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Posted by : Unknown miércoles, 10 de abril de 2013


Lou Andreas Salomé y Rilke (1897) en el balcón de
la casa de verano de la familia Andreas
La condición femenina siempre ha sido sometida a discusión pero desde luego por los individuos menos aptos: los hombres, quienes desde su obvia perspectiva masculina no pueden sino proporcionar esbozos sobre lo que es ser mujer. Lou Andreas Salomé (1861-1937) es una de las figuras indispensables en el tema de la mujer, ella encarna la voz y el pensamiento femeninos en el medio intelectual, el cual siempre había estado gobernado por los hombres. Nacida en San Petesburgo, perteneciente a una familia aristócrata alemana e interesada en el pensamiento de Schopenhauer y en el ateísmo, con su libro El erotismo, que es una recopilación de varios ensayos como son: “El ser humano como mujer”, “Reflexiones sobre el problema del amor”, “El erotismo” y “Psicosexualidad”, pone en la mesa los planteamientos culturales sobre la condición femenina. En ocasiones olvidada y opacada por su vínculo, no sólo intelectual sino también emocional, con personajes cruciales para la cultura occidental como Nietzsche, Rilke y Freud, Andreas Salomé no sólo fue la musa de estos pensadores, sino que ella también dio muestras de poseer voz propia. De esta manera en el presente ensayo en base a la postura de esta filósofa se analizará: en primer lugar la concepción de lo erótico, después se hará la diferencia entre el erotismo masculino y el femenino para explicar este último y finalmente se hará un estudio sobre la mitificación de la maternidad y la virginidad con el fin de remitificar y observarlos desde una visión femenina...

Salomé menciona que debe de observarse una doble característica de lo erótico ya que se debe de estudiar por un lado como “un caso especial dentro de las relaciones psíquicas, físicas y sociales, y no sólo como algo autónomo” (69), y por otro, menciona, se debe observar como estos tres campos se relacionan dando a lugar a un mismo problema. Es por eso que la filósofa rusa anuncia la paradoja de que lo erótico se encuentra tanto en lo individual como en la relación amorosa y tanto en lo corporal como en lo espiritual, de manera que hace mención de los procesos eróticos, que llevan al individuo a pasar de una estancia pasiva en la que nuestra condición egoísta e individualista hasta el nacimiento del interés de entender al otro. Es decir que primero el ser en su etapa individual está en busca del cambio, y la infidelidad es lo que alimenta su erotismo; pero al asumir conscientemente el erotismo en la forma espiritual el individuo se encuentra con un otro que le hace encontrarse con su propia otredad y así asentarse en una estabilidad que ya no es monótona sino que le permite reorganizarse. Salomé se acerca de esta manera a la idea oriental de erotismo, según la cual cuerpo y espíritu forman una dualidad necesaria, razón por la cual lo corporal resulta inagotable y siempre ofrece nuevas posibilidades. El erotismo es presentado como un acto ligado al amor, no diferente de este y por lo tanto no sólo visto desde una postura sexual, sino desde una postura humana. Esta visión no meramente física de Salomé no presenta por lo tanto, al erotismo como un adorno que acompaña las relaciones sexuales; sino como la posibilidad de “abrirse un camino, un camino espiritual, a través de las trabas corporales para llegar a un cierto paraíso perdido”(77). El amor es necesario para llegar a experimentar el erotismo con una mayor fuerza, porque es entonces cuando el individuo se abre al otro, entonces la plenitud se hace mayor porque se está llegando no sólo a conocerse más a sí mismo sino también al otro individuo: “Amar significa en su más auténtico sentido: saber de alguien” (78).


Se podría definir al erotismo como algo universal, pero eso sería simplificarlo a una lógica que negaría la experiencia subjetiva. De ahí que los afectos eróticos masculinos se diferencien de los femeninos, no sólo como consecuencia de las obvias diferencias fisiológicas, sino también como una consecuencia de su propia physis. El hombre está más desligado a su interioridad, ya que está siempre preocupado por el “afuera”, de manera que deja a un lado el amor y el erotismo, al ambos requerir de un autoconocimiento interno. Y estos dos elementos existen siempre en la mujer, puesto que ella está siempre en contacto con su ser, “el mayor poder de concentración en el terreno del amor, la permanente relación plena a lo único, por la que el varón se afana en otros campos, la ofrece a la mujer en un punto de supremo valor que la sitúa por encima del varón” (93). En cuanto a que el hombre mide su éxito por sus logros externos, la mujer se valora a sí misma tanto a nivel externo como interno. En ella existe la idea de que la belleza espiritual y corporal están ligadas, así como que la experiencia sexual no sólo es símbolo de coito sino de una compenetración que va más allá de lo tangible. Salomé menciona que es entonces cuando se llega a la paradoja de que la mujer es debido a su condición sexual, menos sensual que el hombre. Esto se explica puesto que para la mujer no es tan fácil llegar a una satisfacción momentánea de su sensualidad con el sólo uso de su cuerpo, es decir que para ella es necesario establecer ciertas conexiones entre su cuerpo, sus demás pasiones y su espíritu. “Ella vive lo erótico de otra forma, su physis y su psyché lo reflejan de forma distinta y por ende debe ser juzgada con criterio distinto […]” (17). Desde luego, esto se debe a que la mujer está, como ya se mencionó, más conectada con su interioridad pero lo que Salomé no considera, es el condicionamiento sexual femenino llevado a cabo por la sociedad patriarcal que se estableció siglos atrás; de manera que queda sin respuesta la pregunta de que si el erotismo femenino es diferente al masculino debido solamente a esta comunicación espiritual o si no influyen también las costumbres sociales. Aunque lo que esta filósofa si deja claro es que en esta unión en ocasiones se olvida que la mujer es un ser autónomo y que las relaciones sexuales no son sino la compenetración de dos seres autónomos; por lo que es necesario para la mujer el autoconocimiento, tanto a nivel corporal como espiritual, ya que sólo esto la podrá llevar a compenetrarse amorosamente y concentrarse en sí misma. En cuanto a la diferenciación fisiológica, Salomé menciona que a diferencia de la célula sexual masculina, el óvulo se muestra como algo cerrado, que no se abre al exterior; y esto se debe a que en sí mismo él posee un todo. “Y justamente por eso la armonía intacta radica tan elemental y primitivamente en lo femenino: esa seguridad y colmación del círculo, esa plenitud y compactitud […]” (13). Desde luego, no se está negando la importancia del aporte masculino en la concepción, sino que lo que pretende es eliminar la vieja idea según la cual lo femenino es símbolo de pasividad y lo masculino de actividad. Así que tanto el hombre como la mujer son sujetos partícipes en la concepción, el cual posee tanto células paternas como maternas. Pero la diferencia de las células radica en que el esperma es la que posee más movimiento, mientras que el óvulo es la célula más grande, pero que está diferencia fundamental ejemplifica la esencia de cada sexo, siendo la aportación de cada uno de igual valor.


La sociedad ha impuesto desde siempre trabas a la sexualidad femenina, las ideas máximas de erotismo amoroso en la mujer se definen con los mitos de la maternidad y la virginidad. La maternidad es vista como consecuencia del acto de amor y como sumisión de la mujer que se sacrifica para dar vida y la virginidad como esa pureza en la que la mujer debe ser resguardada para así evitar el contacto con su propia sexualidad. Salomé pone como ejemplo de esto el hecho de como el símbolo del amor se ha fijado en la figura de la Virgen o Madonna, con lo cual demuestra como la sexualidad es sometida al decreto de lo religioso, para después demostrar como se compara esta condición de virginidad con la de una prostituta puesto que en ambas está “la entrega sin elección, incluso sin placer, es decir la entrega a unas motivaciones sexuales externas”(92). Además muestra como la virgen-madre es vista también tan sólo como una portadora, y es por lo tanto un símbolo de una pasividad “que tanto sirve para degradar los sexual como para explicarlo”(93). Sin embargo, como ya se mencionó, la autora no critica la maternidad, sino que la ve como la posibilidad de una fuerza femenina, una fuerza creadora y menciona que la mujer transforma el placer sexual en un “hacer”, puesto que está haciendo vida. Así como tampoco el gozo de saberse virgen, ya que menciona que “la palabra ‘pureza’ y otras semejantes, no denotan algo negativo, sino todo el esplendor y todo el señorío sobre un mundo al que muchos consideran parcialmente cuando lo hacen […] con los ojos de un hombre […]” (18). Es decir que lo que Salomé pretende es remitificar, al hacer evidente que la mujer en su virginidad es poseedora de su propio misterio y ella tiene la decisión de cuando develarlo, y así ella se convierte en dueña de sí misma. Así como también demostrar a la maternidad como una fuerza que hace que el mundo de la mujer se transforme, pero en este caso este acto también debe estar ligado a su libre decisión y se debe de dejar de ver como un acto meramente pasivo en el que es el hombre el que engendra y pone su semilla en un cuerpo con el fin de concebir. La aportación que se hace es que la mujer debe vivir su sexualidad en todo su ser, en el más amplio sentido.


En conclusión, debemos decir que Salomé no es una feminista radical, sino que lo que ella pretende hacer con estos ensayos es hacer ver a la mujer como un ser autónomo y conciente de su sexualidad. Ella no niega la aportación masculina, sino que más bien hace caer todos los viejos presupuestos según los cuales lo femenino es símbolo de pasividad y no de actividad creadora. Además de que destruye los viejos mitos sobre el erotismo femenino, al hacer evidente como la mujer es libre de conocer su fuerza espiritual para así vivir más libremente. Así la figura de Salomé no sólo es la de la amante-musa de aquellos hombres de genio, sino que es la de una mujer segura de lo que es y con plena convicción de lo que pueda llegara a ser. Además Salomé ofrece una visión espiritual de la unión sexual, puesto que la considera una “comunidad de vida” sin reducirla a la concepción ni a la unión social del matrimonio, y afirma que el amor es tan sublime que sólo puede ser alcanzado por algunos seres excepcionales. Así ella liga al erotismo con el amor y considera que este último no puede buscarse en lo inmediato, ni en lo banal, sino que es una ardua tarea en la que ambos, mujer y hombre, deben trabajar para lograr una “religión entre dos” (108).

P.D. "¿guapa? no, mujer" (Lispector, Clarice)

Bibliografía:
Andreas- Salomé, Lou. El erotismo. Hesperus, Palma de Mallorca, 1998. 
 
Fuente: http://acidosodonucleico.blogspot.com.ar/2007/11/ensayo-en-honor-la-hermana-ciudad-de.html
 
 

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