el extranjero como la Capilla de la Virgen de Guadalupe en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano; el Museo de las Culturas Negras en Dakar, Senegal, y el conjunto de edificios de gobierno para Dodoma, la nueva capital de Tanzania.
Ramírez Vázquez encabezó el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos México 68. Fue secretario de Asentamientos Humanos y Obras Públicas, presidente del Colegio de Arquitectos de México y de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos y vicepresidente de la Unión Internacional de Arquitectos.
Entre los galardones recibidos figura el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el reconocimiento del Colegio de Arquitectos de México y la gran Medalla de Oro de la Academia de Arquitectura de Francia.
Publicó varios libros técnicos de Arquitectura, de los cuales destaca el dedicado al diseño del Museo Nacional de Antropología, "que es un clásico internacional de diseño arquitectónico y museográfico", recordó Conaculta

La SGAE ayuda a sus socios más necesitados

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  • La Sociedad General de Autores crea un Área Social y Asistencial, para ayudar a aquellos que "están pasando por momentos de dificultad".

El Área Social y Asistencial es el nuevo departamento con el que la Sociedad General de Autores (SGAE) pretende ayudar a sus socios en dificultades, y que ha venido acompañada por una campaña protagonizada por los músicos Jesús del Rosario, Danays Bautista y Amalia Castilla.
Según ha informado hoy la SGAE en un comunicado, la entidad, "consciente de la situación de precariedad que atraviesan muchos de sus socios", ha creado el Área Social y Asistencial, dotada de unpresupuesto de 500.000 euros para ayudar a aquellos que "están pasando por momentos de dificultad".
Este departamento, que contiene además la figura del trabajador social, planea firmar "convenios con otras entidades" para apoyar la colaboración solidaria o el desarrollo de un proyecto de voluntariado para asistir a los socios más mayores, según la nota.
El presidente de la entidad, Antón Reixa, ha justificado las nuevas ayudas a pesar de la reducción de ingresos procedentes de la copia privada, para lo que los autores han intervenido con "fondos procedentes de sus propios recursos".
Además, la creación del Área Social y Asistencial ha venido acompañada por la campaña "Las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas", donde los músicos Amalia Castilla, Danays Bautista o Jesús del Rosario advierten en tres vídeos sobre la nefasta situación que la crisis ha provocado en los autores.
Amalia Castilla, cuya carrera como flautista se vio truncada por una enfermedad neurológica; Danays Bautista, una cantante ciega que perdió un brazo en el metro, y Jesús del Rosario, un guitarrista de flamenco en situación de desahucio, han sido los rostros elegidos por la SGAE para llamar la atención sobre la crisis que sufre el sector.

Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2013/04/17/cultura/1366189588.html

Descubren la tumba del tirano chino Yang Guang, artífice del Gran Canal

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17 abril 2013
El mausoleo del emperador de la dinastía Sui, considerado el peor de la historia de China, ha aparecido de forma casual durante las obras de construcción de un edificio

La ciudad china de Yangzou podría haber sido el destino final del emperador de la brevedinastía Sui, Yang Guan (569-618), que gobernó el imperio chino de 604 a 618. El hallazgo no se ha producido debido a una campaña arqueológica, sino de forma casual, durante  las obras de construcción de un nuevo edificio. Una lapida confirma la identidad del que es considerado uno de los peores gobernantes de la historia de china por su crueldad, megalomanía y despostismo.
El mausoleo había sido saqueado ya por ladrones de tumbas, aunque se ha podido recuperar un cinturón de oro y jade y unos llamadores de puerta con forma de león, objetos ligados al emperador Sui, según informa el diario China Daily, lo que avalaría la autenticidad del enterramiento. Por otra parte, se encuentra en general en mal estado ya que con anterioridad se había construido encima.
Al lado se ha descubierto otro enterramiento que podría corresponder a la emperatriz Xiao, una de las seis esposas que se sabe tuvo el emperador, aunque faltan por ahora restos o ataúdes. Sin embargo, los arqueólogos son cautos, ya que se conoce por documentos históricos que los restos de Yan Guang fueron trasladados varias veces.
Yang Guang fue el segundo y último emperador de la dinastía Sui y su reinado se caracterizó por la acometida de grandiosas obras públicas como la restauración de la Gran Muralla China y sobre todo la construcción del Gran Canal.

El Gran Canal en la actualidad.
La impresionante obra de ingeniería, es la autopista de agua artificial más grande del mundo, de 1.776 km de longitud, que une la capital Pekín con Yangzou, en el mar de China. Las megalómanas obras públicas pudieron costar las vida a más de cinco millones de súbditos durante su reinado, según algunas fuentes.
La impopularidad tradicional en la historiografía china deviene, sin embargo, en las sospechas que se mantienen sobre la participación en la muerte de su padre el emperador Wen (541-604), así como el complot que urdió para acusar a su hermano mayor y heredero al trono Yan Yong de traición, lo que le hizo perder el favor de Wen, y posteriormente aplastar la revuelta de su hermano menor, Yang Liang, que se opuso a la maniobra y al que encerró de por vida una vez vencido.
Sus campañas militares en Corea fueron asimismo desastrosas aunque una nueva corriente ha tratado de restaurar en cierta medida su legado, recordando su conquista delreino de Champa, en el actual Vietnam, además de resaltar la crucial importancia durante siglos de su mayor obra, el Gran Canal, auténtica arteria del imperio entre elo notrte y el sur durante siglos.

Sarajevo cercado y sublime

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POESÍA | Izet Sarajlic

Sarajevo cercado y sublime

Sarajevo, durante la Guerra de Bosnia.
Sarajevo, durante la Guerra de Bosnia.
  • La editorial Valparaiso descubre al gran narrador del asedio de su ciudad
Izet Saraljic (Doboj 1930-Sarajevo 2002) está considerado uno de los poetas en lengua serbocroata más importantes del siglo XX, narrador a través de sus versos de la posguerra en la Yugoslavia de Tito, pero, sobre todo, de los horrores de la Guerra de Bosnia.
Es, además, uno de los poetas en su lengua más traducidos de la Historia y, sin embargo, hasta este año, nunca se había lanzado una edición suya en castellano para toda España.
El poeta granadino Fernando Valverde ha sido el esforzado traductor, ya que necesito la ayuda del también poeta serbocroata Sinan Gudzevic, trabajando sobre las traducciones italianas de los textos de Saraljic.
Izet Saraljic.
Izet Saraljic.
Sarajevo no existe en ninguna edición más allá de la de la editorial Valparaiso, ya que se trata de una recopilación de los textos que el bosnio dedico a la misma durante laGuerra de los Balcanes pero publicó en diferentes ocasiones.
‘Morimos terriblemente rápido/y terriblemente mal/en esta ciudad/al final del siglo/al final del amor’. Lahistoria familiar de Saraljic es parecida a la de muchas familias balcánicas –y su apellido deriva del gentilicio para los habitantes de Sarajevo, aunque no naciese allí–. A un hermano mayor fusilado por los camisas negras de Mussolini durante la Segunda Mundial se unirían durante el cerco de la ciudad sus dos hermanas.
‘Un hombre regresa de la calle/cantando./Es comprensible/lleva bajo el brazo una estufa./Tiene mucha fortuna, este pobre infeliz/Podrá al menos calentarse/mientras espera a que lo alcance/la metralla de una Granada.’.
El horror de los versos de Saraljic es de primera mano. El poeta, ya consagrado por el respeto internacional cuando estalló la guerra, prefirió permanecer junto a su familia en la ciudad los 1336 días del cerco. Dedica sus poemas a órdenes como denunciar los perros callejeros que se ven por la calle, o a la primera comida sin una de sus hermanas.
A esto se añadía otra circunstancia. En los años 60, durante su etapa como profesor universitario, un joven estudiante de psicología se acercó a él deseando aprender del maestro, y se entabló una breve amistas.
Ese estudiante era Radovan Karadzic, el criminal de guerra, presidente de la República Srpska –a la ‘mitad serbia’ de Bosnia– y responsable último del cerco de Sarajevo.
No es la primera vez que se traduce a Saraljic al castellano. Su actual traductor, Valverde, lo descubrió en la única edición anterior a la de Valparaiso, ya descatalogada, un tomo de la Colección Cuatro Estrella del Ayuntamiento de Lucena. Años después, varios amigos de Salaljic participarían en el Festival Internacional de Poesía de Granada (FIP), del cual es uno de los organizadores.
La de Valparaiso si será la primera edición que dé el salto a América Latina, con ediciones en Colombia y México y los derechos cedidos por la hija de Saraljic, Tamara.
El poeta murió en 2002 consumido por la pena tras el fallecimiento, cuatro años antes, de su esposa Mikika, que lo había acompañado toda su vida. Casi desconocido en España por la dificultad de las traducciones, los editores de este tomo esperan que sirva para acercar la sensibilidad de un hombre cuya poesía sobrevivió al peor de los horrores.
‘Aquí, en Sarajevo, si necesito ayuda/incluso los sauces, que son mis conciudadanos/conocerán aquello que me hace sufrir’.

Juicio a Maiakovski

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El escritor de 'Los príncipes nubios' novela la aventura del poeta futurista

Tocar el cielo de la poesía, ser de los malos. Llevar la cabeza peinada con relámpagos y después afeitársela para que Rodchenko te retrate como a un boxeador. Ser un chulo, el más chulo de Petersburgo y de Moscú, y amar "como un perrito" a una burguesa casada. Prometer un mundo libre a través de la poesíay, después, dejar que la burocracia bolchevique cargue el tambor de la pistola con la que se descerrajó la vida en el callejón de Lubianski, el 14 de abril de 1930. Tenía 37 años.
Vladimir Maiakovski parece un personaje de novela. Ya es un personaje de novela. El escritor Juan Bonilla, autor del blog de ELMUNDO.es 'Biblioteca en llamas' toma la vida Maikovski en su nueva novela, 'Prohibido entrar sin pantalones' (Seix Barral).
Maiakovski era, desde hace tiempo, un cóctel de energías en colisión fascinante para Bonilla. Algo que no se podía concretar del todo en un cuento, ni en un ensayo, ni en un poema. Algo que exigía una novela exigente para ser contado de otro modo.
-Por qué el interés en Maiakovski?
-Tiene mucho con ver qué ha sucedido también conmigo a lo largo de los años como lector suyo... Por debajo del texto de la novela hay una conversación entre el hombre desilusionado y desengañado que soy ahora con el chaval que fui y descubrió en Maiakovski a un hombre que decía que ésta tenía que servir para algo más que para ser leída por un puñado de tipos cultos. Que debe cambiarlo todo... Fue alguien que se negó a estar sometido a la rutina y formó parte de esa ambición tan tremenda de algunos artistas que se sentían obligados a asaltar al poder.
Un poder que siempre jugó en su contra. Lenin se sirvió de él y Stalin lo remató. Pero nunca se dio de baja del empeño (incluso naíf) de inventar un mundo mejor con el arte como piedra clave, como alimento. Maiakovski, del que se cumplen 120 años de su nacimiento el próximo mes de julio, encierra una épica de vida que remata directamente en la candidez. "Había en él algo de adolescente, una condición que estaba llena por igual de encanto y de peligro. Como todo lo adolescente, cuando se desplaza al mundo maduro, está lleno de posibles barbaridades", sostiene Bonilla .
Entre esas atrocidades está la de prestar servicio en una checa, redactar informes contra artistas convenciéndose a sí mismo de que eso era un acto poético más. Y en este sentido, Maiakovski es la encarnación de un fracaso, el de la revolución bolchevique: "Pero hay que definir primero qué entendemos por revolución. La rusa no es un punto de partida que acaba en Gorbachov, sino que fue un cambio de paradigma con los días contados. Es un cambio de paradigma donde la misma estructura de poder exige a quien manda que copie la estructura del régimen anterior: en vez de un zar, Lenin. En vez de los aristócratas, los nuevos burócratas... Maiakovski está en medio de todo eso como una bisagra y fue directamente utilizado", sostiene Bonilla.
Y en paralelo, los amoríos descompensados de Maiakovski, la relación triangular que vivió junto a Lily y su marido, el crítico Ósip Brik. "El trío o el adulterio es una actitud rusa más aceptada que en otros países europeos. Pero en este caso hay varios componentes lacerantes", apunta Bonilla. "Maiakovski no deja de sufrir a pesar de que considera que su forma de amar es un desacato a las convenciones burguesas... En verdad no lo supo llevar". Con las mujeres todo fue siempre torcido, aunque Lily le empujó a escribir algunos intensos poemas de amor.
"La esencia de lo poético para él era la incertidumbre, el inventarse la vida permanentemente", termina Bonilla.

El editor en el trapecio

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Hijo del pintor Vincent Korda y sobrino de dos grandes de Hollywood, Zoltan y Alexander Korda, se ha dedicado en cuerpo y alma al mundo editorial. Amigo de Graham Greene o Tennessee Williams, confiesa sus secretos como editor: dar cariño a los escritores y bailar en la cuerda floja por ellos.

 

Cuando cuenta cómo le hablaba al teléfono Tennessee Williams pone el acento sureño, y delicado, del autor de La gata sobre el tejado de zinc, de quien fue su editor; Michael Korda, inglés de origen, norteamericano desde muy joven, arruga los ojos, se pone la mano como si hiciera un auricular, y luego emite: "Hey baby, I am Tennessee", pronunciado Tennesííí, y lo hace con una mezcla tan conmovedora de candor, e incluso de lástima, que parece que está hablando de un pariente muy cercano que fuera encantador, pero que no tuvo suerte en la vida. Es uno de sus centenares de autores, y es acaso el hombre más roto del que habla Korda, director literario de Simon and Schuster, una de las grandes empresas editoriales de Estados Unidos, en su libro de memorias Editar la vida, que apareció en inglés hace cinco años y que publicó recientemente Debate en España. Lateralmente, en ese libro aparece también otro de los grandes hombres destrozados de la América de posguerra, Truman Capote, a quien Korda nunca editó. Pero en aquellos años de los que habla en su libro, Capote era una figura que estaba en todas partes, y también con Korda, en almuerzos, en parties y también en el teléfono. Muchos de sus autores le despertaron numerosas veces, entre ellos Jacqueline Susann, Joan Crawford, las hermanas Collins o Harold Robbins. Fue también el editor de Richard Nixon y de Ronald Reagan, y habla de ellos con la misma familiaridad comprensiva con la que él dice que hay que tratar a quien lleva su manuscrito a una editorial… ¿Y por qué le despertaba a usted Capote? "Truman había escrito mi nombre y mi número en una pequeña libreta de notas, junto al nombre de su propio editor, y cuando estaba más desesperado, en torno a las tres de la madrugada, se confundía y marcaba mi número. 'Truman, que yo no soy tu editor', le decía… La verdad es que jamás le vi sobrio".

Descendiente de una familia extraordinaria, los Korda (Alexander, su tío, y Vincent, su padre), proviene de Hungría, y vivió la infancia y la adolescencia rodeado de grandes del cine, del teatro y de la literatura. Él es el que cuenta cómo trabajaba Graham Greene, gran amigo de sus padres: el escritor inglés se despertaba muy temprano, en un yate, en un hotel, en una casa; iba directamente a una mesa, y allí escribía -"como si estuviera haciendo el padrenuestro"- 500 palabras, y no 501 o 499; luego se desperezaba y exclamaba: "¡Es todo por hoy! Ahora vayamos a desayunar". Llegó a ser editor de Greene, que fue para él como un segundo padre, porque los anteriores editores del autor de El tercer hombre (que su padre produjo en cine) quisieron cambiarle el título de Viajes con mi tía. Graham Greene les envió un telegrama: "Es más fácil cambiar de editor que cambiar de título". Y se puso en manos de quien fue su amigo cuando aún era un adolescente.
Fue editor desde muy joven, porque amaba leer y además le pagaban por ello, y llegó a ser uno de los editores de más éxito de su país, y lo sigue siendo; en su despacho nos mostró la lista de los libros más vendidos de The New York Times, y tenía subrayados en amarillo dos obras que él llevó a Simon and Schuster. Su libro es una aventura que adentra al lector en el mundo empresarial, en la cultura americana de la posguerra, hasta mediados de los noventa, cuando parece que hombres como él tendrían que ir haciendo sitio, en el universo que ha ocupado, a un modo distinto de concebir el negocio de tratar con los libros y con sus autores, y cuando las empresas editoriales empezaron a formar parte de grandes conglomerados que no sólo se dedicaban a hacer libros. Sigue teniendo proyectos, sigue publicando, y él mismo continúa escribiendo sus libros, que en algunos casos llegaron a ser también números uno en las listas de los más vendidos. Cree que va a retirarse en dos años, a los 74, y cuando nos recibe -enjuto, simpático, dicharachero y ocurrente- corrige aún su próxima obra, Arriba, magiares, sobre una revolución en la que él participó, la revolución húngara de 1956, que se publicará el año próximo. Su despacho está lleno de recuerdos, entre los cuales sobresalen los planos y las fotografías de una casa que ama, la que tiene en Santa Fe (Nuevo México), y un retrato de Tennesííí. Le da vergüenza no hablar español, pero se justifica diciendo que sabe también alemán, húngaro, francés, italiano, ruso… Su modo de contar la relación con autores se parece mucho al candor comprensivo con que nos relató en su despacho las llamadas de Tennesííí, y cuando va avanzada la conversación y la confianza, y llega la cena -que transcurre en un hotel donde le agasajan como lo que es también, un autor-, ya está claro por qué sus autores quisieron, y quieren, tanto a Korda: porque es un hombre de un sentido del humor capaz de transformar los dramas que surgen en las madrugadas y en las pesadillas de los escritores en pequeños asuntos a los que él les va a quitar toda importancia. Está algo sordo, y él se excusa, pero ésa la es más venial de sus enfermedades: tuvo un paro cardiaco y cáncer de próstata. A juzgar por su buen humor, este hombre tan cálido como veloz (Peter Mayer, su colega, dice que "es el editor más rápido que he conocido") es capaz de superar otra guerra mundial, o la mayor pesadilla.
Ha escrito usted un libro muy divertido.
Quise hacerlo así. Pero se me olvidó contar una anécdota que acaso le explique a usted cómo es de verdad el mundo editorial. Se cuenta en el cruce de cartas de dos grandes editores de Random House, Bennett Surf y Donald Clamford. Era la guerra mundial, y Donald la hacía en Inglaterra, con el servicio de inteligencia de Estados Unidos. Acababa de recibir, de Bennett, la noticia de que un libro de su editorial había sido seleccionado por el Club del Libro del Mes, una lista decisiva para el éxito de un libro en Estados Unidos. Y Donald fue a ayudar a sacar a los heridos que venían de un avión machacado en combate. Cuando Donald vio salir al piloto, que también trabajaba en Random House, fue corriendo a abrazarle: "¡Bob! ¡Bob! ¡Uno de nuestros libros ha sido seleccionado para el Libro del Mes!". La verdad es que publicar libros es divertido. Para mí hubiera sido muy difícil escribir sobre el mundo editorial sin sentido del humor. Por ejemplo, si no tienes sentido del humor, nunca podrías tratar con los autores. Sería demasiado difícil, horrendo y aburrido. Y además tienes que ser comprensivo. Hay gente que dedica su vida a escribir libros, en la mayor soledad, y luego vienen a ti con sus manuscritos. Los autores me despiertan ternura.
¿Siempre ha sido así?
Siempre. Cada libro, cada manuscrito que entra por esa puerta es lo más importante en la vida de su autor. Hay excepciones entre los libros que se escriben y que se publican, pues hay libros para perder peso, diccionarios, libros para hacer mejor el amor; pero los que me llegan a mí representan sin excepciones lo más importante en la vida de sus autores. El hecho de que sus libros sean triviales, insulsos, fusilados de otros libros o francamente malos no les afecta en absoluto, ésa no es su opinión; ¡sus libros son lo más importante en sus vidas!, y tú tienes que tratarles teniendo en cuenta eso.
Habrá recibido de todo.
Hace 45 años, cuando yo era un joven editor en esta casa, llegaban cajas y cajas de manuscritos. Uno de ellos resultó ser una copia de la Biblia, pero con otra puntuación. El autor tenía una compleja teoría sobre cómo la puntuación lo era todo en la Biblia. Hace años yo le publicaba sus libros a Susan Howard, que era una autora de éxito y ahora sigue escribiendo novelas religiosas para Knopf. Recuerdo que Susan tenía un bebé, un matrimonio complicado; era secretaria y vivía en una casa muy pequeña de Nueva Jersey. Cuando la conocí me dijo que había escrito su libro en la mesa de la cocina después de preparar la cena a su marido y a su bebé. Se publican 60.000 libros anualmente en Estados Unidos, y en este mismo momento unas 200.000 personas, de las que quizá sólo llegue a publicar un 10%, están escribiendo uno, y todas ellas creen que con su libro van a cambiar el mundo o a lograr un éxito que va a compensar toda su vida.
Una avalancha insuperable de autores…
A no ser que tengas sentido del humor, sería imposible estar en este mundo. El 99% de las veces tienes que rechazar los libros. Y el 1% de las veces tienes que lidiar con aquellos a los que has dicho que sí. ¡Pero el 99% de las veces le estás diciendo no a personas que se han pasado la vida escribiendo su gran obra! Es muy triste estar en medio de los sueños y de las aspiraciones de la gente, y ser tú quien las tiene que hacer cumplir y que te lo impida tu obligación profesional.
En su oficio es importantísimo aprender a decir no tanto como aprender a decir sí…
Digo no mil veces antes de decir sí. Cuando digo sí estoy asumiendo muchas responsabilidades con respecto a la persona con la que me comprometo. Es complicado, porque en este país, particularmente, el editor es el vínculo entre la editorial y el escritor, así que he sido más de mil veces el responsable de un libro de una forma directa. Puedes intentar adivinar si un libro va a ser un éxito de ventas o un fracaso, pero no siempre aciertas. Hubo un periodo de mi vida, entre los 30 y los 50 años, en el que acertaba más de lo que me equivocaba. Pero ahora ya no es así. Si aciertas un 51% del tiempo eres un genio. Un cierto grado de fracaso es parte de todo negocio, y existe en todas las partes.
Pero usted dice que sin el entusiasmo no existiría el editor.
Es que éste es un oficio de entusiastas. Es casi imposible ganar el dinero suficiente como para compensar el entusiasmo que se pone en este negocio. Fíjese que hace 30 o 40 años lo único que tenían que hacer las editoriales era mantenerse a flote. Pero en el mundo que vivimos, aquellas editoriales que se mantenían a flote fueron absorbidas en muchos casos por gigantes; Bertelsmann, por ejemplo, compró editoriales en todo el mundo, y esos gigantes se han sentado a esperar a que el dinero llegara a la caja. Lo que pasa es que eso no funciona exactamente así. Y no siempre son los grandes grupos los que colocan sus libros en los números uno; de vez en cuando hay alguien muy humilde que publica un libro que nadie conoce y que consigue ponerse a la cabeza de los best sellers. Hay misterios así. Cada libro que publicas es un experimento.
Esa concentración de la que usted habla tiene su reino en Estados Unidos; su propia compañía, Viacom [que se dedica a editoriales y a medios de comunicación], concentra varias empresas.
Ahora mismo, en Estados Unidos sólo hay dos o tres editoriales independientes. Si tomamos a Bertelsmann, por ejemplo, integra a Random House, Knopf, Bantam, Banthan, etcétera. Algunos de esos sellos, como Knopf, tienen su propia personalidad, de modo que pueden tener vida propia aunque pertenezcan a un grupo. Otras, como Banthan, van a peor por falta de personalidad; ya no sé ni quiénes son, ni qué hacen. Antes, las editoriales tenían más personalidad; el editor tenía una cara, un teléfono, un contacto. Y los escritores mismos eran celebridades. Recuerdo que la sede de Random House estaba en la Quinta Avenida y compartía edificio con la diócesis de Nueva York…; cuando John O'Hara, un célebre autor de aquellos tiempos, tenía un Rolls-Royce, y uno de sus caprichos era que las puertas se abrieran y que hubiera varias plazas libres en el patio para aparcar su espléndido automóvil. Hoy día, eso no ocurre. Los escritores ya no tienen ese ego ni expresan tales excentricidades. Y los editores son ahora más discretos. Pero antes, los editores disponían de comedores privados, tenían sus chefs particulares, daban banquetes y competían también sobre la calidad de sus comidas. Random House tenía un chef mejor que el de Simon and Schuster, hasta que esta compañía decidió estar por encima. E invitaban a los escritores como un modo de hacerlos más importantes. Ahora, ya nadie hace eso.
Michael Korda es hijo de Vincent Korda y de su primer matrimonio con la actriz Gertrude Musgrove, que a los 94 años aún vive en Palm Beach (Estados Unidos). Cuando le preguntamos por su madre, Korda apuntó en su libretita que debía llamarla esa noche. La primera vez que los padres discutieron en serio fue en el hotel Ritz de Madrid, en 1936, cuando empezaba la Guerra Civil española; él tenía tres años, y su padre había venido a colaborar con el fotógrafo Robert Capa. Vincent Korda es el responsable artístico y de producción de filmes como El Rolls-Royce amarillo, El día más largo, El ladrón de Bagdad, La vida privada de Enrique VIII, To be or not to be, El tercer hombre… Michael asistió a algunos de esos rodajes, y guarda un recuerdo especial de El tercer hombre (Carol Reed, 1949, rodada en Viena), en el que coincidió con uno de los grandes de su vida, Graham Greene, a quien se debió la idea literaria del filme. En Editar la vida cuenta Korda cómo lo concibió: tenía una idea, la escribió en un papel, se la dio a Vincent Korda y éste le convenció para que siguiera escribiendo regalándole un castillo en el sur de Francia.
El tío de Korda, Alexander, inseparable de su padre, fue también director y productor de cine, y esposo de la actriz Merle Oberon. Y aún hay otro tío, Zoltan Korda, uno de los grandes directores del cine británico de los años treinta. En 1979, Michael Korda describió ese glamouroso mundo familiar en su libro Charmed lives, traducido aquí como Una vida encantada. "El título es irónico: una vida encantada; daba la impresión de que lo era, pero en muchos casos era una vida de infierno".
Usted estaba condenado a vivir entre celebridades.
Sí, me crié en una familia de cineastas, escritores y artistas. Estaba rodeado de gente con egos enormes. Los amigos de mi padre eran Andre Derain, Picasso, Brassai, Capa… Mi tío Alex era amigo de gente como Winston Churchill. Hay excepciones, pero generalmente los escritores no tienen la publicidad que alcanzan las estrellas del rock o del cine de Hollywood, o Donald Trump. El escritor en este país está muy por debajo de la media de las celebridades; por tanto, desarrolla un ego más grande, forjado por la necesidad de ser importante y respetado. Yo fui editor de George Harrison y de John Lennon. A su lado te dabas cuenta de la fama que les rodeaba, algo que jamás dará escribir y publicar libros. A veces se juntaban los libros con la fama propiamente dicha, y entonces era el caos del glamour. Recuerdo ir a una fiesta en Beverly Hills con Irving Lazar [agente de celebridades de la literatura y el cine] y [la actriz] Joan Collins. Publiqué dos o tres libros de Joan y algunos de su hermana la escritora Jackie Collins. En ese momento, en aquella fiesta en Beverly Hills, ella estaba en la cúspide de su fama, como protagonista de aquella serie de televisión, Dinastía. Cuando llegamos a la fiesta se abrió la puerta de la limusina; alguien dijo: "¡Joan Collins!", y ella se bajó ante una llamarada de luces y una docena de reporteros. Pero éste no es el mundo que les espera a los escritores. Por ejemplo, Salman Rushdie debe su fama, aparte de que sea un buen escritor, a que fue condenado a muerte. Siempre habrá un murmullo especial cuando alguien como él entra en una fiesta. Pero nunca tendrá la misma repercusión que si entraran Paris Hilton o Nicole Kidman.
Usted cuenta relaciones muy divertidas con famosos. No se creía que Joan Crawford escribiera de verdad sus libros, con aquellas uñas no se podía teclear. Ella le enseñó su guardarropa, donde todos sus trajes tenían escrita la historia que ella les atribuía.
Cuando trabajas con gente famosa acabas acostumbrándote. Son como monstruos sagrados. Ya no quedan tantos. Mire la lista de éxitos. Ya no hay un Norman Mailer, o un Capote. ¿A quién de los que aparecen hoy reconocería por la calle? El escritor como estrella fue algo de los años sesenta, y la última que representó esa personalidad fue Jacqueline Susann.
Usted le arregló libros a Jacqueline Susann. ¿Qué cara se le pone al autor?
Europa y Estados Unidos son distintos en ese plano. Claro que hay escritores con los que eso no se puede hacer, primero porque no lo necesitan y segundo porque no te dejan. Pero, en esencia, muchas novelas comerciales están escritas por gente que no tiene la habilidad de escribirlas. Todo se puede arreglar. Y eso es lo que hacen los editores, yo lo he hecho. En este país, el editor es el chef que reúne los ingredientes para hacer una tarta. Es curioso, en Inglaterra no existe este perfil. Y muchos de los libros que vienen de allí nos parecen mal editados. Tampoco existen editores así en Francia. Y seguro que tampoco los hay en Alemania o en España. En Italia sí ocurría cuando Mondadori era una editorial fuerte. Creo que éste es un fenómeno americano.
¿Lo sigue haciendo?
Ya no lo suelo hacer. De joven no me importaba dedicar 18 horas al día a reescribir un libro. Ahora prefiero que los escritores sepan escribir. En el caso de Jackie Susann, a ella le hubiera molestado que no le hubiéramos prestado la atención que tuvo. Si yo le hubiese dicho: "Genial, Jackie, el libro está perfecto, vamos a publicarlo", ella se hubiera molestado. Además, Jackie era una persona muy realista. Quería y esperaba que un equipo le ayudara a contar su historia. Ella sabía qué quería contar, conocía qué pensaban sus personajes, pero no podía escribir. Lo que ocurría con ella era como lo que pasa con los actores: aceptan ser dirigidos, y lo que importa es el producto final.
A Joan Collins también le escribían.
Tenía su equipo, pero eran sus historias. Ella se sentía igual de orgullosa de su libro que Marcel Proust de los suyos. Joan Crawford tenía sus escritores, pero hablaba de sus palabras como si ella las hubiera ensamblado personalmente.
Los presidentes tampoco escriben…
Cuando recibí el manuscrito de las memorias de Reagan, lo primero que pensé es que él no había escrito una sola palabra, y que además no tenía el menor interés por haberlo hecho. Y era una lástima, porque luego leí sus intervenciones en la radio, que sí escribió él, y pensé que se expresaba con mucha soltura. Pero lo de escribir libros le daba igual.
Cuenta usted cómo fabricó Ronald Reagan su encuentro privado con Gorbachov, como si los dos hubieran estado realmente solos.
Hay que tener en cuenta que Reagan era un actor. Y pintó esa escena como a él le hubiera gustado que ocurriese. Fíjese que Reagan pronunció una vez un discurso para rendir homenaje a unos hombres que habían ganado medallas por su heroicidad. Cuando se dirigió al público contó la historia de un joven soldado que se quedó atrapado en un avión en llamas. El piloto pudo agarrar de la mano al joven y le dijo: "No te preocupes, muchacho, estamos juntos". Y le dieron la medalla de honor. Mientras lo contaba se le saltaban las lágrimas. ¡Y esa historia no sucedió, la tomó Reagan de una película de la Warner Bros., de 1943!
Usted narra un momento muy intenso de las negociaciones para sacar el libro: cuando Reagan duda si comerse o no la última galleta que queda en un plato.
No creo que eso refleje la simplicidad de Ronald Reagan. Él quería esa última galleta, pero había sido educado en una familia muy estricta, que le había enseñado que era de mal gusto comerse la última galleta. Como presidente podía cogerla, pero como Ronald Reagan tenía que reprimirse.
Nixon…
Me lo presentó su hija. Si se lee como lo describo en mi libro, se advierte muy bien que mi intención no es juzgar a las personas, sino contar cómo son, o cómo eran. Como regla general, sólo escribo lo que recuerdo, y tengo muy buena memoria. Pero jamás me burlo, jamás critico; cuando escribo no ficción intento ser una cámara.
¿Y qué foto tiene de Nixon?
Era un hombre muy inteligente. Probablemente el presidente más inteligente después de George Washington y de Abraham Lincoln. Pero con un mal juicio moral y político, y con defectos de carácter que le hubiesen supuesto grandes problemas en cualquier profesión que hubiese escogido. Pero era inteligente. Creo que la combinación de agresividad y sospecha intensa que tenía Nixon queda clara en el libro. Pero no le juzgo. Kissinger, para quien también trabajé como editor, siempre me decía que mi retrato de Nixon era sesgado. Y le entiendo, porque ese retrato no era el del Nixon que él conoció.
El editor ve un personaje que los otros desconocen…
Y todos los personajes deben interesarle. Publiqué las memorias de Breznev; sabía ruso, y creí que era el editor adecuado para publicarlo. Publiqué a Sharon, me cae bien, y con él no estoy de acuerdo. Pero los editores y los periodistas son iguales en esto: no deben juzgar a la gente que están entrevistando, o publicando. Quise publicar las memorias de Albert Speer [colaborador de Hitler]. Cuando le llevé el libro a Max Schuster [de Simon and Schuster] me dijo que no podía publicarlo: no quería que su nombre se asociara al de un dirigente nazi. En general, no creo que deba ser el editor quien juzgue moralmente al escritor. Si la historia es buena, si crees que va a vender, deja que se cuente. Y si publicas a Hillary Clinton, debes estar dispuesto a publicar a Laura Bush. Y si los autores se sienten incómodos, pues que les den.
Es usted muy tierno con Tennessee Williams.
Yo era amigo de Tennessee. Yo le quería mucho. También quise mucho a Graham Greene. Fue un segundo padre. Creo que tienes que ser muy cauteloso en este mundo y no hacerte muy amigo de los autores a los que publicas. Es un mundo muy cruel, y las relaciones que se crean dentro de las editoriales no son eternas. Si todos tus amigos son escritores, tarde o temprano vas a perder amigos, bien porque se marchan a otra editorial o bien porque sus libros fracasan.
Su primer amigo escritor fue Graham Greene.
Graham hubiera encandilado a cualquiera que, como yo, tuviera 15 o 16 años. Era extraordinario. Y un escritor maravilloso. Fue un hombre maravilloso y le echo mucho de menos. También echo mucho de menos a Carlos Castaneda [cuyo primer libro fue una tesis doctoral por la que Korda apostó para convertir al famoso chamán en uno de los personajes más influyentes de los años sesenta y setenta en el mundo].
Pero la gran influencia de su vida fue su familia…
De mi familia recibí un gran regalo genético. De mi padre heredé su capacidad artística. De mi tío Alex, la habilidad de tratar con gente. Pero es difícil ser objetivo con mi familia. Creo que lo dejé claro en mi libro, Charmed lives: no eran personas felices. Para mi tío Alex, por ejemplo, la felicidad no era su objetivo. A él le interesaba el dinero, la fama, vivir muy bien, y el amor de mujeres guapísimas. Y lo consiguió. Pero no era feliz. Tampoco creo que él esperara ser feliz. Ésa es una esperanza muy americana. Nosotros los europeos pensamos que la felicidad no tiene que ver con conseguir cosas. En EE UU existe la convicción de que la felicidad se puede fabricar. El 90% de los libros que se publican aquí tratan de eso.
¿Qué es para usted el mundo editorial en el que ha vivido?
Un circo. Y para sobrevivir en él tienes que haber nacido en él. El circo expulsa a aquellos que vienen de fuera; eso es lo que le pasó a Harold Evans [un gran periodista que dirigió en el Reino Unido The Times y The Sunday Times, y luego fue directivo de Random House en Estados Unidos], un hombre con tantos talentos; pero las lealtades de este mundo son con aquellos que se han hecho en él. El peor error que puedes cometer si entras en el mundo editorial es querer transformarlo como si fuera el mundo del cine o de la televisión. Se trata de vender libros, es otra cosa. En este trabajo tienes que ser siempre un poco cínico; en este sentido, se parece a la televisión: los desastres generan ventas. Para nosotros no existe una mala noticia. En términos de venta, las malas noticias son buenas para nosotros.
¿Ya no le llaman a las tres de la madrugada, como Capote?
Pobre Capote. Es muy difícil describir a Truman porque siempre le vi borracho. Muy interesante, pero muy raro. No, ya no me llaman tanto, ya no soy tan popular. En este país, escribir, y editar, es como andar sobre la cuerda floja a 150 metros de altura. Como en el circo.
¿Y quién es usted en ese circo?
Yo en ese circo soy el que está en la cuerda floja.

 

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